SCRIPTA - Conocer la Literatura Latina

 

TRADITIO   1   2   3   4   5     7   8   9   10  

 

4. BIBLIOTECAS Y CIRCULACIÓN DE LIBROS

Hasta mediados del siglo II a.C. no puede decirse que Roma contase con una literatura propia cuantitativamente importante. Pero por entonces, ya existe una nobleza ilustrada, que seguía los dictados literarios y filosóficos de las modas helénicas y se había dado el fenómeno del mecenazgo, en torno al «círculo de Escipión». Es de suponer que los libros circulaban, aunque no hubiese ni un sistema organizado para su difusión, y que existían bibliotecas privadas, al menos las que habían llegado a Roma desde Grecia como botín de guerra. Un siglo más tarde, en época de Cicerón, ya hay constancia de la existencia en Roma de un sistema de edición y difusión de libros; incluso hay un barrio donde los libreros abren sus florecientes negocios: el Argiletum (la zona comprendida entre el foro y la Subura)

Los libreros romanos podían lograr fabulosos beneficios copiando las obras de los autores de éxito, aunque éstos no cobraban lo que hoy conocemos como «derechos de autor». Colocaban a la entrada de sus tiendas llamativos carteles con los títulos y precios de las novedades. Solían tener la exclusiva de los autores importantes; así Tito Pomponio Ático era editor de Cicerón, los hermanos Sosii de Horacio, Atrecto y Segundo de Marcial, Doro de Séneca, y Trifón de Quintiliano. 

El proyecto para fundar la primera biblioteca pública de Roma se debe a Julio César, que incluso encargó a Varrón que recopilase libros para ella. Pero César no vio cumplido su deseo. Sería Gayo Asinio Polión quien fundase la primera biblioteca pública de Roma en el 39 a.C., en el Atrium Libertatis. No mucho después, Augusto fundó una biblioteca aneja al templo de Apolo del Palatino (28 d.C.) y otra en el Campo de Marte. Y desde entonces se siguieron abriendo bibliotecas: la del Pórtico de Octavia, la construida por Tiberio en la Domus Tiberiana, la del Templo de la Paz, abierta por Vespasiano, la Bibliotheca Ulpia, levantada por Trajano, otra más en el Capitolio, etc. Las bibliotecas romanas podían formar parte de los grandes complejos arquitectónicos, como las termas o los templos, y estar a disposición de sus visitantes. Se calcula que Roma llegó a tener  en el siglo II hasta veintiocho bibliotecas públicas. En cuanto a las privadas, algunas también fueron considerables, como la del poeta Persio. 

Los gramáticos se aplicaron al estudio y comentario de las obras de los autores nacionales y, de éstos, los más importantes pasaron a formar parte con sus textos de los programas educativos de las escuelas. Este último factor suponía una selección consciente, que determinó la fortuna de la transmisión de algunos autores, que quedaban a expensas de los gustos de cada época.

En el siglo VI se produjo el derrumbe cultural del Imperio Romano, que ya estaba anunciado desde el siglo III. Con las invasiones bárbaras, la continuidad de la cultura romana se rompió en muchos puntos, y los restos de la civilización clásica fueron paulatinamente quedando en manos de la iglesia. Los fondos de las grandes bibliotecas públicas y privadas que se salvaron de la catástrofe tuvieron como último reducto las bibliotecas de los nacientes monasterios. No obstante, la mayor parte de la literatura latina perduraba a comienzos del siglo VI, pese al ambiente hostil de los centros monásticos, debido a que el prestigio de la tradición pagana no tenía parangón en la cultura cristiana; las obras de los autores paganos seguían constituyendo modelos dignos de imitación y estudio. 

En las postrimerías del mundo tardo-antiguo aparecen, no obstante, algunos personajes a los que cabe considerar en conjunto como puente cultural hacia unos siglos en los que hay más sombras que luces: Símaco, Boecio, Casiodoro, Benito de Nursia o Isidoro de Sevilla, entre otros, contribuyeron con su persona y con su obra a que no se olvidara el interés por el libro y por la lectura.

Hay muchos testimonios de la existencia de bibliotecas en los monasterios. San Benito, en su Regula, prescribe a los monjes que durante la Cuaresma accipiant omnes singulos codices de bibliotheca ('todos cojan códices de la biblioteca, uno cada uno'), y que lean esos códices a mane usque ad tertiam plenam ('desde el amanecer hasta la hora tercia'). También sabemos que la copia de códices era un deber monástico, y, desde luego, para poseer una biblioteca es imprescindible la copia y el intercambio de libros entre los monasterios. 

A lo largo de la Edad Media europea, los monasterios y abadías se convirtieron en focos de cultura. En muchos casos, disponían de escuela orientada tanto a la formación de monjes como a la de laicos. En la Baja Edad Media algunas de estas escuelas compitieron con las de las catedrales, y luego lo harían con las universidades. La importancia de un centro monástico se correspondía con la calidad y la cantidad de los libros que se copiaban y de los fondos de su biblioteca, que se convertían así en el más preciado tesoro. En los estantes predominaban los textos religiosos, pero había sitio para los textos de la antigüedad pagana.

Isidoro documenta que César planeó abrir la primera biblioteca pública y que finalmente fue Asinio Polión quien lo hizo. Los libros formaron parte de los botines de guerra.

«El primero que introdujo en Roma gran cantidad de libros fue Emilio Paulo, después de la derrota de Perseo, rey de los Macedonios; después de él, Lúculo, como parte del botín del Ponto. Más tarde César confió a Marco Varrón el encargo de organizar una gran biblioteca. Sin embargo, Polión fue el primero que abrió en Roma una biblioteca pública, integrada por obras tanto griegas como latinas; las imágenes de muchos escritores aparecían expuestas en su atrio, que había adornado con la mayor magnificencia con obras procedentes de compras de botines.»

Isidoro de Sevilla, Etimologías VI 5, trad. de J. Oroz Reta y M.A. Marcos Casquero 

Cuenta Nepote que los siervos de Ático eran expertos en el arte de la copia de libros. Cornelio Nepote (100-25 a. C.) escribió una serie de Vidas de grandes generales extranjeros, una Vida de Catón el Viejo y una Vida de Ático (amigo suyo y de Cicerón), a la que pertenece el fragmento seleccionado. Sus biografías están constituidas por colecciones de anécdotas, más o menos verosímiles. Se trata de un vulgarizador de valor secundario en la historiografía latina.

«Si se consideran sus servicios, contó con una servidumbre excelente; pero si es por la apariencia, se diría que era prácticamente normal. La integraban jovencitos muy instruidos, extraordinarios lectores y en su mayoría copistas, de suerte que no había ni siquiera un lacayo que no fuera capaz de realizar de manera aceptable alguna de estas dos tareas. De los que exige la organización doméstica, los demás eran también especialistas, y de los buenos. Sin embargo, entre ellos no tuvo ninguno que no hubiese nacido y se hubiese formado en su casa.»

Nepote, Vida de Ático XIII 3, trad. de F. M.

La regla de San Benito prescribe a los monjes la lectura durante la cuaresma, loq ue presupone la existencia de una biblioteca adecuada al número de monjes del monasterio

«Durante los días de la Cuaresma, que se dediquen a la lectura desde el alba hasta la hora tercia, y trabajen hasta la hora décima con arreglo a lo que se les haya asignado. En tales días de Cuaresma, todos y cada uno recibirán un libro de la biblioteca, que habrán de leer ordenadamente en su totalidad. Los libros deben ser devueltos al final de la Cuaresma. Ante todo, es menester que uno o dos monjes se encarguen de recorrer el monasterio durante las horas en que los hermanos se dedican a la lectura, para comprobar si acaso hay un hermano perezoso que se dedica a holgazanear o a las historias profanas, en lugar de aplicarse al estudio, y no sólo se perjudica a sí mismo, sino que también distrae a los demás; si se encontrase a uno así ojalá no ocurra, que se le reprenda la primera y la segunda vez; si no se enmienda, que se le aplique el castigo establecido para que los demás escarmienten.»

Regla de San Benito XLVIII 14-20, trad. de F. M.

El texto refiere cómo la literatura latina se mantuvo en un estado precario hasta la época de Carlomagno.

«Sin embargo, el proceso a través del cual se nos ha preservado la literatura latina pudo no empezar hasta que se diese una actitud más abierta y positiva hacia los autores clásicos que la que generalmente existía en el continente en los siglos oscuros. Los cristianos todavía vivían bajo las sombras de la literatura pagana; sus obras les empequeñecían las propias, y representaban una amenaza real para la moral y la doctrina. Esto sería diferente cuando la cultura latina se transplantaba a un lugar distante, donde los deseosos de aprender la lengua de la Iglesia podían mirar a la antigüedad sin sentido de inferioridad o miedo, puesto que no cabía la posibilidad de una rivalidad, y la gente en general estaba protegida de los peligros del paganismo antiguo por la simple ignorancia de la lengua latina. Pero este espíritu no se infiltró a ninguna escala en el continente europeo hasta el renacimiento carolingio a fines del siglo VIII, y entre tanto pereció buena parte de la literatura clásica.»

L.D. Reynolds-N.G. Wilson, Copistas y Filólogos, Gredos, Madrid 1986, p.114  

Clasificación de volúmenes en los estantes de una biblioteca romana.

Reconstrucción de la biblioteca de la Villa Adriana, Museo de la Civilización Romana, Roma.

El Argileto, barrio de los libreros de Roma (zona superior de la imagen). Vista parcial de la maqueta de Roma del Museo de la Civilización Romana, Roma.

Escena de un mosaico: un vándalo sale a caballo de una fortificación (s. V), British Museum, Londres.

Placa de marfil con la inscripción SYMMACHORVM en su parte superior (s. IV), Victoria and Albert Museum, Londres

El rey ostrogodo Teodorico, representado en una ilustración de un códice mientras combate a caballo contra su hermano Odoacro

Casiodoro, imagen basada en un cuadro de Ugo Ortona.

Boecio escribe en la cárcel, miniatura de una letra inicial de un códice.

San Benito entrega la Regula Monachorum al abad Iohannes

Estatua de S. Columbano en Luxeuil, Francia

Estatua sedente de Isidoro de Sevilla, Biblioteca Nacional, Madrid

Armarios para guardar libros.

 

SCRIPTA

Domus  || Índice temático || Traditio || Géneros y autores || Res Gestae || Romanice

Autores y textos  || Musaeum || Actividades