Nació en Toledo en el año 1282. Era sobrino de Alfonso X y, siguiendo la tradición de su tío, actuó como político -sin demasiada fortuna-, guerrero y escritor, actividad esta última en la que destacó por su obra claramente personal. Murió en Córdoba a mediados del siglo XIV.

Escribió varios libros en prosa, entre los que sobresale El libro de los exemplos del Conde Lucanor et de Patro-nio, más conocido como El conde Lucanor. Se trata de una colección de cincuenta cuentos, además de varios cientos de sentencias, no originales, pero sí contados de un modo enteramente personal. Se los relata Patronio al joven conde Lucanor cuando éste le pide algún consejo. Don Juan Manuel resume cada enseñanza en una moraleja final en forma de pareado.

Su obra representa una posición intermedia entre los cuentos independientes y la novela como narración larga y unitaria.

D. Juan Manuel escribe con un estilo sencillo, conciso y claro. De todas estas cualidades prefiere la claridad, lo cual le obliga a no dejar ningún cabo suelto, aunque tenga que repetirse una y otra vez.

Trata de expresar su propio pensamiento de acuerdo con la capacidad de comprensión de sus lectores, por lo que evita en lo posible el uso de latinismos y su prosa, como toda la literatura medieval, tiene carácter didáctico.

La mayor parte de los cuentos están tomados de las tradiciones orientales (indias, persas, egipcias, árabes, hebreas...) o de los fabulistas latinos Fedro y Esopo, pese a lo cual El Conde de Lucanor es el origen de la novelística romance y del cuento moderno europeo. Son deudores suyos escritores de la talla de Cervantes, Calderón de La Barca, Shakespeare, Samaniego, La Fontaine, etc.

I

Lo que sucedió a un hombre que cazaba perdices

Hablaba otra vez el conde Lucanor con Patronio, su consejero, y díjole así:

-Patronio, algunas personas muy importantes, y también otras que no lo son tanto, me hacen daño a veces en mi hacienda o en mis vasallos y, cuando me ven, me dicen que les pesa mucho y que lo hicieron obligados por la necesidad y porque no podían en aquel momento hacer otra cosa. Como quiero saber qué conducta seguir cuando tales cosas me sucedan, os ruego que me digáis qué pensáis de esto.

-Señor conde Lucanor -respondió Patronio-, lo que os pasa y os preocupa tanto se parece mucho a lo que sucedió a un hombre que cazaba perdices.

El conde le rogó que se lo contara.

-Señor conde -dijo Patronio-, un hombre puso redes a las perdices y, cuando cayeron, se llegó a ellas y, conforme las iba sacando, las mataba a todas. Mientras hacía esto le daba el viento en la cara con tanta fuerza, que le hacía llorar. Una de las perdices que aún estaba viva empezó a decir a las que quedaban dentro de la red: "Ved, amigas, lo que hace este hombre, que, aunque nos mata, nos compadece y llora por eso." Otra perdiz, que por ser más sabia que la que hablaba no cayó en la red, le dijo desde fuera: "Amiga, mucho le agradezco a Dios el haberme guardado del que quiere matarme o hacerme daño y simula sentirlo". Vos, señor conde Lucanor, guardaos siempre del que os perjudica y dice que le pesa; pero si alguien os perjudica involuntariamente y el daño o pérdida no fuera mucho, y esa persona os hubiera ayudado en otra ocasión o hecho algún servicio, yo os aconsejo que en este caso disimuléis, siempre que ello no se repita tan a menudo que os desprestigie o lesione mucho vuestros intereses. De otra manera, debéis protestar con tal energía que vuestra hacienda y vuestra honra queden a salvo.

El conde tuvo por buen consejo éste que le daba Patronio, lo puso en práctica y le fue muy bien. Viendo don Juan que este cuento era muy bueno, lo mandó poner en este libro y escribió unos versos que decían así:

Procúrate siempre muy bien guardar

del que al hacerte mal muestra pesar.

Don Juan Manuel

El Conde Lucanor

II

Enxemplo VII

De lo que aconteció a una mujer que le decían doña Truhana

Otra vez hablaba el conde Lucanor con Patronio en esta guisa (manera):

-Patronio, un hombre me dijo una razón y mostróme la manera cómo podía ser. Y bien os digo que tantas maneras de aprovechamiento hay en ella que, si Dios quiere que se haga así como él me dijo, que sería mucho de pro (favor) pues tantas cosas son que nacen las unas de las otras que al cabo es muy gran hecho además.

Y contó a Patronio la manera cómo podría ser. Desde que Patronio entendió aquellas razones, repsondió al conde en esta manera:

-Señor conde Lucanor, siempre oí decir que era buen seso atenerse el hombre a las cosas ciertas y no a las vanas esperanzas pues muchas veces a los que se atienen a las esperanzas, les acontece lo que le pasó a doña Truhana.

Y el conde le preguntó como fuera aquello.

-Señor conde -dijo Patronio-, hubo una mujer que tenía nombre doña Truhana y era bastante más pobre que rica; y un día iba al mercado y llevaba una olla de miel en la cabeza. Y yendo por el camino, comenzó a pensar que vendería aquella olla de miel y que compraría una partida de huevos y de aquellos huevos nacerían gallinas y después, de aquellos dineros que valdrían, compraría ovejas, y así fue comprando de las ganancias que haría, que hallóse por más rica que ninguna de sus vecinas.

Y con aquella riqueza que ella pensaba que tenía, estimó cómo casaría sus hijos y sus hijas, y cómo iría acompañada por la calle con yernos y nueras y cómo decían por ella cómo fuera de buena ventura en llegar a tan gran riqueza siendo tan pobre como solía ser.

Y pensando esto comenzó a reír con gran placer que tenía de su buena fortuna, y riendo dio con la mano en su frente, y entonces cayóle la olla de miel en tierra y quebróse. Cuando vio la olla quebrada, comenzó a hacer muy gran duelo, temiendo que había perdido todo lo que cuidaba que tendría si la olla no se le quebrara.

Y porque puso todo su pensamiento por vana esperanza, no se le hizo al cabo nada de lo que ella esperaba.

Y vos, señor conde, si queréis que los que os dijeren y lo que vos pensareis sea todo cosa cierta, creed y procurad siempre todas cosas tales que sean convenientes y no esperanzas vanas. Y si las quisiereis probar, guardaos que no aventuréis ni pongáis de los vuestro, cosa de que os sintáis por esperanza de la pro de lo que no sois cierto.

Al conde le agradó lo que Patronio le dijo e hízolo así y hallóse bien por ello.

Y porque a don Juan contentó este ejemplo, hízolo poner en este libro e hizo estos versos:

A las cosas ciertas encomendaos

y las vanas esperanzas, dejad de lado.

 

Don Juan Manuel

El conde Lucanor

Versión moderna