PROPERCIO

¡Oh, feliz de mí! (Elegías II 15 )

¡Oh, feliz de mí! ¡Oh noche para mí resplandeciente! / Y ¡oh tálamo, dichoso a causa de mis placeres! / ¡Cuántas palabras nos contamos a la luz de la lámpara / y cuánta lucha hubo cuando fue quitada la luz! / Ya luchaba conmigo con sus pechos desnudos, / ya se demoraba cubriéndose con la túnica. / Ella abrió con su boca mis ojos que se cerraban de sueño / y dijo: «¿Así yaces, perezoso?». / ¡Qué variados abrazos cambiaron nuestros brazos! / ¡Y cuánto se demoraron mis besos en tus labios! / No sirve arruinar el acto del amor haciéndolo a ciegas; / por si no lo sabes, en el amor los ojos son los guías. / El mismo Paris, se cuenta, se rindió por la espartana desnuda / cuando ésta se erguía del lecho de Menelao; / se dice también que, sin ropas, Endimión cautivó a la hermana de Febo / y que yació con la diosa desnuda. / Pero si persistiendo en tu ánimo te acuestas vestida, / una vez desgarrado tu ropaje, tendrás que soportar mis manos: / inclusive más, pues si la pasión me lleva más lejos, / mostrarás a la madre los brazos golpeados. / Los pechos caídos aún no te impiden jugar: / que de eso alguna se cuide si le vergüenza haber dado a luz. /  Mientras nos lo permitan los hados, saciemos los ojos con amor: / ya una larga noche viene para ti y el día no ha de volver. / ¡Y ojalá que, adheridos de este modo, quieras que nos encadenemos / de manera que ningún día nunca nos separe! / Te sirvan de ejemplo las palomas enlazadas en el amor, / el macho y la hembra en total connubio. / Se equivoca aquel que busca la extinción de un loco amor; / el verdadero amor no conoce límite alguno. / Antes burlará la tierra con falso fruto a quienes aran / y más rápidamente el Sol agitará sus negros caballos / y los ríos comenzarán a llevar aguas a su naciente / y el pez estará árido en seco abismo, / que pueda referir a otra mis angustias; / seré de ésta mientras viva; de ésta, muerto. / Mas si quisiera concederme tales noches consigo, / inclusive un año de vida me sería largo; / si ésta me concediera muchas, en ellas me haría inmortal: / en una sola noche, cualquiera puede ser un dios. / Si todos ambicionaran correr semejante vida / y yacer con los miembros pesados a causa del mucho vino, / no existiría el hierro cruel, ni la nave de guerra, / ni el mar de Accio agitaría nuestros huesos, / ni Roma, tantas veces conmovida entorno por sus propios triunfos, / estaría cansada, en señal de duelo, de soltar sus cabellos. / Estas cosas, por cierto, podrán alabar con razón quienes nos sigan: / nuestros combates no dañaron a ninguna deidad. / ¡Tú, ahora, mientras haya luz, no dejes el fruto de la vida! / Aunque dieras todos los besos, darías pocos. / Y así se han desprendido de las marchitas corolas los pétalos / que, esparcidos por todas partes, ves nadar en las copas, / así a nosotros que amantes hoy aguardamos lo más grande, / quizá el día de mañana pondrá fin a nuestras vidas.

(Trad. H. F. Bauzá)

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Comprensión del texto

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