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ARTE  MUDÉJAR  EN  LA  PENÍNSULA  IBÉRICA.-

             El fin del califato de Córdoba (1031) favoreció la expansión de los reinos cristianos a costa de las "taifas". El au­mento notable del territorio suponía dificultades de repoblación, mientras que el retroceso de fronteras implicaba en el mundo musulmán otras de absorción de la población expulsada. Así comienza a ser más frecuente, a medida que avanzamos en el tiempo, la continuidad de asen­tamientos musulmanes en tierras que ya no les pertenecen. Estas gentes que aceptan el dominio cristiano y el pago de un tributo específico a cambio del derecho a mantener sus creencias son los mudéjares. A los cristianos les resulta conve­niente esta población que llena ciudades que no podrían repoblar, del mismo modo que a sus autoridades les interesa el tributo. Los vencidos pueden seguir rnanteniendo sus mezquitas en uso, aunque no siempre, como en tantas ocasiones, los vencedores llegaron a ser fieles en sus promesas. Si bien el paso de los siglos irá modificando la situación, en los primeros tiempos, los mudéjares convivirán con los cristianos, sin que se les exija ningún distintivo preciso.

            Generalmente habitarán un barrio o varios en la ciudad y en ciertos aspectos locales serán dirigidos por alguien de la comunidad que se responsabilizará ante las autoridades cristianas. Ocuparán su tiempo en distintas dedicaciones profesionales de artesanía, entre las que la carpintería, con sus derivados, y la albañilería, jugarán un papel destacable. Otros grupos numerosos habitarán el campo dedicándose a sus labores con una habilidad técnica que revertirá positivamente en la economía del país. De todos estos grupos, interesan aquí los de los habitantes de ciudad dedicados a albañilería y carpintería.

            La distribución de mudéjares por la geografía peninsular es muy irregular. El tipo de conquista que incluye las condiciones de rendición, las posibilidades de repoblación por la parte cristia­na, la concentración demografía, etc., son facto­res de esta escasa homogeneidad. La primitiva dedicación profesional incide también en la organización de la nueva sociedad mixta. Se ha destacado siempre la especial situación de Toledo; la rendición de 1085 se debió más a la habilidad negociadora de Alfonso VI que a una verdadera guerra de conquista. La titulación del monarca leonés de "rey de las tres religiones" es muy significativa. Permaneció en la ciudad - símbolo una buena parte de los musulmanes, junto a los judíos y los mozárabes. Apenas se puede hablar de un asentamiento verdadero de los cristianos del Norte. Es natural entonces que las comuni­dades que permanecieron marcaran el futuro del desarrollo de la ciudad. Aunque no fuera igual la situación, es muy notable la población aragonesa, sobre todo en el medio rural. Esta distribución geográfica jugarás naturalmente un papel deter­minante a la hora de estudiar lo que se ha venido en llamar "arte mudéjar".

 

            Justificación del término “mudéjar” en el arte español.-

            Hace unos ciento veinte años que Manuel de Assas y José Amador de los Ríos sugirieron el término de “estilo mudéjar'' aplicado a las acti­vidades constructivas y decorativas de los mudéjares al servicio de los cristianos y realizando unas obras propiamente cristianas. Se destacó precisa­mente el carácter ecléctico de estas manifestacio­nes ("maridaje de la arquitectura cristiana y arábiga"). Cronológicamente se establecían co­mo límites los siglos XI al XVI y en la distribución de aportaciones se apuntaban las cristianas en aspectos de estructura y espacios, mientras se resaltaba la importancia de lo musulmán en la decoración.

            Cuestionado desde su aparición el acierto de la denominación se aceptó sin matizar la posibilidad de su uso a la hora de denominar un tipo de arte que, al menos por materiales y decoración, esca­paba a las usuales clasificaciones europeas de esti­los medievales. Había un punto de partida que no admitía duda de nadie. Los musulmanes sometidos, los mudéjares, habían trabajado para los cristianos como constructores, albañiles, decoradores en yeserías, carpinteros, etc., y, durante mucho tiempo, de acuerdo con sus tradiciones artesanales (uso de materiales, tipo de decoración). Por tanto existía un tipo de arte que no encajaba en la tipología occidental y era exclusivo de la Península.. El problema estribaba en considerar si a este trabajo se le puede calificar de estilo. La dispersión geográfica y la amplitud cronológica anima de por sí a desautorizar la calificación de "estilo", por otro lado tan problemática siempre, a lo mudéjar. Refiriéndolo a lo que correspondía con la etapa románica, gótica etc. Lampérez aunó los términos de románico-mudéjar gótico-mudéjar' etc.,. Aunque no se pueda considerar muy acertada, la clasificación implica la aceptación de unos cambios dentro de la actividad de los alarifes musulmanes acorde con el paso del tiempo. Es evidente que las diferencias señalables entre una obra toledana del siglo XIII y otra aragonesa del S. XIV estriba, al menos parcialmente en la cronología y en la existencia de estilos cristianos que la condicionan

            La situación se complica si se tiene en cuenta que ni aun lo que se considera mudéjar en arte ha sido siempre realizado por mudéjares. De la misma manera que obras indistinguibles de las realizadas por artistas cristianos sabemos que fueron levantadas por aquellos. Se cita la situación de Toledo en los primeros años del siglo XVI cuando se trabaja en dos obras interesantes de la catedral. En la capilla mozárabe completamente cristiana colaboran al menos dos alarifes musul­manes, mientras Gumiel trabaja con artesanos cristianos en la "mudejarizante" sala capitular. Los musulmanes conocían la forma de hacer cristiana y aplicaban sus conocimientos cuando se les requería para ello. Y los cristianos se hicieron igualmente con el buen oficio islámico e hicieron perdurar ciertos aspectos en el tiempo y en el ámbito geográfico llevándolo a Canarias y América.

            Se podría suponer que lo mudéjar era también un añadido complementario decorativo a lo cristiano, extremado si acaso por el uso del ladrillo como material constructivo esencial. Pero también en esto el examen atento invalida tal afirmación. Hace ya algún tiempo que se puso de relieve la organización estructural de las torres mudéjares aragonesas, mas semejante a la de los alminares musulmanes que a la de las torres de campanas cristianas. Y sin salir de Aragón, un análisis de las grandes iglesias del siglo XIV y XV puede llevar a dos conclusiones, entre otras. Las iglesias recuerdan las góticas catalanas, con su amplia nave única y sus capillas laterales abiertas a ella. Pero la proporción espacial, en altura­-anchura, es distinta en muchos de los mejores edificios. Y, sin duda, el tratamiento de partes altas y de exteriores con galerías abiertas difiere substancialmente de lo catalán. Vale decir con estos ejemplos que las diferencias entre lo cristiano y lo mudéjar no estriban sólo en el uso de materiales específicos y el añadido de una decoración profusa, sino que pueden incluir estructuras y distribuciones espaciales. Es más, el uso del ladrillo no es privativo de España. Está fuerte­mente condicionado por las posibilidades de conseguir piedra y por la tradición constructiva en todos los lugares. Una parte del gótico de Languedoc se hizo en ladrillo, igual que el de Bolonia, por citar dos casos, y sin embargo los Jacobinos de Toulouse o San Petronio de Bologna no se han calificado jamás de mudéjares ni son confundibles con las iglesias mudéjares contemporáneas de Aragón.

            Resulta evidente que lo mudéjar en arte no puede calificarse de estilo. Vale tal vez la calificación de "actitud mudéjar" con carácter de "invariante” o de "constante artística”, indi­cando con ello la presencia en el arte medieval hispano de los alarifes musulmanes, con la carga de tradiciones constructivas, decorativas, de es­tructura, anclados en el pasado o vivificados por el contacto con las comunidades aun indepen­dientes nazaríes. Incidencia que puede calificarse de intrusión de elementos anticlásicos dentro del discurrir de estilos internacionales. Y con una participación más activa dentro de ambientes de cierta modestia que ha llevado a calificar sus actividades de arte popular tal vez con cierta exageración.

            Un estudio de este arte mudéjar ha de dividirse de acuerdo con el tiempo. Por ello será tratado en el tomo siguiente de esta colección con mayor extensión que aquí. Del mismo modo, como invariante habrá de tenerse en cuenta a la hora de hablar del Renacimiento. Queda para estas pa­ginas referirse a sus comienzos y a los focos principales de actuación de los alarifes mudéjares, con sus particularidades de forma y estructura, lo que resulta difícil porque los datos documenta­les que se poseen son mas escasos de lo que sería de desear.

            Como en general ocurre con otras manifesta­ciones artísticas de entonces, son muy pocas las referencias que poseemos de los alarifes mudéjares. A medida que se avanza en el tiempo, son mas numerosos los documentos que aluden a ellos, pero suponer un "status" semejante en el siglo XII y primera mitad del siguiente seria, al menos, arriesgado. No obstante, parece que puede asegurarse que esa gente ocupó un lugar bajo en la escala social, poseyó un buen oficio que incluía las tradiciones constructivas anteriores, igual que la decoración, ciertos conocimientos de geometría que les permitían dibujar los complicados entrela­zos en las labores de carpintería o llegar a orga­nizar los ábsides de las iglesias convenientemente divididos en múltiples lados de un polígono de base. Al tiempo, en contacto con los cristianos, fueron en ocasiones, al menos posteriormente a las fechas citadas, capaces de copiar sus técnicas. Según los lugares que habitaron, fueron incapaces de remozar su estilo llegando a una cansada reiteración, caso de buena parte de Castilla la Vieja, o consiguieron conocer lo que se hacia en otros lugares, asumiéndolo y haciéndolo propio.

            Castilla la Vieja, Toledo y parte de Castilla la Nueva, Aragón y Andalucía, van a ser sus prin­cipales focos de actuación. Es sorprendente la escasez de restos valencianos al tiempo, y, por el contrario en lugares insospechados puede surgir una obra importante como sucede en Guadalupe (Cáceres). Pero, dentro de los límites aquí fijados, sólo cuenta ahora Castilla la Vieja, Toledo y los inicios de la tan rica escuela aragonesa. El pro­blema de los orígenes de las primeras formas se plantea entre algunos focos de Castilla la Vieja o León y Toledo por el otro lado.

Joaquín Yarza.- Arte y arquitectura en España: 500-1250.-

Ed. Cátedra. Manuales de arte. Madrid 1981. Págs. 311-313