Poema de Mío Cid

(Per Abat firma el manuscrito en 1307)

El poema de mio Cid narra las hazañas de Rodrigo Díaz de Vivar, un caballero castellano que vivió en el siglo XI y al que los árabes dieron el nombre de Cid Campeador.

El poema consta de tres partes o cantares: el Cantar del destierro, el Cantar de las bodas y el Cantar de la afrenta de Corpes.

El Cid, injustamente desterrado de Castilla por el rey Alfonso VI, sale del pueblo de Vivar en compañía de su familia y sus fieles caballeros. A su paso por Burgos nadie se atreve a darle albergue, ya que el rey lo ha prohibido amenazando con severas penas a quien le ofreciera ayuda. El Cid se dirige al monasterio de San Pedro de Cardeña, donde, con gran dolor, deja a su esposa doña Jimena y a sus dos hijas: doña Elvira y doña Sol.

Una vez fuera de Castilla, el Cid emprende una serie de campañas militares contra árabes y contra cristianos, que le van a procurar fama, tierras y riquezas.

El Cid se dirige a Valencia, que estaba en poder de los moros, y logra conquistarla. Envía entonces presentes al rey de Castilla y le ruega que permita a su familia reunirse con él en Valencia. El rey accede a esta petición y levanta el castigo que pesaba sobre el Campeador y sus hombres.

Se celebran grandes festejos en Valencia para darle la bienvenida a la esposa y las hijas del Cid. Mientras tanto, el rey de Marruecos manda una expedición para recuperar la ciudad. El Cid derrota a los moros y consigue mantener Valencia en poder de los cristianos.

Deseosos de las riquezas del Cid, dos caballeros castellanos, los infantes de Carrión, piden en matrimonio a doña Elvira y doña Sol. Las bodas se celebran solemnemente y el monarca concede el perdón real al Cid por su lealtad.

Los infantes de Carrión muestran pronto su cobardía, primero ante un león que se escapa del palacio del Cid, después en la lucha contra los árabes.

Sintiéndose humillados, los infantes deciden vengarse. Para ello emprenden un viaje hacia Carrión con sus esposas y, al llegar al robledal de Corpes, las azotan y las abandonan allí desfallecidas.

Conocida la infamia, el Cid pide justicia al rey. Se realiza entonces un duelo, en el que los guerreros del Cid vencen a los infantes. Éstos quedan deshonrados y sus bodas, deshechas. El Cantar termina con el proyecto de boda de las hijas del Cid con los infantes de Navarra y de Aragón.