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AUTORES
CRISTIANOS La
difusión del cristianismo en las regiones orientales del Imperio romano,
de lengua, cultura y tradición helénica, fue muy rápida, mientras que
en Occidente, el cristianismo llegó junto con otras religiones orientales
y no fue bien acogido en un principio. En Roma, los cristianos celebraban
sus ritos en condiciones de clandestinidad. Su condición de religión
monoteísta, que no reconocía los dioses tradicionales romanos ni
aceptaba el culto al emperador, le supuso la hostilidad tanto del pueblo
como de las autoridades políticas. La sencillez de sus ritos y
ceremonias, a su vez, fue vista con desdén por los sectores intelectuales
romanos.
La
lengua en que el cristianismo se difundía era inicialmente el
griego. Los libros sagrados del Antiguo Testamento ya estaban en
griego (Biblia de los Setenta) desde el siglo III a.C., en que los
Tolomeos habían ordenado su traducción, y los evangelios fueron escritos
directamente en griego, como es el caso del de San Juan, o fueron
tempranamente traducidos. Los primeros autores de escritos apologéticos
surgieron también en Oriente en el siglo II, y los redactaron en griego.
Cuando el cristianismo se introdujo en la propia Roma, también el griego
era la lengua propia de las primeras comunidades cristianas.
La
situación en el norte de África era algo diferente, el cristianismo se
había extendido con rapidez y la lengua más corriente era el latín; por
eso, fue allí donde se inició en el siglo II la empresa de traducir
al latín los textos bíblicos escritos en griego, lo que favoreció
la creación de una lengua latina cristiana, que tuvo notables
peculiaridades.
El
respeto hacia unos textos que se consideraban sagrados hizo que los
traductores mantuvieran una literalidad forzada, y así se
difundieron expresiones (palabras y giros sintácticos) griegas y
hebreas inusitadas en la lengua latina. Los traductores, además, debían
hacer que sus textos fuesen comprensibles a gentes de bajo nivel cultural,
de modo que excluyeron artificios y recursos literarios, adoptaron términos
de la lengua vulgar, latinizaron palabras griegas o dieron a las
palabras latinas acepciones nuevas.
Desde
entonces, con ese bagaje lingüístico inicial, en el seno del
cristianismo se comenzó a gestar un corpus de literatura, pujante
y vigorosa, que terminó por dejar huella en el conjunto de la cultura
latina hasta formar una parte de su legado, tal y como ha llegado hasta
nosotros.
Todos
los textos de los autores cristianos sirven a un mismo propósito:
la afirmación de la fe a partir de la Biblia, y particularmente
del Nuevo Testamento (los cuatro Evangelios canónicos, los Hechos
de los Apóstoles, las Epístolas y el Apocalipsis). La
difusión de la fe que se considera verdadera, la condena de los que se
apartan de ella, el ejemplo de los mártires, la alabanza de Dios, son los
motivos que inspiran este tipo de literatura tardía, aunque cada autor lo
hace desde sus principios y formación personal.
Muchos
autores cristianos recibieron su educación en las escuelas paganas,
porque el cristianismo no contó con un programa de formación propio
hasta la Edad Media. Por otra parte, el peso de la tradición y el
prestigio de los autores y géneros de épocas pasadas era muy grande como
para rechazarlos de plano. Paradójicamente los autores cristianos se
valieron de la sólida formación retórica recibida para ganar para su
causa a los espíritus más cultivados de la intelectualidad romana.
Quinto
Septimio Florente Tertuliano (155-222), nacido en el norte de
África, en Cartago, es el primer autor cristiano en lengua latina. Estaba
dotado de una sólida formación retórica y jurídica, que puso al
servicio de sus nueva fe desde el momento en que se convirtió al
cristianismo.
En su obra Ad nationes critica ferozmente el
paganismo, mientras que realiza una ardorosa defensa del cristianismo en
su Apologetica, su obra más importante, dirigida a los magistrados que persiguen a los cristianos
para reprocharles la falta de fundamento jurídico de sus medidas.
En
otras obras, como De spectaculis, De cultu feminarum, De pudicitia,
da muestras de que a lo largo de su vida su ascetismo lo fue
volviendo volvió cada vez más riguroso e intransigente.
La
obra de Tertuliano contribuyó a adaptar el latín a la filosofía
y la teología cristiana que estaban comenzando a gestarse.
Jerónimo (374-420) perteneciente a una familia
cristiana, nació en Estridón, en Dalmacia. Se formó en Roma y fue un
apasionado de la cultura clásica. Por
dificultades personales marchó
a Oriente con el fin de llevar una vida ascética. En Antioquía
aprendió la lengua griega y luego se retiró al desierto de Calcis
durante tres años para vivir como un anacoreta, dedicado a estudiar la
lengua hebrea. Después de recibir las
órdenes sagradas, viajó a Constantinopla, donde Gregorio
Nacianceno le enseñó la ciencia de la exégesis y pudo traducir obras de
Orígenes, a quien admiraba. En el
382 regresó a Roma, como secretario del papa Dámaso, quien le confió la
revisión, traducción y comentario de la Sagrada Escritura. A la muerte
del papa volvió a Oriente y se consagró a la vida ascética y a dirigir
comunidades cenobíticas, hasta que murió.
Su traducción latina de la Biblia llegaría a
convertirse en la Vulgata, la única considerada auténtica
por el Concilio de Trento (1546). A diferencia de otras
traducciones anteriores, en la suya no siguió una literalidad estricta,
sino que intentó mantener un sentido fiel al original. Su estilo de una gran sencillez y utiliza una lengua vulgar, pero
correcta.
Marco
Aurelio Prudencio Clemente (348-415 d.C.) era hispano, nacido en
Calahorra (Calagurris). Fue profesor de retórica y ejerció como
abogado. Desempeñó cargos en la administración provincial, sirvió en
el ejército, y formó parte de la corte de Teodosio el Grande y de
Honorio.
Es
el primer poeta que integra su obra en la nueva visión cristiana de la
vida. Su vocación poética fue muy tardía; se consagró a ella a los
cincuenta años, considerando que la poesía era el único medio de que
disponía para agradar a Dios e instruir a sus hermanos en la fe, y así
obtener la salvación eterna.
Cathemerinon
(Cantos cotidianos) es una colección de doce himnos: siete
dedicados a las solemnidades del día, uno de carácter fúnebre y cuatro cantos
dedicados al ayuno y a las festividades.
Peristephanon (Coronas
poéticas en honor de los mártires) son catorce poemas que celebran
la gloria de los mártires.
Apotheosis
(Divinización de Cristo) es un poema didáctico en el que
defiende la divinidad de Cristo.
Hamartigenia
es
otro poema didáctico que trata sobre la naturaleza y el origen del pecado.
Psycomachia
es un poema alegórico que narra la lucha que en el interior del alma
se libra entre los vicios y las virtudes.
Contra
Symmachum es un poema apologético en dos libros escritos en un
momento en el que se estaba produciendo en Roma una reacción del
paganismo.
Aurelio
Agustín (354-420) nació en Tagaste (Numidia), de una familia noble. Su
padre era pagano y su madre cristiana. En su juventud, Agustín profesó
el maniqueísmo. Estudió en Madaura, patria de Apuleyo, y en Cartago. En
Tagaste abrió una escuela de retórica; y luego ejercería como profesor
de retórica en Roma y Milán. En esta última ciudad conoció a San
Ambrosio, quien lo indujo a convertirse al cristianismo y lo bautizó en
el 387, a los treinta y dos años (junto con un hijo habido de una amante
en Cartago). Retornó a su ciudad natal en el 388, vendió sus bienes y
fundó una comunidad fraternal dedicada al trabajo y a la oración (sus
directrices, inspiradas en sus propias obras, serían el germen de reglas
religiosas posteriores). En el 391 se estableció en Hipona; fue ordenado
sacerdote en el 391, y nombrado obispo en el 396. Murió durante el asedio
de la ciudad por los vándalos.
El
pensamiento de San Agustín, más teológico que filosófico, se
centra en dos temas fundamentales: Dios y el destino del hombre, al
que pierde el pecado y salva la gracia divina. De esos temas dejó
constancia en las numerosas obras que gracias a su abrumadora capacidad
literaria escribió.
En
sus Confessiones, obra en la que hace despliegue de todo su
saber retórico, expresa con un sincero lirismo el drama de su conversión,
el rechazo de su turbulenta juventud y la gratitud hacia Dios. Aunque su
composición no es sistemática, las Confessiones permiten seguir,
en la persona de San Agustín, la transición de la cultura antigua a
la filosofía y a la teología cristianas.
La
proliferación de herejías en su época (maniqueos, donatistas,
pelagianos, etc.) hizo que dedicase muchas obras a favorecer la
consolidación de la fe católica. También
defendió el cristianismo de la crítica que le hicieron los paganos de
haber ocasionado la caída del Imperio Romano en su obra De civitate
Dei (La Ciudad de Dios), que llegó a convertirse en
una síntesis doctrinal del cristianismo.
Isidoro
(560-636) pudo nacer en Cartagena o en Sevilla, es un dato incierto, pero
fue educado en esta última ciudad por su propio hermano Leandro, obispo
de Sevilla, a quien sucedería en la cátedra episcopal en el 601.
Presidió dos concilios (Sevilla, 619, y Toledo, 633). Escribió obras de carácter
dogmático (Contra Iudaeos), sobre teología bíblica (Quaestiones
in Vetus Testamentum), sobre liturgia y disciplina de la Iglesia (De
ecclesiasticis officiis). Entre sus obras de carácter profano,
destacan las obras historiográficas (Historia Gothorum, De viris
illustribus), y las gramaticales (Differentiarum libri, Synonimorum
libri), y sobre todo sus Etymologiarum libri, una
especie de enciclopedia en veinte libros, una de las obras de mayor
divulgación durante la Edad Media.
Las
obras de Isidoro de Sevilla no destacan por su originalidad ni por su
estilo brillante; lo que sobresale en ellas son las dotes de pedagogo,
la claridad expositiva y un estilo sobrio y preciso.
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La
negación de Pedro, relieve de un sarcófago cristiano, Museo
Lateranense, Roma |
La
ciudad de Jerusalén en un mosaico (s. VI d.C.), Madaba, Jordania |
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Bajorrelieve
e inscripción en griego en una lápida (s. III) de las catacumbas
de San Calixto, Roma |
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Jesucristo
representado como buen pastor (s. III), fresco de las
catacumbas de Santa Priscila, Roma |
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Catacumbas
de San Calixto, Roma |
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El
bautismo de Constantino, de la escuela de Rafael, Museos
Vaticanos, Roma
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Placa
de marfil que alude a la familia de los Símmacos (s. IV-V)
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San
Jerónimo escribiendo, anónimo, Museo Lázaro Galdiano, Madrid
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Monograma
cristiano
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San
Agustín en un fresco del S. V
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Llegada
de San Agustín a Milán, fresco de Benozzo Gozzoli (s. XV),
Iglesia de San Agustín, San Gimignano
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San
Isidoro de Sevilla
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