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Los monjes en la Edad Media

 La Edad Media es la época del esplendor de la vida monástica en Occidente, debida a la expansión de los monjes benedictinos. El fundador de la Orden benedictina fue San Benito de Nursia (480-547). Con 49 años fundó el célebre monasterio de Montecassino, donde moriría a los 67 años de edad. Benito (en latín, Benedictus) escribió la Regla Benedictina, cuya difusión por toda Europa, le valió el título de padre del monaquismo occidental. Durante los tiempos agitados de la Edad Media los monjes benedictinos contribuyeron a fomentar la cultura del pueblo: roturar terrenos, perfeccionar sistemas agrícolas, enseñar oficios, cultivar las bellas artes, transmitir los escritos clásicos de la antigüedad, copiando manuscritos en el scriptorium de sus conventos, enseñando la música y el canto en la “schola” y transmitiendo la sabiduría a los estudiantes. Ellos mantuvieron vivo el ideal de persona cultivada en medio de una sociedad violenta e inculta. Considerado como figura cumbre por esta cooperación en la civilización europea, la Iglesia nombró a San Benito Patrono de Europa. Su fiesta se celebra el 11 de julio.

La Regla benedictina fue redactada en latín popular por San Benito; es muy breve, pero más completa y flexible que las reglas anteriores. Es una obra maestra de discreción y de equilibrio, que creó una escuela de formación humana y religiosa de la que han salido centenares de miles de monjes, 23 papas y 5.000 obispos. El monasterio, separado del mundo por la clausura, forma una familia de la que el abad es padre y donde todo es común. La regla obliga también a la lectura y al trabajo manual: “oro et labora ”:  reza y trabaja.

Los monasterios benedictinos debían ser autónomos frente a sus necesidades, produciendo los artículos que consumían mediante la agricultura, ganadería y viticultura. Construidos en el campo, los monasterios se convirtieron en centros de evangelización, granjas altamente productivas y únicos centros culturales de la época. Cuando llegaron los tiempos de crisis, durante el siglo X, los monasterios fueron el refugio de salvación de la vida feudal. La enseñanza fue una de las tareas más importantes desempeñada por los monjes benedictinos: en los monasterios se estudiaba y conservaba la historia y la literatura antiguas, se redactaban crónicas y se copiaban textos. Las bibliotecas de los monasterios recogieron los pocos manuscritos que quedaban de la cultura griega y romana, los cuales fueron copia dos detallada y minuciosamente por los monjes en los scriptoria (plural de scriptorium).

Sin embargo, la vida monacal conoció sus crisis y sus períodos de decadencia: la riqueza de los monasterios y su dependencia de la nobleza provocaron un deseo de renovación en los monjes más sensibles.

Durante los siglos X y XI se produjo un impulso reformista de la vida monacal ante la permanente presión de los señores feudales que pretendían dominar los conventos situados en sus territorios. Es el movimiento cluniacense que partió de la abadía de Cluny (Francia), fundada el año 910 por el duque de Aquitania, Guillermo el Piadoso. Durante dos siglos el monasterio de Cluny fue el centro de la orden benedictina y extendió su reforma a más de 200 monasterios y llegó a contar con más de 50.000 monjes dispersados por toda Europa, desde España hasta Escocia y Polonia, inspirando las más bellas obras del arte románico.

La segunda reforma benedictina (Reforma cisterciense) tiene su origen a finales del siglo XI, con San Roberto de Molesmes, que funda en Citeaux un monasterio reformado donde los “monjes blancos” ponen el acento en el trabajo y la sencillez de vida. Otro monasterio, Clairvaux, tendrá como abad a San Bernardo de Claraval (1090-1153), cuya personalidad marca toda la obra cisterciense. San Bernardo critica una iglesia que cubre de oro sus monumentos y deja andar desnudos a sus hijos. El ascetismo espiritual y monástico tiene, de esta forma, una repercusión fundamental sobre la arquitectura, influyendo en la aparición de un nuevo estilo: el arte gótico.

Otros movimientos monásticos convergen con los benedictinos en esta época: agustinos, jerónimos, cartujos... a los que se añaden más tarde los frailes “mendicantes” (llamados así porque vivían de las limosnas): franciscanos y dominicos. Pero, a finales del Renacimiento, la marcará el comienzo de la lenta decadencia de los monjes: la Edad Media ha terminado.

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Monje. Viene del griego monachos, que quiere decir “solitario”.

Monasterio. Es la residencia de los monjes.

Eremita o ermitaño. Viene de eremos, “desierto”, y designa al que vive apartado de los demás hombres.

Anacoreta. De anachorein, “retirarse, irse al monte”; designa al que ha dejado el mundo, como los eremitas.

Cenobita. Prodece de koinos bios, “vida en común”, y se refiere a los monjes que llevan una vida organizada junto a otros, en comunidad.

Abba o Abad. Significa “padre” y se utiliza para denominar al superior o responsable de un monasterio o “abadía”.

Oración canónica. (También llamada “Liturgia de las horas” y “Oficio divino”). Los monjes distribuyen los momentos de oración -su principal ocupación- según las horas del día, de manera fija y regular:

Maitines. Por la noche: oración de lectura y meditación.

Laudes. Al amanecer: oración de alabanza por el nuevo día.

Vísperas. Al atardecer: oración solemne de acción de gracias.

Completas. Al retirarse a dormir: oración penitencial al final del día.

Además, entre laudes y vísperas se sitúan otros cuatro tiempos de oración más breve: Prima, Tercia, Sexta y Nona (una, tres, seis y nueve horas después de salir el sol, respectivamente). Todas las oraciones de un monasterio medieval se realizaban en latín y cantadas a una sola voz, sin acompañamiento (Canto Gregoriano).

 Carmen Galán, Eva Mª Jiménez.- Scriptorium, el descubrimiento de la escritura.
Consejería Educación, Com. Madrid. 2.002. Págs.  64-65