El Lar familiar (Aulularia 1-38) |
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Que nadie se pregunte quién soy: voy a
decirlo en pocas palabras. Soy el Lar doméstico de esta casa de donde me habéis
visto salir. Hace ya muchos años que habito en medio de estas paredes y que las
poseo; desde los tiempos del abuelo y del padre del que, en la actualidad, aquí
reside. Pero resulta que su abuelo me confió, con el mayor secreto, una buena
cantidad de oro y, a escondidas de todos, la enterró en medio del hogar y me
suplicó que se la guardara. El hombre murió y, ved su avaricia: nunca quiso
revelar el secreto ni a su propio hijo. Prefirió dejarle sin recursos —¡a su propio hijo!—
antes que indicarle el escondrijo del tesoro. Le dejó un pequeño pedazo de
tierra para que viviera, no sin sufrimientos y con toda clase de privaciones.
Después que hubo muerto el que me confió el oro, comencé a observar si el
hijo me trataría con mayor consideración que su padre. Pero, por lo que a él
se refiere, la cosa anduvo todavía peor; cada día se preocupaba menos de mí
y de rendirme culto. En respuesta, yo hice lo mismo con él: murió tal como había
vivido. Dejó un hijo, éste que
vive aquí ahora, que tiene el modo de ser igual al de su padre y su abuelo.
Tiene una hija única, que cada día me hace ofrendas de incienso, de vino o de
cualquier otra cosa; me obsequia con coronas. En atención a ella, hice que
Euclión, su padre, encontrara el tesoro con el fin de poder darla en matrimonio
más fácilmente, si la joven quería. Pues ella ha sido deshonrada por un joven
que goza de muy buena posición. Este
joven no ignora quién es la doncella a la cual deshonró. Ella, en cambio, lo
desconoce, y también que su hija haya sido violada. Hoy voy a hacer que el
viejo vecino de al lado (señalando la casa de Megadoro) la pida en
matrimonio, y voy a hacerlo para que el joven que la deshonró pueda, con
facilidad, casarse con ella. Precisamente, el viejo que va a pedirla en
matrimonio es tío del joven que la violó, de noche, en la víspera de las
fiestas de Ceres. Pero ved ahora al viejo, ahí dentro, dando gritos, como
acostumbra siempre. Echa fuera de la casa a su vieja esclava para que no logre
saber el secreto. Y pienso que quiere inspeccionar su oro, no vaya a suceder que
se lo roben. (Trad. Eduardo Solá) |
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