Los romanos comían tres o cuatro veces al día; desayuno, almuerzo, merienda y cena, es decir, muy parecido a nosotros hoy en día.

Sobre las siete u ocho de la mañana, se tomaba un modesto desayuno. El almuerzo también era ligero: legumbres, pescado, huevos y frutas. La merienda solo la tomaban en verano los campesinos que trabajaban de sol a sol para aguantar mejor las horas de duro trabajo. La comida principal era la cena, que se hacía en familia, al final de la jornada. Los romanos opinaban que el mayor placer de la vida residía en las conversaciones en torno a las cenas.

Las invitaciones a los amigos tenían una función social y familiar de primer categoría. Los invitados llegaban a la casa con bastante antelación y pasaban a una gran sala en la cual los anfitriones tenían expuesta la vajilla para el gran banquete y les iban contando a cada uno de los invitados, a medida que iban llegando, la procedencia de cada una de las piezas de valor, principalmente de la vajilla de plata. Esta vajilla era la que utilizarían después para la comida servida por los esclavos. Colador de plata
Cuenco de Plata

Dentro de la casa la gran sala que se utilizaba de comedor era el triclinium, nombre que proviene de los tres lechos que se colocaban en torno a la mesa, pues los romanos acostumbraban a comer recostados. Los comensales comían con la mano derecha y apoyaban el codo izquierdo sobre almohadas.

Aquellos que se lo podían permitir tenían una auténtica pasión por las vajillas lujosas de poro, plata, ágata, ónice o cristal. Eran muy apreciadas las que procedían de Oriente. En los grandes banquetes el vino se servía en ricas copas de cristal o de metales nobles (a veces recubiertos con piedras preciosas), de formas muy variadas.

Aunque se pueda pensar lo contrario, no es muy común encontrar vajilla de plata en las excavaciones arqueológicas puesto que, de la misma manera que ocurre con las monedas, los habitantes de una viviendas se la llevaron consigo cuando abandonar el lugar.

La mayor parte de las piezas de plata que conservamos han sido halladas de forma fortuita en lugares alejados de las ciudades, posiblemente en el mismo escondrijo en que lo dejó su dueño.

Por cierto, ¿sabías que lo romanos no conocían el tenedor?...