Presentación de Lucio (El Asno de Oro, I 1-2) |
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Lector,
quiero hilvanar para ti, en esta charla milesia, una serie de variadas
historias y acariciar tu oído benévolo con un grato murmullo; dígnate
tan sólo recorrer con tu mirada este papiro egipcio escrito con la fina
caña del Nilo y podrás admirar a criaturas humanas que cambian de forma
y condición, y, viceversa, que posteriormente recobran su primitivo
estado. Empiezo. ¿Quién
te habla? Muy brevemente, entérate. El
ático Himeto, el istmo de Efirea y el espartano Ténaro, tierras felices,
celebradas para siempre por una literatura todavía más feliz, son la
antigua cuna de mi raza. Allí
aprendí el griego, primera conquista de mi infancia. Trasladado
luego a la capital del Lacio para seguir los estudios de los ciudadanos
romanos, tuve que emprender el estudio de su lengua nativa con ímprobo
trabajo y sin la dirección de un maestro. Ya de antemano te pido perdón, si luego, narrador sin gracia, tropiezo y uso algún giro exótico o extraño. Por lo demás, este mismo cambio de idioma concuerda con la materia que cultivo: el arte de las metamorfosis. Empieza
una fábula de origen griego. Atención,
lector: te gustará. Iba
yo camino de Tesalia. --Pues también, por línea materna, soy
oriundo de allí y es para nosotros título de orgullo contar entre
nuestros antepasados al célebre Plutarco y luego a su sobrino el filósofo
Sexto.-- Iba yo, pues, a Tesalia por cuestión de negocios.
Tras recorrer altas montañas, húmedos valles, frescas praderas y
campos de cultivo, mi caballo, un caballo del país y todo blanco, se
hallaba extenuado; cansado yo también de ir sentado, quiero estirar las
piernas y echo pie a tierra: seco el sudor de la caballería con unas
hojas, doy un cuidadoso masaje a su frente, acaricio sus orejas, le quito
los frenos, me pongo a caminar muy despacito para darle tiempo a disipar
su cansancio descargando su vientre según natural necesidad.
Mientras la caballería con la cabeza gacha y de lado busca en
movimiento su pasto sobre las praderas recorridas, me sumo, como tercero,
a dos compañeros de ruta que casualmente iban delante a muy poca
distancia. Al prestar oído
por captar su conversación, uno de ellos, estallando de risa: «Ahórrate
--exclama-- unas mentiras tan absurdas, tan disparatadas.» Al
oír esta exclamación y, además, sediento de novedades, interrumpo: «Ponedme
al tanto de vuestra conversación; no soy un entrometido, pero me gustaría
saberlo todo o, al menos, todo lo posible; al propio tiempo, la ruta
pendiente que iniciamos se aliviará con la amenidad de una bonita
historia.» (Trad. Lisardo Rubio) |
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