A comienzos de nuestra era comenzó a emplearse otro soporte para la escritura: el códice (codex). Se trata de un conjunto de cuadernos formados al doblar una o más hojas y cosidos unos con otros. Hubo códices de papiro, pero terminó por imponerse el de pergamino (codex membraneus). El poeta Marcial, en el siglo I d.C., ponderó las ventajas de los códices frente a los volúmenes, pero el proceso de sustitución no comenzaría a imponerse hasta dos siglos más tarde, y no se completó definitivamente hasta el siglo IV. Un códice estaba formado por cuadernos, que eran pliegos de un cierto número de hojas plegadas por el centro y cosidas, llamadas bifolios; los bifolios de encajaban unos con otros de manera que el primer folio del cuaderno tuviera por detrás el último, el segundo el penúltimo, y así sucesivamente. Según el número de bifolios plegados que componen el cuaderno se habla de biniones (dos bifolios plegados), terniones (tres), quaterniones (cuatro), que era el preferido para el pergamino, quiniones (cinco), seniones (seis), que era el preferido para los códices en papel. El
pergamino de los códices debía ser fino y bien alisado, pues se
escribía por ambas caras. Los romanos teñían los
pergaminos de distintos colores, sobre todo amarillo o rojo, porque su blancura se ensuciaba y
molestaba a la vista.
Las caras más ásperas del pergamino (la parte del pelo) se disponían
de manera que coincidiesen,
lo mismo que las más lisas, las de la carne; así se
conseguía que no hubiese contraste entre las dos partes, que solían
tener diferente coloración. Para controlar la paginación y evitar alteraciones durante la fase de encuadernación, hubo diversos procedimientos. La «signatura» consistía en numerar el último folio de cada cuaderno. Un procedimiento parecido era el del «reclamo»:se escribía al final del cuaderno las primeras palabras del cuderno siguiente. En el siglo XIII comenzó a aparecer la numeración por folios (abrev. «f.»/«ff.», folio[s]), con su recto (abrev. «rº»), la cara impar, y su verso (abrev. «vº»), la cara par, terminología que todavía se usa para facilitar la descripción de los manuscritos (abrev. «ms»). La numeración por páginas, tal y como la conocemos en los libros impresos actuales, comenzó a usarse en el siglo XV. Como los códices se copiaban por cuadernos sueltos, para evitar posibles alteraciones en el orden, al coserlos se utilizaban diversos sistemas, como el «reclamo», que consistía en escribir en la parte de abajo del verso del último folio de un cuaderno las primeras palabras del recto del siguiente. El códice no tenía una primera página con el título, sino que al comienzo de la obra había una frase en tinta roja y letras mayúsculas que contenía el título de la obra, aunque sin aludir al nombre del autor. Al final se repetía el título del libro con una indicación de que había terminado y el nombre del autor. Tales indicaciones en los códices eran una supervivencia del comienzo y el final de los volumina o rollos: en ellos, el comienzo venía también indicado por la palabra « incipit» (p. e. Incipit Aeneidos liber primus, 'Comienza el primer libro de la Eneida'), mientras que al final figuraba una advertencia de que el volumen estaba totalmente desenrollado, es decir, explicitus (p. e. Explicitus (est) Aeneidos liber primus, 'Desenrollado el primer libro de la Eneida'); la abreviatura «explicit.», se conservó cuando los rollos fueron sustituidos por los códices, pero desprovista de su sentido, pues los códices ya no se desenrollaban, y se tomó como una forma verbal correlativa de incipit ('comienza'), con el significado de 'ha terminado'. Estos términos perviven en la práctica moderna de catalogación y descripción de los manuscritos: el íncipit designa las primeras palabras del documento antiguo, y el éxplicit, la últimas.
El papel comenzó a utilizarse para los códices desde el siglo XII. Su invención se atribuye a los chinos, que ya lo fabricaban en el siglo I de nuestra era, y su técnica secreta constituía un monopolio del Estado. A través de prisioneros de guerra, la técnica de fabricación llegó a los árabes a mediados del siglo VIII, quienes lo difundieron por todo el mundo islámico, incluido Al-Ándalus, hacia el año 1000 (las primeras fábricas estuvieron en Córdoba y Xátiva), de donde pasó al resto de Europa en el siglo XII. Los árabes aportaron una innovación al papel chino, consistente en cubrirlo con una solución de almidón que lo hacía más fuerte y reducía la absorción de tinta. El nuevo material, más económico que el pergamino, recibió diversos nombres, unos ya conocidos: charta o papyrus (el primero se mantiene en el italiano carta, el segundo ha prevalecido en otras lenguas modernas: papel, paper, papier, etc.), y otros nuevos: bombycina, cuttunea, pannicea (sc. charta), que recuerdan que el principal ingrediente en el proceso de elaboración de este primitivo papel eran los trapos; sólo en el siglo XIX el aumento de la demanda de libros haría que la madera triturada se convirtiese en la materia prima. Para
fabricar el primitivo papel se ponían en maceración trapos de cáñamo
o lino; luego se golpeaban con mazos hasta que se reducían a una pasta
homogénea, que se echaba dentro de un molde en el que había un
entramado de hilos de latón o cobre; después del secado se procedía a
encolarlo, alisarlo y dejarlo satinado. Cada fabricante tenía unas filigranas
o distintivos que aparecían en el papel, y hoy permiten datarlo e
identificarlo.
|
||||||||
Domus || Índice temático || Traditio || Géneros y autores || Res Gestae || Romanice |