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savonarola  y  florencia  a  finales  del  siglo  xv. -

        En esa época … la vida intelectual de Italia gira alrededor de una sola ciudad … En esa ciudad hay más intelectuales de los que cualquier persona puede necesitar. Genios. Eruditos. Pensadores que apuntan a las grandes respuestas de las grandes preguntas. Autodidactas que han aprendido lenguas muertas que nadie más conoce. Filósofos que combinan pasajes religiosos de la Biblia con ideas sacadas de textos romanos y griegos, de la mística egipcia, de manuscritos persas tan viejos que nadie sabe cómo fecharlos. La vanguardia absoluta del humanismo. …

        En mi mente aparece la cúpula de Santa Maria del Fiore. Florencia, digo. (...)

En cualquier otra disciplina tienes a los nombres más grandes de Europa. En arquitectura, tienes a Brunelleschi, que consiguió la cúpula de catedral más grande que se había visto en mil años. En escultura tienes a Ghiberti, creador de un conjunto de relieves tan bello que se le conoce como las Puertas del Paraíso. Y tienes al ayudante de Ghiberti, que crece hasta convertirse en el padre de la escultura moderna: Donatello. (...)

        La concentración de genio más grande en la historia del arte occidental, y toda en esta pequeña ciudad. Aplicaron nuevas técnicas, inventaron nuevas teorías de la perspectiva, y transformaron la pintura, que pasó de ser un simple oficio a ser una ciencia y un arte. Debió de haber una docena de pintores como Alberti, pintores que habrían sido considerados de primer nivel en cualquier parte del mundo. Pero en esta ciudad, son de segunda. Porque deben competir con los gigantes. Masaccio. Botticelli. Miguel Ángel.

        ¿Científicos? ¿Qué me dices de Leonardo da Vinci? ¿Políticos? Ahí está Maquiavelo. ¿Poetas? Boccaccio y Dante. Y muchos de estos tipos eran contemporáneos. Y además de todo eso, ahí tienes a los Médicis, una familia tan rica que podía permitirse patrocinar a tantos artistas e intelectuales como produjera la ciudad.

        Todos ellos juntos en la misma ciudad, y casi al mismo tiempo. Los mayores héroes culturales de toda la historia de Occidente se cruzaban por la calle, se conocían, algunos se tuteaban. Hablaban entre sí, competían, se influenciaban y se empujaban mutuamente para obligarse a ir más lejos de lo que hubieran podido llegar solos. Y todo eso en un lugar donde la belleza y la verdad eran reyes, donde las principales familias se enfrentaban por ver quién podía encargar el mejor arte, quién podía subsidiar a los más brillantes pensadores, quién podía ser dueño de la biblioteca más grande. (...)

        Luego, en los últimos años del siglo quince, … ocurre algo incluso más sorprendente. Algo que todo erudito del Renacimiento conoce, ... A finales de 1400, un monje dominico fue enviado a Florencia para unirse a un monasterio llamado San Marco: Savonarola.

        El gran predicador evangélico que, tratando de restaurar la fe de la ciudad, azuzó a Florencia durante el cambio de siglo. (...)

Savonarola es un tipo que se fija un objetivo y lo persigue en línea recta. La línea más recta que verás jamás. Y cuando llega a Florencia, comienza a predicar. Le dice a la gente que su comportamiento es malvado, su cultura y su arte profanos, su gobierno injusto. Dice que Dios los mira con malos ojos. Les dice que se arrepientan. (...)

        Sí, sé cómo suena, pero Savonarola tiene razón. En cierto modo, el Renacimiento es una época sin dioses. La iglesia está corrupta. El papado es un puesto político. (...) Ese es el mundo del mo­mento: un mundo en que se sospecha que el Papa es un asesino. Y eso era sólo el comienzo: se temían que había cometido sadismo, incesto, cualquier cosa que se te pueda ocurrir.

        Mientras tanto, a pesar de todo su vanguardismo en el arte y en los estudios, Florencia está en estado de constante agitación política. En las calles, las facciones se pelean, las familias más notables conspiran contra las otras para ganar poder y, aunque la ciudad es supuestamente una república, los Médicis lo controlan todo. La muerte es algo normal, la extorsión y la coerción lo son todavía más, la injusticia y la desigualdad son la regla de la vida. Se trata de un lugar bastante incómodo, con­siderando las cosas tan bellas que produjo.

        Así que Savonarola llega a Florencia y ve el mal dondequiera que mira. Urge a los ciudadanos a que limpien sus vidas, a que dejen el juego, a que comiencen a leer la Biblia, a que ayuden a los pobres y den comida a los hambrientos. En San Marcos, comienza a ganar seguidores. Incluso algunos de los principales humanistas lo admiran. Se dan cuenta de que es un tipo culto y versado en filosofía. Poco a poco, Savonarola va en ascenso. (...)

        Desafortunadamente para los Medicis, su último heredero, Piero, era un ingenuo. Era incapaz de gobernar la ciudad. La gente comenzó a reclamar libertad, lo cual era un grito sagrado en Florencia, y al final los Médicis fueron expulsados. (...) y las otras familias principales se reunieron para discutir acerca de un nuevo gobierno para Florencia. El único problema era que nadie confiaba en nadie. Al final terminaron por ponerse de acuerdo en darle a Savonarola una posición de autoridad. Él era el único incorruptible, y eso lo sabía todo el mundo.

        Así que la popularidad de Savonarola crece todavía más. La gente comienza a tomarse a pecho sus sermones. Los tenderos comienzan a leer la Biblia en su tiempo libre. Los jugadores dejan de hacer ostentación de sus partidas de cartas. La bebida y el desorden parecen entrar en decadencia. Pero Savonarola se da cuenta de que el mal persiste. Así que lleva su programa de mejoras cívicas y espirituales un paso más allá. (...)

        En febrero de 1497 y se acerca la Cuaresma. Ahora bien, la tradición era ésta: puesto que la Cuaresma era un periodo de ayuno y abnegación, los días inmediatamente anteriores eran un periodo de celebración, un gigantesco festival, de manera que la gente pudiera disfrutar antes del comienzo de la Cuaresma. Igual que ahora, ese periodo se llamaba Carnaval. Puesto que los cuarenta días de la Cuaresma comienzan siempre el Miércoles de Ceniza, el Carnaval culmina el día antes: el Martes Gordo, o Mardi Gras. (...)

        El Carnaval en Florencia era un periodo de gran desorden, ebriedad, libertinaje. Había pandillas de jóvenes que cerraban las bocacalles y obligaban a la gente a pagar peajes para pasar. Luego se gastaban el dinero en alcohol y en juego. Cuando ya estaban completamente borrachos, acampa­ban alrededor de hogueras en la plaza principal, y terminaban la noche con una inmensa pelea en la cual cada grupo arrojaba piedras a los demás. Cada año había heridos, incluso muertos.

        Savonarola, por supuesto, es el opositor más ferviente del Carnaval. En su opinión, ha surgido un reto contra la Cristiandad que amenaza con hacer que la gente de Florencia caiga en la tentación. Y reconoce que hay una fuerza más poderosa que las demás, una fuerza que contribuye como ninguna a la corrupción de la ciudad. Esa fuerza enseña a los hombres que las autoridades paganas pueden competir con la Biblia, que la sabiduría y la belleza de cosas no cristianas debería ser venerada también. Esa fuerza lleva a los hombres a creer que la vida humana es una búsqueda de conocimientos y satisfacciones terrenales, y los distrae del único objeto que en verdad importa: la salvación. Esa fuerza es el humanismo. Y sus más grandes defensores son los principales intelectuales de la ciudad, los humanistas.

        Entonces se le ocurre a Savonarola la idea que constituye probablemente su más grande legado histórico. Decide que el Martes de Carnaval, el último día de las fiestas, pondrá en escena un evento gigantesco: algo que mostrará el progreso y la transformación de la ciudad, pero al mismo tiempo recordará a los florentinos sus pecados. Deja que las pandillas de jóvenes recorran la ciudad, pero ahora les da un propósito. Les dice que recojan objetos no cristianos de todos los barrios y los lleven a la plaza principal. Hace una gigantesca pirámide con los objetos. Y ese día, Martes de Carnaval, en un momento en que las pandillas normalmente estarían sentadas alrededor de sus hogueras y enfrentándose a pedradas, Savonarola consigue que construyan otro tipo de hoguera. (...)

        Las pandillas regresaban a la plaza con una carreta tras otra de cartas y dados, tableros de ajedrez, sombras para los ojos, carmín de labios, redecillas para el pelo, joyas, máscaras de carnaval y disfraces. Pero lo más importante es que traían libros paganos. Manuscritos de escritores griegos y romanos. Esculturas y pinturas clásicas. (...)

        El Martes de Carnaval, el siete de febrero de 1497, la ciudad entera salió a mirar. Los registros dicen que la pirámide tenía veinte metros de alto, que su base tenía un perímetro de noventa metros. Y todo aquello ardió en llamas.

        “La hoguera de las vanidades” se convierte en un momento inolvidable de la historia del Renacimiento. (...) Savonarola se hace famoso. Poco tiempo después, ya es conocido en toda Italia y más allá. Sus sermones se imprimen y se leen en media docena de países. Es admirado y odiado. Miguel Ángel se sentía cautivado por él. Maquiavelo lo consideraba un impostor. Pero todo el mundo tenía su propia opinión, y todo el mundo admitía su poder. Todo el mundo. (...)

        La ciudad entera ya se ha reunido en la plaza para ver el fuego. La multitud canta. Las llamas comienzan en la base de la pirámide y crecen hacia arriba. (...) En ese momento ya no hay esperanza de salvar nada. Todas las obras de arte que hay en la pirámide han quedado destrozadas, la mayoría de los libros están carbonizados. (...) Poco a poco, la muchedumbre se ha quedado en silencio. Los pitos y abucheos desaparecen. (...) En la plaza, el ruido más fuerte es el rugido de las llamas.

 

Ian Caldwell y Dustin Thomason.  El enigma del cuatro.
Roca editorial. Barcelona 2004 Varias páginas.