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El rollo de papiro egipcio sirvió a la humanidad
durante tres milenios y durante uno a la cultura clásica,
porque era manejable y práctico. Fue el vehículo
de expresión escrita de los egipcios y de los
escritores de Grecia y Roma, donde alcanzó tal
prestigio que se convirtió en el medio noble
de expresión de la literatura. Sin embargo presentaba
algunos inconvenientes: resultaba difícil encontrar
un pasaje concreto, era frágil, se necesitaban
ambas manos durante su lectura así como cierta
precisión para enrollarlo, y tenía una
capacidad limitada si se quería que fuese manejable.
El papiro llegó a Grecia hacia
el siglo VII a.C. Sin embargo, en la cultura griega
la materia escriptórea más abundante era
el pergamino, fabricado a partir de pieles curtidas
de animales, las cuales eran más resitentes y
fáciles de obtener que el papiro. La sustitución
del papiro por el pergamino fue definitiva en el siglo
IV d.C.
Fue en Grecia donde el libro adquirió
por primera vez su verdadera dimensión e importancia.
Por un lado, la consolidación del alfabeto griego
facilitó la técnica de escribir, además
de hacerla alcanzable a cualquier persona. Por otro,
el sistema social griego y su democracia permitían
a cualquier ciudadano libre participar en el gobierno
de la nación, siempre y cuando supiera leer y
escribir, lo que propició la extensión
de la enseñanza (los niños aprendían
en las escuelas y los adultos en los centros de estudio
e investigación como la Academia de Platón,
la Escuela Hipocrática de Cos o el Liceo de Aristóteles).
El contenido del libro se diversifica, ya no sólo
incluye textos burocráticos, sino también
obras filosóficas, literarias, etc. Las obras
dejan de ser anónimas y se reconoce la figura
del autor.
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