Inspiración para la sátira (Sat. I, 69-89) |
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Me
sale al encuentro una matrona de alcurnia que suministra al marido sediento una
mezcla de vino de Cales y de pulmón de sapo, ella, otra Lucusta de más categoría,
que adiestra a las vecinas para que, entre la habladuría de las gentes, saquen
a enterrar a sus maridos cubiertos de lívidas manchas. Si quieres ser alguien
has de atreverte a algo que merezca la pequeña Gíaro o la prisión. Alabamos
la honradez, pero tirita de frío. Los jardines, los castillos, las mesas
taraceadas y la copa de plata, un trabajo ya antiguo, con un chivo en
altorrelieve, todo esto se debe a los crímenes. ¿A quién deja dormir el
corruptor de una nuera avarienta? ¿A quién las prometidas torpes y el adúltero
revestido de toga? ¡Si el ingenio los niega, los versos los dicta la indignación,
y los escribe como puede, parecidos a éstos míos o a los de Cluvieno! Desde que Deucalión, cuando las lluvias torrenciales elevaron las aguas, escaló con su nave la cima para consultar el oráculo, desde que los peñascos se ablandaron y recibieron poco a poco el calor de la vida y Pirra exhibió a los hombres las muchachas desnudas, lo que desde entonces ocupa a los hombres, el deseo, el temor, la ira, el placer, los goces, los discursos, todo ello se revuelve en este libro. ¿Cuándo fue más copiosa la abundancia de vicios? ¿Cuándo la avaricia mostró un regazo mayor? ¿Cuándo el juego de azar agitó más los ánimos? (Trad. Manuel Balasch) |
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