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Todos
los géneros literarios latinos se desarrollaron según modelos
griegos. Los autores latinos aceptaban la supremacía de los autores
griegos y asumieron la idea de que debían imitarlos. En este
sentido se puede considerar que la literatura latina es una
continuación de la griega.
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En
la civilización romana, fue el poeta Horacio quien recogió las
teorías griegas referentes a la creación literaria, en su Epístola
a los Pisones, también conocida como Arte poética,
propugnando una imitación sin servilismos de los autores y las
obras de la Grecia clásica.
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Los
autores latinos no sintieron el deseo de oponer a la cultura griega
una cultura «nacional». Aunque los romanos fueron poco originales,
esto no se advirtió hasta el siglo XVIII, en que se pudo observar
que imitaban servilmente a los griegos.
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La
historiografía griega
conlleva una visión del
mundo racionalista: el historiador debe tratar de justificar el
porqué de los hechos ocurridos. Los romanos, a partir de Polibio,
rechazarían totalmente esa visión griega de la historia, porque a
ellos sólo les interesaba falsear la historia eliminando todo
aquello que perjudicase su poderío presente.
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Los
analistas primitivos escribieron sus obras históricas en griego,
y no en latín, por el hecho de que la lengua de los griegos era la
connatural del género histórico.
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Julio
César
(100-44 a.C.) fue importante como militar, y como estadista creó
los cimientos del futuro sistema imperial romano al final de la República.
En lo que atañe a su faceta literaria, por los escasos
restos conservados sabemos que sus inquietudes abarcaron diversos géneros:
retórica, epistolografía, poesía, etc.; pero, sobre todo, destaca
como historiador.
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Los
Comentarios sobre la Guerra de las Galias narran en primera
persona las campañas que el propio César dirigió para la
conquista de las Galias (entre los años 58-52 a.C.); los Comentarios
de la Guerra Civil, relatan, también en primera persona, los
sucesos ocurridos durante la guerra librada entre César y su rival,
Pompeyo (años 49-48 a.C.).
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Para
el historiador Salustio, a quien se deben las obras La Guerra de
Yugurta y La Conjuración de Catilina, hay una idea
central: que la virtus hizo grande a Roma, y que su
descomposición, de la que considera responsable a la aristocracia
romana, ha traído la debilidad
y la inmoralidad al Estado.
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La
obra Historia
de Roma desde su fundación (Ab
urbe condita) corresponde al historiador Tito Livio. Esta
obra se conoce también como Breviarium
ab urbe condita,
porque era una narración en
142 libros de acontecimientos ocurridos desde la fundación de la
ciudad en el 753 a.C. hasta el 9 a.C.
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Otro
historiador importante es Tácito, de quien se conservan
(incompletas) las Historias
y los Annales, entre otras obras. Tácito pone
su arte al servicio del análisis histórico, creando una
historia llena de patetismo y de efectos estéticos que ponen
su relato muy próximo a la tragedia.
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La
oratoria es el arte de hablar ante un auditorio con el fin de
agradarle y persuadirlo en algún sentido. El orador es el artífice,
quien elabora y pronuncia el discurso. El conocimiento y dominio de
las reglas de este arte, denominadas en su conjunto exordium,
es la elocuencia.
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Aristóteles
clasificó los discursos según su objeto, y estableció tres tipos:
judicial (iudiciale), deliberativo (deliberativum) y (demostrativum).
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De
las partes de la retórica, la inventio es la fase en la
que el orador extrae las posibilidades de desarrollo de las ideas
verdaderas, o verosímiles, que le permitan probar su causa.
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El
orador pronunciaba un discurso que constaba
de cuatro partes. En la primera, tenía que
convencer (persuadere) al
auditorio; en la segunda, debía instruirlo o demostrar (docere);
en la tercera tenía que deleitar (delectare); y en la
cuarta, estaba obligado a impresionar (movere).
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Entre
los discursos políticos de Cicerón, aquellos que fueron
pronunciados ante el Senado o ante la Asamblea del pueblo, destacan
las Verrinas, una serie de discursos con los que
consiguió abortar la conjuración de Verres durante el año de su
consulado, y las Antoninianas, 17 discursos con los
que intentó frenar la subida al poder de Marco Antonio.
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En
la primera oratoria romana el estilo era natural; los oradores
improvisaban sus discursos más preocupados por el contenido de lo
que exponían que por la forma, tal y como expresa la siguiente
frase atribuida a Marco Porcio Catón, representante de esta
corriente: Rem tene verba sequentur.
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Con
el advenimiento del nuevo régimen imperial, aunque las asambleas populares
quedaron desvirtuadas, el Senado ganó muchas competencias,
asignadas por el emperador. Como consecuencia, la oratoria se siguió
cultivando sobre los preceptos de Cicerón, aumentando el prestigio
de los rétores y su influencia en la política de Roma.
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Forman
parte del género épico poemas narrativos extensos, que refieren
acciones bélicas y hazañas notables realizadas por personajes
heroicos, en los que también intervienen divinidades.
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El
género épico, o epopeya, cuando llegó a Roma se convirtió en
obra de autores individuales, que tienen una intención determinada
previamente y manejan los recursos de un arte sometido ya a reglas
fijas. Se pasó, pues, de una épica tradicional y oral, como era la
griega, expresión de una colectividad, a una épica culta y
escrita, obra de artistas con conciencia de autor.
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Livio
Andronico (segunda mitad del siglo III a. C.) fue un griego
hecho prisionero en la toma de Tarento. Su dueño, Marco Livio Salinátor,
lo puso como preceptor de sus hijos, y más tarde lo liberó por sus
méritos. Adaptó al latín la Odisea de Homero en el
tosco verso saturnio.
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La
métrica griega y la latina se basan en un ritmo silábico, dado que
las palabras están compuestas en esas lenguas de sílabas largas o
breves. Los poetas ordenan las palabras en cada verso de modo que se
adapten a un determinado número de sílabas. Uno de los esquemas es
el hexámetro, que consta de seis sílabas.
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Virgilio,
que no era romano de nacimiento, siempre se opuso al movimiento
promovido por Augusto en pro de una restauración moral y cívica en
Roma. El emperador, no obstante, por mediación de Mecenas, le
impuso que escribiera un poema nacional que vinculase a la familia
imperial con Eneas, el héroe troyano; el resultado fue el poema épico
titulado Eneida.
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La Eneida comprende doce libros,
en los que se cuentan las penalidades por las que tiene que pasar su héroe,
Eneas, para cumplir la misión que el destino le ha encomendado como
representante idealizado de un pueblo, misión que no es otra que
refundar Troya. Los seis primeros libros constituyen una especie de Ilíada,
pues narran las peripecias de Eneas, desde su huida de Troya hasta
su arribada a Italia, mientras que los seis restantes son una especie de
Odisea ya que relatan las guerras de Eneas en suelo itálico para
conseguir establecer allí la raza troyana.
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Antes
de morir, consciente de que su obra quedaba incompleta, y como tal,
imperfecta, Virgilio pidió a sus amigos que la destruyeran; pero el
propio Augusto intervino para que su voluntad no se cumpliera.
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Julio
César había alentado la leyenda de que la gens Iulia descendía
de Julo, hijo de Eneas y Venus. Octavio Augusto, como hijo de César,
estaba interesado en legitimar su poder mostrándose como descendiente
del troyano Eneas y de una divinidad.
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