Después de realizar las entrevistas, llegó
el trabajo más pesado: la transcripción.
Los alumnos se dieron cuenta de que esta
fase llevaba tiempo y esfuerzo. Fue costoso copiar en el ordenador
literalmente conversaciones que muchas veces habían
sido muy largas. Luego, transformarlas en
un texto más fácil de leer, la transcripción
literaria, les pareció coser y cantar. Era cortar,
retocar, mantener el vocabulario pero era más
sencillo.
El grupo de profesores habíamos
unificado criterios. El trabajo con los textos se realizaría
aunando las frases más significativas alrededor
de unos ejes temáticos que seguían el
itinerario vital de los informantes: Recuerdos de la
guerra. La vida en el pueblo: la escuela, la casa y
la familia, el trabajo, las fiestas. Las razones de
la marcha, el viaje y la llegada. La vida en la ciudad:
la casa, la familia, los trabajos y las diversiones.
Cada grupo trabajaba su propia entrevista
y entresacaba los fragmentos que les parecían
más apropiados. Y fue cuando leyeron en
voz alta el resultado de cada tema cuando se dieron
cuenta de la información recibida. Su abuelo
no era el único en sentir esto o aquello. Todos
repetían experiencias parecidas, parecidos sufrimientos.
Distintas anécdotas pero el fondo era el mismo.
La fragmentación desapareció. Se encontraron
con unas vidas de una extrema necesidad, la imposibilidad
de estudiar, la esperanza de conseguir una vida mejor.
El trabajo, el enorme esfuerzo: sus abuelos.
El resultado ya era colectivo. |