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LA  CIUDAD  MEDIEVAL.-

 La necesidad de aumentar los servicios y las industrias, de incorporar almacenes y oficinas, de levantar edificios que sirviesen para la vida política y de preservar todo esto mediante procedimientos defensivos, generalmente levantando murallas dentro de las cuales debía encerrarse la ciudad, todo ello contribuye de manera decisiva a explicar la fisonomía de la urbe medieval, su apiñamiento, el aprovechamiento del espacio, los recove cos de sus calles y lo complejo de su trazado, la división entre zonas ricas y pobres -constatable a partir del aprovechamiento del espacio-, la importancia concedida a unos monumentos públicos -especialmente la catedral- que son obra de toda la ciudad y, en cuanto tal, su símbolo.

Naturalmente, este nuevo tipo de vida planteaba problemas, des conocidos en los poblados feudales, de higiene y espacio especial mente, máxime por el hecho de que buena parte de los ciudadanos estaban acostumbrados a un modo de vida campesino. “Con el tiempo -escribe Mumford- la población creciente, a menudo incapaz de expandirse más allá de las murallas de la ciudad, cubrió los espacios internos abiertos, y entonces se cometieron graves atentados en materia de higiene. Se puede saber cómo ocurrió esto a través de un caso típico que relata Stow. La iglesia parroquial de St. Mary-le Bour, en Londres, necesitaba espacio en su cementerio para dar sepultura a los muertos, pero a mediados del siglo XV estaba encerrada entre casas. En su testamento, John Rotham legó cierto jardín, en Hosier’s Lane, para que sirviera como cementerio. Después de cien años, la capital, repleta de gente, no podía permitirse el lujo de contar con espacios abiertos para los muertos, de modo que también esa franja de terreno se edificó” .

Esta situación, que hasta cierto punto cabría calificar de angustiosa, no se produjo, sin embargo, hasta finales de la Edad Media, cuando empiezan a aparecer las primeras casas de inquilinato, a menudo de hasta cuatro y cinco pisos.

Ahora bien, ante los problemas higiénicos, las epidemias, etc., la ciudad medieval, cuando menos alguna, no permaneció inactiva. Hicieron su aparición los baños privados y públicos, estos últimos patrocinados por el municipio en muchas ocasiones (en Riga parece que existían baños públicos en el siglo X el aprovisionamiento de agua potable solía solucionarse con los pozos y manantiales del interior del perímetro de las murallas; surgieron los hospitales y las leproserías (en Breslau, por ejemplo, había un hospital para cada dos mil habitantes; en Tolosa, a mediados del X trece hospitales y siete leproserías; en Florencia, treinta hospitales, con un total de mil camas, para una población de noventa mil habitantes, también en el siglo XIII), y, por último, se extendió la norma de la cuarentena para todos los viajeros que llegaban del extranjero.

Como ya hemos indicado, la configuración de estas ciudades escapa a cualquier tipo de uniformidad. Con todo, pueden distinguirse algunos modelos. Mumford encuentra tres: las ciudades que perduraron desde el tiempo de los romanos conservan, por lo general, el sistema rectangular de dibujo de las manzanas; las que crecieron al amparo de un monasterio o castillo, mucho más anárquicas, que suelen adoptar una forma radial a partir de un centro, en que se encuentra la catedral, la plaza y los principales edificios públicos; por último, la ciudad trazada de antemano para la colonización, que suele ser de carácter geométrico

A su vez, “las casas -que en un comienzo sólo llegaban hasta los dos o tres pisos- estaban edificadas por lo común en hileras ininterrumpidas en torno al perímetro de sus jardines de fondo; a veces, en grandes manzanas, formaban patios interiores, con un prado privado al que se llegaba a través de un solo portón que daba a la calle” . A medida que se descendía en la escala social, la distribución interior estaba menos diferenciada y el espacio era más reducido. De todas formas, muchas de estas casas eran simultáneamente talleres y vivienda, y la concepción de lo privado sólo lentamente se extendió entre las clases más poderosas. Dormir en privado, comer en privado, celebrar ritos religiosos y sociales en privado fue algo que se adquirió tardíamente; todavía Miguel Ángel dormía en ocasiones con sus operarios -cuatro en una cama-, y las estampas de la época muestran camas, incluso en los hospitales, en las que hay dos, tres y hasta cuatro personas.

 Valeriano Bozal.- Hª del Arte en España.
Ed. Istmo. Madrid  1978; Págs.  126-128