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BARROCO: CONCEPTO

        Término que indica una corriente estilística que se afirmó en Europa durante el siglo XVII. El origen del término con que se la designa es incierto. En francés el adjetivo baroque (derivado del español barrueco y del portugués barroco) aparece registrado en el diccionario de la Academia (1694) para indicar una clase de perla de forma irregular, no perfectamente esférica (en italiano scararnazza) y, casi un siglo más tarde, en el Diccionnnire de Trevoux (1771) con los significados añadidos de “irregular”) “bizarro”, “desigual” y por extensión. “en pintura un cuadro o una figura de gusto barroco donde las reglas no son respetadas y todo se representa según el capricho del artista”. En la lengua italiana, el término aparece inicialmente destinado a indicar, en tono polémico o de mofa un modo de razonar pedante, antinatural y capaz de confundir lo verdadero con lo falso, derivado del sustantivo barroco, usado en la filosofía escolástica para designar una figura del silogismo de las más ambiguas por su aparente lógica formal y su endeble contenido efectivo. Aplicado a las artes figurativas aparece a finales del siglo XVIII utilizado por Milizia como sustantivo (“en barroco”) pero dándole exactamente la acepción del adjetivo francés registrado en el Dictionnaire de Trevoux ya citado. Si se pasa de los teóricos neoclasicistas (...) a la historiografía y a la crítica académica del siglo XIX el término mantiene su significado negativo y burlesco originario hasta que desarrollando una idea de Burckhardt, H. Wolflin en un ensayo titulado Renacimiento y barroco (1888), examina las transformaciones estilísticas que se habían producido en la arquitectura italiana de la segunda mitad del siglo XVI y reconoce al barroco en cuanto estilo, un valor positivo, definiendo además sus características en oposición a las del Renacimiento y en general a las del arte “clásico”. En épocas más cercanas, mientras por una parte. B. Croce. en su Historia de la época barroca en Italia, aún limitando su ensayo a la literatura y a algunos aspectos del pensamiento y las costumbres de la Italia del Seicento, ha manifestado la tendencia a devolver al término barroco su originario sentido negativo entendiéndolo como sinónimo de “no estilo” incluso en el campo artístico (“es cierto que el concepto de barroco se acunó en la critica de arte para definir la forma de mal gusto artístico propia de gran parte de la arquitectura. de la escultura y de la pintura del Seicento”) por otra Strich, E.R. Curtius. E. d'Ors y otros retomando generalmente de una forma rígida, principios ya presentes en los escritos de Wolflin han reconocido en el barroco una categoría ideal la expresión de una constante universal, de una “visión del mundo” en perpetua antitesis de la “clasica” que se manifiesta en épocas muy diversas y que abarca todas las formas de la cultura. En particular, E. d'Ors ha creído posible individualizar 22 clases de barroco desde la edad de las cavernas hasta nuestros días: desde el “arcaico” al “alejandrino”, desde el “gótico”, al “manuelino”, desde el “tridentino” o “jesuítico”, al “romántico” y al “posbélico”.

        Muchos otros estudiosos, en cambio, han tratado de dar al término un contenido “histórico”, bien en el sentido de una abstracta “historia de los estilos”, o en el de una “historia de la cultura” más compleja. identificando el barroco con las creaciones artísticas y en general con todas las manifestaciones de orden cultural y espiritual entre límites cronológicos variables, pero en cualquier caso comprendido entre el final del siglo XVI y la consolidación del neoclasicismo.

        La historia del término y la referencia a un debate crítico que aún no ha sido llevado a sus últimas consecuencias, permiten comprender las razones de la ambigüedad del significado del término en su uso corriente. De hecho, puede ser empleado algunas veces para indicar determinados aspectos del arte del Seicento, del arte del Seicento en general o también de una parte del arte del Cinquecento (manierismo) o del Setecento (rococó), o de otras épocas que van desde el helenismo al modernismo, o también para referirse a un cierto clima espiritual y cultural propio del siglo XVII que tiene sus manifestaciones tanto en el campo artístico, como en el literario y musical, en el pensamiento, en las costumbres y en los modos de comportamiento propios de toda una época.

        Si se limita el discurso a los fenómenos artísticos, hay que aceptar como evidente la dificultad de poner bajo la misma etiqueta de barroco todo el arte del Seicento, o de un periodo aún más amplio, reduciendo a un común denominador en el plano del “estilo” o de la “cultura”, hechos de naturaleza en absoluto homogénea como, por ejemplo, la obra de Caravaggio y de Bernini, de Rubens y de Vermeer, la de Poussin, Rembrandt y Velázquez. Por otra parte aunque el intento fuese coronado por el éxito, siempre quedarían dudas sobre la utilidad de los resultados. Como se ha observado desde distintos puntos de vista, dicho término podrá liberarse de la actual ambigüedad de su significado, si se acepta restringir su ámbito de referencia, volviendo al que fue su primitivo campo de aplicación, según Milizia y otros teóricos del neoclasicismo, sin mantener, naturalmente, su originario sentido negativo y polémico.

        La critica de Milizia y de otros estudiosos neoclásicos no trataba de hecho de abarcar al conjunto de manifestaciones artísticas del Seicento, sino que más concretamente se refería a la obra de Bernini, Borromini y Pietro da Cortona, definidas como la “peste del gusto, peste que ha afectado a un gran numero de artistas”. Tales críticas estaban dirigidas, en un ámbito cultural concreto y en un momento preciso del arte romano del Seicento al punto de partida de una corriente estética que más tarde, en el curso del siglo, se afirmó en otros centros italianos y europeos, difundiéndose tras las huellas de la penetración de los jesuitas en América Central y del Sur y perdurando, con innumerables transformaciones y adaptaciones, hasta el momento de la reacción neoclásica.

            A partir de finales del tercer decenio del siglo XVII, obras como Santa Bibiana o San Longino, el baldaquino, la columnata, la cátedra de San Pedro y las fuentes de Bernini, así como San Carlino alle Quatro Fontane o Sant'Ivo alla Sapienza de Borromini. Ia fachada de Santa Maria della Pace o los frescos de la bóveda del salón del Palacio Barberini, de Pietro da Cortona, señalaron un cambio decisivo en el gusto y en la cultura artística de la Roma del Seicento, con el abandono de la idea renacentista del arte como representación e imitación de la realidad en un riguroso sistema de relaciones proporcionales y armónicas, y con la afirmación, al mismo tiempo, de una nueva relación de naturaleza emocional con el espectador, en que el artista intenta sobre todo conmover y persuadir mediante los recursos de la imaginación que parece no conocer límites, la elocuencia, la extrema agudeza realista y sensorial de las imágenes y los más complicados y espectaculares efectos escenográficos, la interacción de todas las artes, la nueva concepción del espacio, de la naturaleza y de la renovada relación entre ésta y el hombre. Estos elementos ya se encontraban presentes en las experiencias más significativas de los primeros decenios del siglo y se convirtieron más tarde en las características de la producción artística del Seicento, a pesar de la presencia de aspectos muy diversos y a menudo divergentes. Un importante precedente respecto de la creación de Bernini, de Pietro da Cortona y de sus seguidores está presente en la obra de Rubens que pasó en Roma breves periodos durante el primer decenio del siglo XVII y cuyas pinturas, tanto las llevadas a cabo en Italia, como las restantes realizadas al regreso a su país, revelan una extraordinaria consonancia con las formas exuberantes, la exaltación de las pasiones y los sentimientos y la riqueza pinturas, tanto las llevadas a cabo en Italia, como las restantes realizadas al regreso a su país, revelan una extraordinaria consonancia con las formas exuberantes, la exaltación de las pasiones y los sentimientos y la riqueza de las invenciones alegórico-conmemorativas del barroco romano: consonancia en gran medida explicable por su referencia a unos mismos modelos, en particular a la pintura véneta del Cinquecento. Junto al naturalismo cuyo origen se encuentra en Caravaggio y al “ideal clásico”, de los seguidores de Annibale Carracci, de Domenichino y de Poussin -en relación a veces de polémica contraposición pero con mayor frecuencia de intercambios y concomitancias- la nueva tendencia del gusto que se puede definir como barroco se impone rápidamente adaptándose, en sus manifestaciones más opulentas y fastuosas, a las exigencias de prestigio y ostentación de la sociedad aristocrática de su tiempo y sobre todo a los ideales espirituales y temporales de la corte papal. Más que en obras de pintura o escultura destacadas, los caracteres más significativos del barroco romano se manifiestan en la tendencia a la fusión de las diversas formas artísticas, en la definición de nueva estructura espacial, en las obras arquitectónicas y, principalmente, en la nueva concepción urbanística que dio lugar a una imagen unitaria de la ciudad. La imagen de la Roma barroca desde la columnata de San Pedro a la plaza Navona, plaza del Popolo, plaza de Spagna, de Santa Maria Maggiore, de Trevi y los complejos de Letrán y del Quirinal, hasta otros múltiples ámbitos urbanos, en una secuencia escenográfica y admirable que relaciona organismos monumentales y ejes viarios, fue la creación de un nutrido grupo de artistas, entre los que, junto a los más importantes ya mencionados, se encuentran: C. Rainaldi, C. Fontana, Algardi, padte Andrea Pozzo, M. Longhi el Joven, A. Galilei, F. Fuga, A. Specchi. F. de Sanctis, N. Salvi y F. Raguzzini. El prestigio de la “ciudad eterna” -la única capital italiana que mantuvo su papel de capital de nivel europeo en medio de la crisis general que afectaba a Italia- y la política cultural del papado, contribuyeron a una rápida y extensa difusión del barroco en Italia y en toda Europa -desde Polonia a Bohemia, desde Austria a Alemania meridional y a la península Ibérica- hasta América Latina. La primacía cultural italiana, en la Europa de principios del siglo XVII, alcanzó a los más diversos campos de la cultura, desde el teatro hasta la música, de la poesía a la ciencia y además y sobre todo a las artes visuales. En especial se difundió la nueva concepción de un espacio creado dinámicamente, sometiendo los muros a un juego de alternancias de salientes y entrantes, unas veces contraídos, otras ilusoriamente dilatados con lo que queda anulada la antítesis “interior”-”exterior”. Junto a la nueva concepción espacial se extendió el riquísimo repertorio decorativo de los artistas romanos, indisolublemente ligado a la arquitectura por los estucos, los frescos, tallas y taraceas, también aplicado a los muebles, a los tejidos, a la orfebrería, a los montajes festivos y a la escenografía.

VV.AA. Enciclopedia de arte. Garzanti-Ediciones B. Barcelona, 1991.  Págs. 75-80