SAN AGUSTIN

VIDA Y OBRA

Aurelio Agustín (354-420) nació en Tagaste (Numidia), de una familia noble. Su padre era pagano y su madre cristiana. Realizó brillantes estudios en Madaura, patria de Apuleyo, y en Cartago, y como sentía inquietudes religiosas  se adhirió al maniqueísmo, una doctrina que reunía elementos cristianos y zoroástricos, y se basaba en la oposición de los principios del Bien y del Mal. En Tagaste abrió una escuela de retórica; también ejercería como profesor de retórica en Cartago, y seguiriá ejerciendo como retor cuando marchó a Roma y, más tarde, a Milán. En esta última ciudad conoció a San Ambrosio, quien lo indujo a convertirse al cristianismo y lo bautizó en el 387, a los treinta y dos años (junto con un hijo habido de una amante en Cartago). Retornó a su ciudad natal en el 388, vendió sus bienes y fundó una comunidad fraternal dedicada al trabajo y a la oración (sus directrices, inspiradas en sus propias obras, serían el germen de reglas religiosas posteriores). En el 391 se estableció en Hipona; fue ordenado sacerdote en el 391, y nombrado obispo en el 396. Murió durante el asedio de la ciudad por los vándalos. 

El pensamiento de San Agustín, más teológico que filosófico, se centra en dos temas fundamentales: Dios y el destino del hombre, al que pierde el pecado y salva la gracia divina. De esos temas dejó constancia en las numerosas obras que, gracias a su abrumadora capacidad literaria, escribió.

En su retiro de Milán, tras su conversión, Agustín escribió una serie de diálogos filosóficos, de los que son ejemplo Contra los Académicos, Sobre la felicidad (De vita beata) y, sobre todo, sus Soliloquios, un diálogo dramático entre Agustín y la Razón acerca de las aspiraciones del hombre.

Sus Confessiones son una obra de carácter autobiográfico, en la que hace despliegue de todo su saber retórico. Expresa con un sincero lirismo el drama de su conversión, el rechazo de su turbulenta juventud y la gratitud hacia Dios. Aunque su composición no es sistemática, las Confessiones permiten seguir, en la persona de San Agustín, la transición de la cultura antigua a la filosofía y a la teología cristianas. 

Son obras de carácter dogmático, en las que destaca su misión sacerdotal por encima de las preocupaciones literarias, las Cartas y los Sermones.

La proliferación de herejías en su época (maniqueos, donatistas, pelagianos, etc.) hizo que dedicase muchas obras a favorecer la consolidación de la fe católica. También defendió el cristianismo de la crítica que le hicieron los paganos de haber ocasionado la caída del Imperio Romano en su obra De civitate Dei (La Ciudad de Dios), que llegó a convertirse en una síntesis doctrinal del cristianismo