Démonos una vuelta por los pasillos de un instituto durante algún recreo. No será difícil toparnos con algún grupito de alumnos o alumnas que manifiesten un comportamiento agresivo entre ellos, quizás imitando a algún héroe de ficción o la escena que han visto recientemente en alguna película. Podemos preguntar si alguien se ha sentido alguna vez víctima del acoso escolar...

Echemos un vistazo a la cartelera de estrenos y juguemos a contabilizar el número de homicidios, disparos, puñetazos que incluyen las películas autorizadas para todos los públicos.

Encendamos, si no, el televisor, veamos alguno de sus programas sensacionalistas de máxima audiencia y preguntémonos hasta qué punto no residirá en la agresión verbal la clave de su éxito.

También podemos referirnos a los espectáculos deportivos, comenzando por el rey de todos que es el fútbol.

Pero quizás prefiramos dedicar nuestro tiempo libre a entretenernos con el ordenador. Si consultamos el catálogo de juegos más vendidos, sin duda los primeros puestos estarán ocupados por recreaciones de situaciones bélicas, cuando no por fenómenos como el San Andrés, que incluye violaciones, peleas, venta de drogas o utilización cotidiana de distintas armas.

¿Qué decir de algunas de las letras de las canciones tarareadas por nuestra juventud o del vocabulario que emplea para expresarse?

¿Vivimos, entonces, en una sociedad violenta? ¿Y eso a qué puede conducirnos si no lo solucionamos?