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BARROCO: Concepción espacial de la arquitectura.

        En arquitectura lo barroco viene anunciado perfectamente por el Manierismo, e igualmente debemos a Italia -Roma- su iniciación, si bien se expande y generaliza rápidamente por Europa, siendo en otros países donde alcanza sus últimas consecuencias expresivas: Alemania y España.

        El lenguaje formal es el creado por el Renacimiento, y su modulación y sintaxis la anunciada por Miguel Ángel, pero las creaciones ya no están sometidas a la disciplina intelectual del Manierismo.

        El Barroco, tal como lo ha definido G. C. Argan, es el arte de la retórica; la obra de arte es un medio de acción destinado a impresionar al hombre y estimular su actividad- es un arte creado para ejercer un importante efecto sobre los hombres, ilustrándolos, cautivándolos y convenciéndolos. Es, pues, un arte efectista y teatral, que habla más que al entendimiento a la sensibilidad, y, por ello, a lo más íntimo humano, siendo a la vez popular y refinado, naturalista y subjetivo. La arquitectura adquiere precisamente efectos escenográficos, se convierte en un gran teatro, y, por ello, el espíritu que rige todo el arte barroco ya no es el meramente tectónico, ni son sólo los recursos plástico-arquitectónicos sino lodos los recursos posibles tanto plásticos como pictóricos los que se aúnan para la formación del espacio arquitectónico barroco.

        La variedad es grande en este momento; las soluciones, pobres y de emergencia, son innumerables; los verdaderos aportes son escasos, y sin embargo un mismo sentido lo envuelve todo.

        La urbanística toma cuerpo independiente de la arquitectura, e incluso llega a invadirla como ocurre en Versalles o en la columnata vaticana de Bernini. El edificio se hace fachada y se diseña en orden a conseguir o acentuar la belleza de la calle o plaza. El espacio urbanístico se hace perspéctico y fugado, direccional y perfectamente ordenado, e incluso trazado geométricamente, confluyente en núcleos de atracción, plazas o edificios monumentales que sirven a su vez de focos de irradiación. Versalles quizá sea el ejemplo más logrado y mejor conservado: en el palacio confluyen las calles de la ciudad; la plaza anterior nos hace sentir el poder del monarca más fuerte cuanto más próximo, sobrecogiéndonos con su forma de embudo y su costoso acceso ascendente, los jardines se ordenan en un abanico de directrices hacia el infinito, y el lago artificial y la fachada abierta posterior nos muestran el goce de esa aristocracia meticulosa y refinada.

        Pero tanto Versalles como el espacio de Bernini en el Vaticano son recreaciones del tradicional concepto espacial, si bien le imprimen dinamismo, apertura y evocación; a estas creaciones Argan las considera las últimas de la generación clásica, encontrando la verdadera creación espacial barroca ya en Borromini.

        Es Borromini, seguido posteriormente por Guarini y B. Nieumann, quien plantea una modelación espacial nueva, basada en una creación laboriosa del espacio interno religioso. Al dar movilidad ondulante al muro, le imprime un papel activo y una vida propia, lo mismo que al trastocar y mudar funcionalmente los elementos del vocabulario formal tradicional puede jugar con efectos de luz y sombras, y sobre todo con formas curvas contrapuestas e imbricadas. El espacio interior así creado es unitario y a la vez fluyente, dinámico, pero sin camino ni fuga, envolvente sobre todo (nunca consiguió la arquitectura tanto sentido unitario y subordinativo) es además, y principalmente, sugeridor de la grandeza y piedad humana, así como del rito, haciendo accesible al hombre la comunicación divina y cósmica. La Iglesia, desde el Renacimiento, ha dejado de ser un recinto misterioso para ser un bello edificio creado para el rito, en el que se cultivó el simbolismo no ya por su efecto práctico utilitario, sino por su belleza o su erudita intelectualidad. Ahora es un edificio igualmente para el culto, de nivel humano, sensible y sensiblero diríamos, convincente para la liturgia. Nunca como en el Barroco se cultivó tanto y con tanto éxito de fervor y subyugación teatral, la arquitectura provisional en exequias, monumentos de Semana Santa y Corpus Christi, etc.

        Esta peculiar intención dinámica, envolvente y teatral, hace del Barroco arquitectónico un arte ornamentalista, flexible y capaz de adaptarse a cualquier estructura anterior con sólo forrarla e imprimirle por el estuco, la madera y el color, su nuevo carácter.

        Con San Carlos y San Ivo en Roma de Borromini- la Santa Sindone en Turín y la desaparecida Trinidad de Lisboa, de Guarini, y la iglesia de Vierzehnheiligen, de Neumann, se termina el tratamiento tradicional de la planta y muro, para, con la planta fluida y muro ondulante, agotar todas las posibilidades de expresión del lenguaje clásico arquitectónico, aquel lenguaje que inició Grecia con sus órdenes clásicos.

Varios Autores.- Introducción general al arte.-
Ed. Istmo. Madrid. 1980. Págs. 122-125