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Arte Islámico: decoración.

             La rápida y gran expansión del Islam se vio favorecida por factores tales como la sorpresa, el espíritu combativo y la fanática voluntad de vencer entre sus combatientes sin olvidar la situación de crisis en que se encontraban las dos principales potencias que podían hacerles frente: Bizancio y Persia. Así se crearía el extenso mundo islámico, diverso por la variedad de culturas y pueblos que englobaba, y unitario por su único y fundamental factor aglutinante: la religión. Credo sencillo y fácilmente asimilable, el islamismo impuso unas normas de vida y, en lo que el Arte se refiere, señaló unas formas concretas de expresión estética.

            El mundo islámico tiene dos principales manifestaciones arquitectónicas: una religiosa, que es la mezquita, y otra civil, como es el palacio y la villa. Ambas surgen cuando ya el poder militar se ha afianzado, parten del arte concreto de cada zona conquistada y se crean, en principio, como signo visible de poder y triunfal glorificación del califa, que eclipsa con su fasto el de las civilizaciones anteriores. Ambas vertientes, religiosa y civil, deben ser consideradas desde un punto de partida concreto: para el musulmán, la arquitectura no es arte; lo que le da valor artístico es el revestimiento o piel superficial que se le aplica interior o exteriormente. Idea pues, opuesta a la vigente en Occidente y a lo largo de la Historia del Arte en general. Además, en lo islámico no existe diferenciación entre arquitectura religiosa y civil, pues, en líneas generales, ambas se ornamentan con una temática idénticamente concebida, inspirada siempre en el elemento religioso. Temática y características que se repiten en forma constante tanto en el recubrimiento arquitectónico como en todas las demás artes decorativas que constituyen las principales manifestaciones del arte musulmán. Ello conduce a un rasgo fundamental: la unidad de las artes.

            La norma principal, repetida por doquier del Oriente al Occidente islámicos, parte de la idea de que «sólo Dios permanece»; por ello, toda creación del hombre debe tener una apariencia temporal perecedera, de ahí la «estética de la fragilidad», que de muy diversas maneras se advierte en todas y cada una de las manifestaciones artísticas musulmanas y a través de los materiales más diversos, desde la cerámica hasta el yeso, mosaico, ladrillo, madera, piedra, mármol, marfil, vidrio, metal, miniaturas o tejidos; en general, materiales modestos o a los que se concede esta apariencia; de ahí que no haya apenas orfebrería o que se prohiba en las vajillas el uso de metales ricos. Por medio de los distintos materiales se busca el máximo refinamiento y una convención única y unitaria de lo bello que parte de la idea de que «todo objeto bello es prueba de la Belleza Absoluta, es decir, de Dios» (filosofía sufí).

            La labor ornamental es, pues, fundamental en la arquitectura y en cualquier objeto, pues lo desmaterializa, lo hace frágil y lo recubre con una temática y estética concretas. La temática es de tres tipos: los seres vivos, la abstracción (lo geométrico y vegetal estilizado) y la decoración epigráfica. En cuanto al primer tema, tiene una menor representación que los demás, pues si bien no existe una prohibición coránica precisa, la «tradición» recomienda la no representación de este tipo de imágenes. Primero, porque podía llevar a la idolatría y culto a los iconos después, porque es absurdo reducir la imagen de Dios a los límites de la naturaleza creada y, finalmente, por que «Allah es el único creador». Por ello, no aparecen en las mezquitas imágenes de seres vivos, aunque sí en los edificios y objetos de uso civil, e incluso en las miniaturas del libro sagrado (Persia). Sin embargo, aun en estos casos, la concepción del hombre y del animal se rige por unos módulos distintos a los occidentales; no se pretende nunca una representación de acuerdo con la realidad (volumen, vida), sino que se plasma el concepto del ser o de lo que realiza (la música, la felicidad...) reduciéndolo a una figura plana y estereotipada. Es la «estética del concepto», siempre presente en el Islam, que no permite competir con «Dios creador», y que por tanto, nunca debe ser considerada como incapacidad de representación por parte del artista.

            La abstracción presenta dos vertientes principales: la primera es la que parte de las formas vegetales y las estiliza (el ataurique como derivación del acanto clá­sico) y en su reunión crea el arabesco, en el que la línea mantiene un inacabable diálogo consigo misma en su complejo entrelazo; la segunda está constituida por lo estrictamente geométrico (el lazo). En este punto podemos hablar de la «geometría sagrada», por la que el musulmán, no pudiendo representar a Dios en forma humana como hace el Cristianismo, busca plasmarlo a través de su Creación. Para ello se fundamenta en la Ciencia: en la matemática, la geometría y el número, formas perfectas de representación del Universo (Pitágoras, Aristóteles y Platón). Por eso la decoración geo­métrica es, a la vez, Ciencia y Arte, y no le importa al musulmán someterse a unas normas geométricas con tal de lograr la belleza objetiva e impersonal basada en un principio ordenador: el número o lo armoniosamente interrelacionado.

            Finalmente, el tercer tema fundamental es la decoración epigráfica, que tiene dos facetas principales: la escritura «cúfica» (formas rectas) y la «nasji» (formas curvas), que repitiendo el Corán o palabra de Dios adquieren un valor sagrado que transmiten al edificio u objeto que recubren (proceden de las «artes del libro» que en lo islámico son el Arte Mayor por excelencia). En realidad, ésta es la única aportación de la Arabia preislámica al arte posterior, frente a los otros temas que tienen su raíz en lo helenístico, romano y bizantino. La escritura en el mundo islámico se convierte en el principal elemento ornamental con carácter unificador, no sólo por su significado religioso sino también por sus inmensas posibilidades plásticas.

            Los tres temas se tratan y reúnen de acuerdo con unas normas constantes. En primer lugar y cada vez más, conforme el arte islámico avanza, por el sentimiento de «horror al vacío» que conduce al abigarramiento y a lo barroco; un sentimiento barroco de carácter distinto al occidental, que no se logra como aquél por aumento de tamaño, exuberancia y movilidad de las formas, sino por la disminución de tamaño y proliferación de uno o más motivos, según una rítmica repetitiva y simétrica, rígidamente configurada. De ahí que lo geométrico, lo estilizado y la escritura se adapten mejor a esta estética que lo figurativo, y que cuando esta última temática aparezca se la trate de igual manera.

            De aquí surge otra constante: el sentido planista, lineal y sin efectos plásticos de la ornamentación, al que se tiende desde los primeros momentos y al que finalmente se llega siempre, en cualquier vertiente de lo musulmán (por ejemplo, en España, ver la evolución de lo califal a lo nazarí). Le sigue el sentido de armonía, que prefiere el conjunto antes que el detalle, y el gusto por la policromía, viva e intensa, variada o limitada, de sus cerámicas, recubrimientos, taraceas, miniaturas o tejidos.

            Destaca también la preferencia por la luz como reflejo desmaterializador que deshace la solidez de la arquitectura; las mezquitas-blancas «interiorizadas», o las mezquitas-color persas de ornamentación exteriorizada (Ispahan, Bujara, Samarcanda); las turcas de azu­lejería polícroma en los interiores (Mezquita azul), o las mezquitas-bloque egipcias (Kaitbay) que, construidas en piedra, descomponen su solidez mediante la luz que se torna sombra entre los grandes relieves de arabesco de sus cúpulas; los mausoleos indios (Taj-Mahal), mármol que se desdibuja en su pura blancura; la azulejería y ladrillo en el mudéjar aragonés y en las torres seldyúcidas que no son sino destello, color, luz y sombra, frágil apariencia de una obra humana perecedera, pero tan bella como el Creador.

            La luz, además, es luz controlada que se filtra por entre las celosías o a través de la iluminación cenital de las bóvedas caladas de modo que actúa sobre los interiores creando una luz-difusa, no-natural que quita realidad a las formas y crea un espacio ilusionista e íntimo. Todo ello produce la desmaterialización: «sólo Dios permanece». No olvidemos tampoco el importante papel que el agua ejerce a este respecto en albercas y fuentes, que repiten en forma móvil y aún más frágil la imagen que sobre ellas proyecta la arquitectura; asi­mismo, los jardines, que unen el interior con el exterior y sugieren al hombre-creyente la visión de Dios a través de su creación (en lo nazarí, la Alhambra; arquitectura india).

            Esta estética hace que la arquitectura musulmana tienda, progresivamente, a modificar las formas tectónicas quitándoles primero solidez, dándoles después la apariencia de ser únicamente ornamentación, para convertirlas por fin, de hecho, en puramente ornamentales. Esta evolución puede observarse, por poner algunos ejemplos, en el arco y bóvedas hispano-musulmanas desde Córdoba hasta Granada, o en el proceso seguido por la «muqarna o mocárabe» desde Persia hasta el mundo islámico occidental (norte de África y España). Al final, todo es ficción; se llega al máximo abarrocamiento sin que casi nada cumpla la función que aparentemente se le asigna. Sin embargo, este barroquismo en lo musulmán (frente a Occidente) no es decadencia sino perfección suma y la más idónea plasmación de su ideal estético-religioso (la Alhambra puede constituir la mejor muestra).

            En las demás manifestaciones artísticas se llega a lo mismo. Así, en los marfiles se cala como un enrejado su pared sólida, o se hace plana embutiendo en ella otros materiales (…); en los tejidos, miniaturas y cerámicas se traza hasta el infinito una ornamentación plana, simétrica y colorista; en la cerámica, en concreto, hay que destacar sus labores en reflejo metálico (…), que imitan los metales ricos añadiendo una apa­riencia de fragilidad; en el vidrio, la transparencia-luz se alía al color de sus decoraciones pintadas.

            No es necesario dar más ejemplos concretos, baste con decir que siempre se logra la unidad en la diversidad, tanto en las distintas manifestaciones artísticas como en el arte de cada uno de los países conquistados por el Islam. Y ello gracias a una temática y estética comunes, que dictadas por la religión se repiten en cualquier arte anterior adoptado y transformado por el musulmán, así como en cualquier material en cuyo trabajo se busca la máxima perfección técnica.

VARIOS AUTORES.- Introducción general al arte.
Editorial Istmo. Madrid. 1980 págs. 461-465