Sala de lectura
Sala 2ª- La vida es sueño
Sala 3ª: Edipo Rey
Sala 4ª- Luces de Bohemia

En la tragedia de Sófocles, "Edipo Rey", uno de los puntos álgidos es cuando leemos el enfrentamiento entre el rey de Tebas, Edipo, que ha dictado un bando obligando a declarar a quien sepa algo de la muerte de su antecesor, y el adivino Tiresias, que sabe que Edipo es el culpable, que se está buscando a sí mismo y por tanto, como es entendible, no quiere hablar. Sófocles saca con su maestría todo el partido de la situación planteada. Tiresias es ciego, pero esto lejos de ser una debilidad le engrandece, pues "ve" más allá de lo aparente, une lo pasado con lo presente y por eso puede augurar el futuro, es un vidente. Por el contrario Edipo, cuyos ojos aún están sanos, se comporta como un ciego, pues ya se sabe: no hay mayor ciego que el que no quiere -o no sabe- ver.
Y digo que sus ojos aún están sanos porque al final de la obra Edipo se los arranca, en un desenlace terrible pero cargado de simbolismo. Cuando por fin ha visto la verdad -que por su destino estaba condenado a matar a su padre y ser esposo de su madre, con la que tendría hijos-, es tan aterradora que no resiste la mirada directa que le llenaría de vergüenza y culpabilidad. Edipo, para contemplarse en su desgracia, ya no necesita los ojos.

Cogemos de bibliotecasvirtuales los dos pasajes a los que nos referimos:

Tiresias.- Afirmo que tú eres el asesino del hombre acerca del cual están investigando.
Edipo.- No dirás impunemente dos veces estos insultos.
Tiresias.- En ese caso, ¿digo también otras cosas para que te irrites aún más?
Edipo.- Di cuanto gustes, que en vano será dicho.
Tiresias.- Afirmo que tú has estado conviviendo muy vergonzosamente, sin advertirlo, con los que te son más queridos y que no te das cuenta en qué punto de desgracia estás.
Edipo.- ¿Crees tú, en verdad, que vas a seguir diciendo alegremente esto?
Tiresias.- Sí, si es que existe alguna fuerza en la verdad.
Edipo.- Existe, salvo para ti. Tú no la tienes, ya que estás ciego de los oídos, de la mente y de la vista.
Tiresias.- Eres digno de lástima por echarme en cara cosas que a ti no habrá nadie que no te reproche pronto.
Edipo.- Vives en una noche continua, de manera que ni a mí, ni a ninguno que vea la luz, podrías perjudicar nunca.

Edipo.- No hubiera llegado a ser asesino de mi padre, ni me habrían llamado los mortales esposo de la que nací. Ahora, en cambio, estoy desasistido de los dioses, soy hijo de impuros, tengo hijos comunes con aquella de la que yo mismo -¡desdichado!- nací. Y si hay un mal aún mayor que el mal, ése le alcanzó a Edipo.

Corifeo.- No veo el modo de decir que hayas tomado una buena decisión. Sería preferible que ya no existieras a vivir ciego.

Edipo.- No intentes decirme que esto no está así hecho de la mejor manera, ni me hagas ya recomendaciones. No sé con qué ojos, si tuviera vista, hubiera podido mirar a mi padre al llegar al Hades, ni tampoco a mi desventurada madre, porque para con ambos he cometido acciones que merecen algo peor que la horca. Pero, además, ¿acaso hubiera sido deseable para mí contemplar el espectáculo que me ofrecen mis hijos, nacidos como nacieron? No por cierto, al menos con mis ojos. Ni la ciudad, ni el recinto amurallado, ni las sagradas imágenes de los dioses, de las que yo, desdichado -que fui quien vivió con más gloria en Tebas-, me privé a mí mismo cuando, en persona, proclamé que todos rechazaran al impío, al que por obra de los dioses resultó impuro y del linaje de Layo. Habiéndose mostrado que yo era semejante mancilla, ¿iba yo a mirar a éstos con ojos francos? De ningún modo. Por el contrario, si hubiera un medio de cerrar la fuente de audición de mis oídos, no hubiera vacilado en obstruir mi infortunado cuerpo para estar ciego y sordo. Que el pensamiento quede apartado de las desgracias es grato. ¡Ah, Citerón! ¿Por qué me acogiste? ¿Por qué no me diste muerte tan pronto como me recibiste, para que nunca hubiera mostrado a los hombres de dónde había nacido? ¡Oh Pólibo y Corinto y antigua casa paterna -sólo de nombre-, cómo me criasteis con apariencia de belleza, pero corrompido de males por dentro! Ahora soy considerado un infame y nacido de infames. ¡Oh tres caminos y oculta cañada, encinar y desfiladero en la encrucijada, que bebisteis, por obra de mis manos, la sangre de mi padre que es la mía! ¿Os acordáis aún de mí? ¡Qué clase de acciones cometí ante vuestra presencia y, después, viniendo aquí, cuáles cometí de nuevo! ¡Oh matrimonio, matrimonio, me engendraste y, habiendo engendrado otra vez, hiciste brotar la misma simiente y diste a conocer a padres, hermanos, hijos, sangre de la misma familia, esposas, mujeres y madres y todos los hechos más abominables que suceden entre los hombres! Pero no se puede hablar de lo que no es noble hacer. Ocultadme sin tardanza, ¡por los dioses!, en algún lugar fuera del país o matadme o arrojadme al mar, donde nunca más me podáis ver. Venid, dignaos tocar a este hombre desgraciado. Obedecedme, no tengáis miedo, ya que mis males ningún mortal, sino yo, puede arrostrarlos.

Sala 2ª- La vida es sueño
Mapa de las salas
Sala 4ª- Luces de Bohemia