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EL CLIENTE EN LA EDAD MEDIA.-

       “Pueden distinguirse varias categorías de encargos, que generalizando, podrían corresponder a otras tantas categorías de obras de arte. Es evidente que los encargos reales a cortesanos habrían de determinar las obras de mayor calidad, ya que el afán de autoafirmación y el espíritu de lujo y de ostentación estuvieron siempre presentes en las grandes cortes europeas. Sin embargo, tampoco debe infravalorarse el papel de la burguesía, puesto que si en sus orígenes el arte gótico va estrechamente unido a los ideales monárquicos, a partir de un momento dado es la clase burguesa la que asume el máximo de protagonismo, imponiendo un nuevo sentido de la realidad. La acción de la burguesía también se puede percibir en realizaciones arquitectónicas tales como lonjas, sedes de gobiernos municipales, palacios, etc.

              Muchas de las grandes obras de carácter religioso vinculadas a usos religiosos (iglesias, capillas, retablos, sepulcros, ornamentos, libros, etc.) cuentan también con el patrocinio real o de burgueses.)”

 José BRACONS, Las claves del arte gótico, pág. 15

  

        “Si la iniciativa de la construcción dependía de las autoridades religiosas (obispo o abad), políticas o municipales (por ejemplo, Florencia), la dirección financiera y técnica de la construcción fue muy variable y compleja. Ciertas empresas reales o principescas (castillo de Caernavon, Chateau-Gaillard, o la Sainte-Chapelle de París) pudieron ser erigidas muy rápidamente, en tres o cinco años, gracias a los recursos financieros de los principies, casi ilimitados, y gracias también a la mano de obra de fonsadera que podían reclutar (Salmann). En el caso de las grandes construcciones, como las catedrales, la financiación no podía quedar asegurada, en muchos casos, con la fortuna de los obispos o de los canónigos; estos solo cedían a la Obra una parte de los ingresos que les procuraban los bienes anejos a su cargo; se solicitaban donaciones, se organizaban colectas, sacando en procesión las reliquias de la iglesia, se establecían impuestos sobre ferias y mercados. Pero estos recursos eran precarios. Pocas catedrales o grandes abadías góticas fueron erigidas de una vez, en veinte o treinta años (como Chartres o Royaumont); la mayor parte, comenzadas con en­tusiasmo y con facilidades financieras, conocieron dificultades que provocaron paros en los talleres y retrasos. En Reims, un conflicto entre la ciudad y el arzobispo, en 1232, dislocó el taller durante varios años; en Beauvais, un grave accidente y su necesaria reparación prolongaron las obras del coro de la catedral durante un siglo. Cuando en el siglo XIV se produce la gran "depresión" económica, financiera y política (en Francia, la guerra de los Cien Años), los trabajos se detienen totalmente, para no reanudarse sino en los siglos XV, XVI o en el XIX (catedral de Colonia). Y no sólo ocurre así en el caso de los grandes edificios, sino también, en muchas ocasiones, en el de las iglesias parroquiales y de los edificios monásticos (por ejemplo, la Trinité de Vendome).”

 Louis GRODECKI, Arquitectura gótica, pág. 31