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basílica  de  santa  sofía  de  constantinopla.-

 La basílica de Santa Sofía está considerada como la “maravilla de las maravillas”, la gloria del imperio bizantino, aunque puede en un principio parecer poco armoniosa debido a la presencia de los macizos contrafuertes añadidos a la construcción original para apuntalar la cúpula y las paredes dañadas por los terremotos, que han restado esbeltez las a formas y ocultado la estructura primitiva.

Está rodeada por cuatro minaretes, los dos situados en el plano de la fachada fueron erigidos por Murat II en el siglo XV, el de la derecha, al fondo, con una sección poligonal de caras planas, por Mohamed II, y el último, estriado, por Selim I; entre los cuatro minaretes, se alza la gran cúpula.

En época bizantina la explanada que se halla delante de Santa Sofía se llamaba Foro de Augusto y estaba cerrado al norte por la basílica, frente a la cual se erguía la columna de Justiniano; en el lado meridional se hallaban los palacios imperiales y al oeste el alcázar, en cuyo sótano estaba la Yerebatan Sarayi. Fue en esta zona, ocupada por templos paganos, donde Constantino decidió en el 325, el vigésimo año de su reinado, levantar la primera basílica consagrada a la Divina Sabiduría (Agia Sofía), la cual fue posteriormente amplia­da por su hijo Constancio llegando a convertirse en la iglesia episcopal de Constantinopla.

En el año 404, bajo el emperador Arcadio, la iglesia fue parcialmente destruida por un incendio y, una vez reconstruida por Teodosio II en el año 415, volvió a arder de nuevo en el año 532, quinto del reinado de Justiniano cuando, tras una insurrección estallada en el Hipódromo al grito de ¡Niké! (victoria), el pueblo prendió fuego al palacio del Senado, provocando un incendio de ingentes proporciones que destruyó casi por completo la ciudad.

El edificio actual se debe por tanto a Justiniano, el cual lo mandó reedificar con el pro­pósito de convertirlo en “el más suntuoso desde los tiempos de la Creación”, para lo cual se recogieron en todas las provincias del imperio los materiales más valiosos y los mármoles de mayor belleza. Dos arquitectos griegos, Antemío de Tralles e Isidoro de Mileto, recibieron el encargo de dirigir los trabajos, que se prolongaron durante casi seis años y en los cuales se empleó a 10.000 obreros, dirigidos por 100 capataces; las paredes se hicieron de ladrillo, y los pilares con calizas de grandes proporciones unidas por grapas de hierro.

El emperador solía ir con frecuencia a supervisar las obras y a recompensar a los obreros más trabajadores. Para construir la cúpula hizo preparar en Rocas unos ladrillos de una tierra especialmente ligera, tanto que 12 de estos ladrillos pesaban lo que uno normal, y grabó en ellos la inscripción “Dios la ha fundado, Dios la protegerá”.

A finales del año 537, la basílica estaba terminada y durante 14 días hubo plegarias, festejos y reparto público de dinero; pero se­mejante entusiasmo no iba a durar mucho, ya que la cúpula, cuya edificación fue demasiado audaz, se hundió tras un terremoto en el año 559. Isidoro de Mileto el Joven fue el encargado de su reconstrucción, y decidió modificar el proyecto original y disminuir el diámetro y la altura, además de añadirle en el exterior unos macizos muros de sujeción. Y una vez más fue Justiniano, ya al final de su reinado, el que la volvió a inaugurar la noche de Navidad del año 563; no obstante, durante los reinados de Constantino VII y de Basilio II fue necesario realizar nuevas restauraciones, y en el año 1364 otro terremoto dañó la cúpula, que se volvió a reformar.

El 29 de mayo de 1453, la noche misma de la toma de Constantinopla, Mohamed II fue a Santa Sofía y dio orden de transformarla en mezquita, siendo ésta más tarde objeto de gran número de obsequios por parte de los sultanes: así, Solimán II donó los dos candelabros que flanquean el mihrab, y Ahmet II dio a la galería imperial su aspecto actual e hizo colocar el candelabro que cuelga de la gran cúpula. En el siglo XVIII los mosaicos bizantinos desaparecieron bajo una gruesa capa de cal, pero en 1847 el sultán Abdüimecit encargó a los Fossati, arquitectos italianos, la restaura­ción del edificio, devolviéndolos a la Juz, aunque su definitiva recuperación no tuvo lugar hasta 1935, momento en el que Atatürk decidió transformar el santuario en museo y confió al Instituto Bizantino la tarea de devolver al edifi­cio su aspecto original por medio de las investigaciones arqueológicas pertinentes.

 Turquía, Guía completa para viajeros. Ed. Anaya-Touring. Madrid, 1991. Págs. 89-90.