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Decoración musulmana:  La imaginación abstracta.-

             "La prohibición de imágenes aunque teórica, influyó en el espíritu de los artistas musulmanes o más bien correspondió a determinada tendencia. Los llevó a huir de la imitación de la naturaleza invitándolos a exagerar los aspectos geométricos y a obedecer una ley de simetría que hacía a los follajes prisioneros de las curvas concebidas por una imaginación desbordante. No considerar el modelo vivo era todo un programa; el dibujante se encerraba en sí mismo para crear una obra de arte y no miraba en torno a él. Los musulmanes cultivaron un arte de visionarios, no de observadores. De ahí sale esa fauna a veces heráldica y a veces fantástica casi desconocida por la naturaleza. Es un arte de ensueño y a veces hay que hacer un esfuerzo para comprenderlo y gustarlo.

            El canon de belleza se inspiró uniformemente en las mismas preferencias. Vemos cómo el realismo cede el sitio a la estilización: los motivos derivados de la flor y de la hoja, alterados voluntariamente en un sentido peyorativo vuelven a combinarse en adornos de inagotable invención. Los follajes florales acaban de degenerar en círculos tangentes dentro de los cuales se inscriben una o varias hojas cuyas curvas ofrecen direcciones muy estudiadas. Y estos temas florecidos en curvaturas infinitamente delicadas son siempre de una amplitud y una nobleza notabilísimas. En general, los musulmanes se inspiraron en el repertorio bizantino, con el acanto la viña y los pámpanos.

            Si estas decoraciones florales, por sus curvas armoniosas, son un elemento de movimiento, la geometría nos lleva a la calma y a la inercia. Este género de ornamentación no fue inventado por el Islam, pero iba a ser tratado con progresos inesperados. Fue un chisporroteo, un frenesí por buscar una decoración cada vez más complicada, más misteriosa, con la ayuda de combinaciones raras y de figuras suplementarias. Encontramos entrelazos en trenza o en nudo, espirales, ruedas, zigzags, fajas, arquivoltas en dientes de sierra, nichos estriados o ranuras radiantes. La ornamentación tiene predilección por combinaciones de polígonos. Estos, mediante fórmulas de extrema complejidad, están presentes en todas partes: en las paredes, en las puertas, en los mihrabs, en todos los objetos, en las miniaturas coránicas.

            Parece que hubiera una necesidad imperiosa, pues estuvo de moda en todas las latitu­des y a pesar de los cambios dinásticos. El periodo fatimita ofrece una variedad de motivos decorativos esculpidos en madera con una seguridad de técnica que no será igualada. Las cátedras de las mezquitas de Kus en el alto Egipto, del Sinaí, del Haram de Ebrón y el mihrab de Saiyida Rokaiya en e1 Cairo han sido justamente admiradas. Las superficies a decorar no son corridas sino que presentan una serie de pequeños paneles de formas variadas esculpidos con amor como si no tuvieran ningún papel que desempeñar en el conjunto. Los cuadrados, los lozanees, los trapecios y las estrellas se imbrican unos en otros y podrían organizarse de modos diferentes sin dañar el efecto general. Frente a ellos pue­de el espectador a su conveniencia o según el punto donde se fije su ojo combinar figuras cuyos elementos pertenecen a otros sistemas. En suma, el conjunto no forma nunca una sín­tesis y para apreciarlo plenamente hay que analizar sus articulaciones, lo que no impide dejarse llevar a un dulce ensueño al que nos empujan irresistiblemente los meandros más caprichosos. (...)

            Estas ornamentaciones parecen historias interminables, cuyo desenlace se produce de improviso, como si el autor estuviera cansado de las peripecias que se repiten continuamente. Comprendemos que ciertos escritores árabes no hayan regateado su admiración a las abejas, tan hábiles en dar una forma hexagonal a las celdas que no tienen su alimento y a las arañas que saben dividir tan bien los hilos de sus telas y disponer armoniosamente los hilos concéntricos que las cortan. (...)

            ... el arte musulmán tiene horror al vacío; sin embargo, en esas composiciones no se podría quitar nada sin perjudicar la armonía del conjunto. (...) Este arte abstracto, con una flora interpretada, es siempre sincero y está desprovisto de todo espíritu de mixtificación. Los artistas suelen ser observadores del mundo exterior y perciben  mejor los accidentes que las leyes, ...

 WIET, Gaston..- El arte y el hombre (de René Huigue).
Ed. Planeta. Barna. 77 (9ª). Págs. 73-75