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EL JARDÍN ISLÁMICO: UN PARAÍSO EN LA TIERRA

 Otro de los elementos esenciales de la civilización islámica es el jardín, en un grado de importancia que no encuentra correlato en la cultura occidental, ya que no es solamente un lugar para el goce de los sentidos, sino que se halla penetrado de valores espirituales y simbólicos de extraordinaria sutileza. Pueden señalarse en la cultura islámica dos tipos de jardín: el jardín coránico y el jardín persa.

Los musulmanes han concebido el Paraíso como un jardín permanente y eterno; así queda configurado en varios pasajes del Corán.

Este concepto de jardín coránico, que, sin duda, deriva del oasis del desierto, contiene dos elementos básicos: las aguas fluyentes y cristalinas y los altos árboles que producen sombra abundante.

El jardín persa, a imagen del cosmos, queda dividido en cuatro partes por dos canales que se cruzan perpendicularmente, y en cuyo punto de intersección se levanta una fuente o pabellón, que representa la montaña que está situada en el centro del universo. Este jardín persa da lugar al jardín islámico de patio de crucero; además de la morfología, con dos anda dores o paseadores que se cruzan perpendicularmente creando cuatro zonas de tierra, los rasgos que lo definen son los siguientes: un espacio cerrado a ojos extraños, mediante un alto muro o cerca que lo oculta por completo al exterior, acentuando el carácter intimista y recóndito; enfatización del centro del jardín mediante la disposición en el mismo de una fuente o pabellón, tal como lo describe el almeriense Ibn Luyun en su tratado de agricultura:

“Debe haber un cenador en el centro del jardín para los que reposan en él, que mire a todos los contornos, de tal manera que el que entre no oiga lo que allí se habla, ni llegue nadie inadvertido. El cenador debe estar rodeado de rosales trepadores y arrayán y de todas plantas que adornan un jardín. Éste será más largo que ancho, para que la vista se explaye en su contemplación.”

Así, este pabellón permite ver y oír a quien se acerca sin ser visto ni oído; una tercera característica de este jardín de tipo persa es que permita una contemplación oblicua del mismo.

De este modo, los musulmanes, que habían concebido el Paraíso como un oasis, convirtieron el oasis en un jardín, esto es, en arquitectura, en contacto con la cultura persa. En la cultura islámica no existe un límite preciso entre la arquitectura y el jardín; la arquitectura entra en relación y toma contacto con la naturaleza a través de sutiles transiciones. La arquitectura mira y se abre hacia la naturaleza; ésta penetra y se introduce en la arquitectura.

El agua es el corazón del jardín. Hay que considerar su triple función: utilitaria, estética y religiosa. La función utilitaria del agua —es necesaria para la vida— alcanza asimismo en el Islam un particular énfasis, si tenemos en cuenta la importancia y el desarrollo del sistema de riegos en los cultivos agrícolas, de un lado, y la amplia difusión de los baños y su trascendencia social en la cultura urbana islámica, de otro. Asimismo, debe retenerse la función religiosa del agua, como elemento purificador ritual de preparación para la plegaria; pero es sin duda su función estética la que adquiere mayores proporciones: los placeres estéticos del agua solicitan a todos los sentidos. En países de clima generalmente tórrido y seco constituye un factor refrescante del ambiente.

Cuando se recoge remansada en las múltiples albercas que ornan patios y jardines, sus aguas limpias y cristalinas, como un espejo, permiten reflejar la imagen invertida de la arquitectura. El sistema ornamental a base de motivos invertidos es una de las características definitorias de la composición musulmana. El agua fluyente y rumorosa, salida de los bellos surtidores de las fuentes, resulta no sólo un placer para el oído, sino que el propio líquido en movimiento se incorpora al efecto plástico de la estructura, como puede leerse en el poema de Ibn Zamrak que decora la taza de la fuente de los Leones en la Alhambra de Granada:

“Esta líquida plata que se desliza entre perlas,

no tiene parangón su transparente blancura,

¿cuál es el mármol y cuál es el agua?

 No sabemos cuál de los dos es el que se desliza.”

Sin el agua, traída a veces desde lejos por medio de complejos sistemas de azudes y de acequias, resulta imposible concebir la vida musulmana.

 VVAA.- Historia del Arte. Espasa Calpe Ed. Madrid. 2002, Págs.  600-601