Amontone otro riquezas (I 1, 1-18) |
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Amontone
otro para sí riquezas de brillante oro y posea muchas yugadas de suelo
cultivado; que a ése su afán cotidiano le traiga el miedo cuando esté cerca
el enemigo y que los sones de la trompeta de Marte le quiten el sueño. A mí lléveme
mi pobreza por una vida ociosa mientras brille mi hogar con acostumbrado fuego. Yo mismo, labrador, plantaré las
tiernas vides en el momento adecuado y los crecidos frutos con diestra mano. Y
no me abandone la esperanza, sino que me proporcione siempre montones de frutos
y pingües mostos en el repleto lagar. Pues siento veneración si un tronco
solitario en el campo o una vieja piedra en la encrucijada tienen floridas
guirnaldas, y cualquier fruto que me ofrece el nuevo año es colocado como
ofrenda a los pies del dios agrícola. Rubia Ceres, toma para ti una corona de espigas arrancada de mi terruño para que cuelgue ante las puertas de tu templo y que Príapo, el rojo guardián, se alce en los huertos cargados de frutas para espantar a las aves con su cruel hoz. (Trad. Juan Luis Arcaz) |
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