Imagínate que vivieras en un país en el que la mayoría de la gente, incluida tu familia, apenas tiene nada y pasa hambre. Un país en el que se ejerce un gobierno tiránico o hay una situación de guerra civil en la que no puedes mantenerte al margen: o luchas en un bando, o lo haces en otro, con todas las consecuencias que eso implica. Un país en el que el futuro no es en absoluto esperanzador.

Imagínate que te hablan de otro país en el que la mayoría de la gente gana cada mes diez o cien veces más que tú realizando un trabajo similar. Y que es posible que tarde o temprano también haya trabajo para ti. Un país en el que nadie va matando ni maltratando a nadie, sino que todos intentan llevarse bien con todos y que nadie sufra. ¿No intentarías llegar alguna vez a algún sitio así?.

En España hay más de dos millones de personas que lo han conseguido. Tras los últimos procesos de regularización llevados a cabo por el Gobierno, cuentan con un permiso de estancia para trabajar.

Lo que piden es que se les trate humanamente y se les dé la oportunidad de tener una vida digna de acuerdo con nuestras necesidades y las reglas con las que se rige nuestra sociedad, como a los españoles que tuvieron que emigrar o exiliarse en su día a distintos lugares de Europa o Sudamérica.

Es verdad que quizás en los últimos tiempos se han producido entradas masivas de inmigrantes que ahora mismo nuestro sistema no puede integrar. El Estado tiene que seguir arbitrando medidas para que la integración pueda llevarse a cabo totalmente y sin problemas. También es cierto que algunas de esas personas cometen graves actos delictivos. Pero si analizamos las estadísticas, veremos que en proporción son menos que los atribuibles a ciudadanos de aquí.

La próxima vez que nos encontremos con una persona que ha venido desde muy lejos dejando tras de sí una vida dramática, con el deseo de vivir honradamente, preguntémonos si nosotros no aspiraríamos a lo mismo y cómo se sentirá cuando le tratemos bien y cuando le tratemos mal.