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ROMa:  retrato en la escultura.-

        Etruria y Roma.-  Tres son las manifestaciones más peculiares de la escultura republicana: el retrato, una creación puramente romana; el relieve continuo, en el que la corriente popular, de carácter narrativo, alterna con la ornamental o mito lógica, de inspiración griega, y las esculturas o grupos escultóricos que, realizados por manos griegas, repitieron modelos de los siglos V  y IV a.C., conocidos en conjunto con el nombre de estilo neoático.

El retrato romano es una creación de la ciudad de Roma y del período que media entre la época de Sila (80 a. C.) y fines de la República (segundo triunvirato, año 43 a. C.). Nació al servicio de la oligarquía senatorial, la clase dirigente, deseosa de dejar constancia de su significado en la historia de Roma. Entre sus antecedentes cabe destacar:
        1) la tradición retratística etrusca;
        2) el retrato fisiognómico griego del último helenismo;
        3) las imágenes maiorum o efigies de los antepasados, muchas de las cuales se realizaron a partir de las mascarillas de cera que se sacaban del rostro del difunto tras su muerte. Sin embargo, en los rostros de los retratos republicanos late algo distinto y original, consecuencia de la voluntad que el retratado impuso al retratista.

Los retratos romanos republicanos no son tipos ideales, como eran los griegos, sino individuos concretos. El retrato griego era público, para ser colocado en el ágora o en el cenotafio de un hombre ilustre. El retrato republicano fue res privata, dedicado a la familia, a la gens y a la clientela, cuyo orgullo en la vida pública era precisa mente pertenecer o descender del clan de un personaje ilustre. Este tipo de retrato se imitó, incluso, en ciudades próximas a Roma. La estatua de Aulo Metelo, el célebre Arringatore del Mº Arqueológico de Florencia, pone de manifiesto que este tipo de instantáneas efectistas impresionaba, de modo especial, a los etruscos del siglo I a. C.

La mayoría de tan espléndidos retratos fueron obras de griegos, obligados a plegarse a las exigencias de los retratados. Se distinguen los que gustaron de hacerse representar a la griega, con pelo fosco y cuidado (tipo Postumius Albinus); los que exigieron retratos muy a la romana, con gesto sobrio y severo (tipo Coelius Caldus), y los que se recrearon con la exhibición de su ancianidad (tipo Antius Restius). Forman parte de esta serie la galería de rostros surcados de arrugas, pertenecientes a personajes cuya intención era la de recordar a sus sucesores el legado de las penalidades sufridas, la exaltación de la virtus romana que debía flotar, como ejemplo, en el ambiente familiar.

El retrato republicano es la creación más importante de la escultura romana. Los griegos, a quienes les impresionaba el culto a los antepasados de los romanos, nunca entendieron, desde el punto de vista artístico, este tipo de retratos realistas, cuya proyección no iba más allá del círculo familiar. (...)

Junto a espléndidas creaciones, hubo también efigies vulgares y de mala calidad. Son retratos populares, de individuos de clase sencilla, en los que se adivina, por el rigor mortis que sus rasgos transpiran, la mascarilla funeraria a partir de la cual se trabajó sin la menor inquietud artística.

 

Época de augusto y de los Julio-Claudios.-

 La escultura en época de Augusto y de sus sucesores está marcada por un claro influjo griego, ya que griegos debieron de ser los mejores escultores y retratistas que trabajaron al servicio de los emperadores. Sin embargo, pese a utilizar como base los patrones formales helenizantes, siempre se adaptaron al gusto romano.

Los magníficos retratos de Augusto, Octavia, Livia, Tiberio, Claudio (muy escasos los de Calígula y algo menos los de Nerón, por haber sufrido la damnatio memoriae) nos han transmitido la fuerza de sus personalidades y pasiones a través de magníficas efigies en las que se percibe el acento griego.

De entre los retratos de Augusto destacan el de Prima Porta (Museo Vaticano) y el de la Vía Labicana (Museo de las Termas). El primero, aparecido en 1863 en la mansión que Livia ocupó a la muerte de Tiberio, sita en las cercanías de Roma, en un lugar denomina do Prima Porta, nos muestra a Augusto en todo su esplendor en el momento de arengar a sus tropas. Luce traje militar de gala (túnica, coraza y paludamentum) y sólo sus pies descalzos indican que se trata de una estatua heroizada, realizada, por tanto, después de su muerte. La magnífica coraza metálica se cree que fue copia fidedigna de una que debió de tener el emperador. En su peto aparecen repujados varios grupos históricos y alegóricos, de los que el central fue, posiblemente, la devolución de las insignias perdidas por Craso en Carrae (53 a. C.) a su hijo adoptivo Tiberio (19 a. C.). Obra, sin duda, de un escultor griego, concibió la figura de Augusto como un doríforo a la romana.

El retrato de la Vía Labicana representa al emperador togado y cubierto (capite velato), como Pontifex Maximus, dignidad que aceptó a la muerte de Lépido, en el año 12 a. C. El emperador es representado con rasgos más cansados que en la anterior, como correspondía a sus ya casi cincuenta años. La serie de los retratos de Augusto que se han encontrado en todo el ámbito del antiguo Imperio es muy numerosa, y aunque son en general efigies oficiales, algunos de ellos son de una gran calidad (Boston; Mérida), e inconfundibles por su característico flequillo sobre la frente, partido en dos mechones sobre su ojo derecho (en forma de pico de ave y uña). Livia y Octavia llevan el peinado de moda de su época: tupé sobre la frente, aladares foscos y moño recogido en la nuca. Livia, después, se peinaría con raya en medio, aladares ondulados y moño bajo; y todavía, en su etapa final, luciría el peinado de rizos impuesto por las Agripinas.

Los príncipes de la época, entre ellos Cayo y Lucio César, los malogra dos nietos del emperador, aparecen en retratos de bulto redondo, heroizados y desnudos, según versión griega, o en espléndidos bustos. Magníficos son los retratos de Agripa (Museo del Louvre) y los de muchos personajes desconocidos, entre los que sobresale el del Museo de los Conservadores llevando los bustos-retratos de sus antecesores.

En la época de los Julio-Claudios se mantuvieron las mismas directrices que en el período anterior. Destacan el sedente del Vaticano, el excelente y posiblemente único de Calígula, en Copenhague, y el de Claudio, también en el Vaticano, representado como Júpiter acompañado del águila. De los de Nerón, uno de los pocos que se conserva es el de Olbia, en el Museo de Cagliari.

La retratística privada siguió las pautas marcadas por las corrientes áulicas y produjo obras de una gran perfección, pero tal vez carentes de expresividad. Sin embargo, Mérida fue sede de una escuela retratística con características propias, a la que debemos magníficos retratos, llenos de naturalidad y contenido psicológico.

 

Época Flavia.-  Los cambios de mentalidad que aportó la nueva dinastía en todos los aspectos de la vida social y cultural se dejaron sentir también en el campo de la escultura. La galería de retratos de esta época brinda, por un lado, los rostros vulgares y realistas de los emperadores flavios, y por otro, el de sus mujeres y esposas, con alambicados y barrocos peinados entre los que aún resulta inconfundible el llamado de “nido de abeja” impuesto por Julia, la hija de Tito. De Vespasiano destacan los retratos de Florencia, Museo de las Termas y Gliptoteca de Ny Carlsberg de Copenhague; de Tito, el del Vaticano, y de Domiciano, el del Museo de los Conservadores de Roma.

 Pero sin duda, en esta época, los mejores retratos son la serie de desconocidos, ya que, liberados de las imposiciones de la retratística oficial, en ellos se mezclan las corrientes del período anterior con el naturalismo y sentido de giro en la presentación de los bustos que caracteriza a esta época. Con el movimiento lateral de la cabeza se evitaba la frontalidad rigurosa y se ganaba en espontaneidad. Pieza singular por su belleza es la desconocida del Museo Capitolino. La finura de los rasgos de su rostro y el esmero con el que está tratado su complejo peinado hacen olvidar el barroquismo espectacular del mismo.

 

Época de los emperadores hispanos: Trajano y Adriano.-  La nota dominante de este período, tanto en la gran estatuaria como en el retrato y en el relieve, fue una marcada tendencia hacia el naturalismo. Los bustos se caracterizaron por incluir los hombros, parte del pecho y, a veces, los pectorales.

De los retratos de Trajano, ninguno tan expresivo como el hallado en Ostia (Antiquarium). Su mirada penetrante y miope, acusada en las arrugas de las comisuras de los ojos, nos acerca al personaje humano, por encima del político. Excelentes son, también, los retratos del Museo Británico, Capitolino, el de Itálica (en este caso desnudo, en versión heroizada), el de Belo, etc. de Plotina y de su hermana Marciana se han conservado, asimismo, interesantes efigies. Digna de mención es una curiosa estatua del Museo de Nápoles, en la que sobre un bello cuerpo de Venus, de corte praxitélico, se colocó la cabeza-retrato de una Plotina muy entrada en años, en extraña simbiosis.

Las estatuas de los dacios prisioneros que ornaron el foro de Trajano, utilizadas más tarde en la decoración de otras construcciones (entre ellas el arco de Constantino), constituyen una magnífica serie de retratos de bárbaros a los que se representó soportando su des gracia con gran dignidad. Sobresalen el busto del llamado Decébalo, del Museo Vaticano, y la Thusnelda, de la Loggia dei Lanzi de Florencia. De los numerosos relieves que ornaron las construcciones trajaneas, destacan especialmente los que decoran los diecisiete tambores de su famosa columna. En ellos se produjo el triunfo definitivo del relieve narrativo y continuo, evitándose la perspectiva natural en favor de la caballera. Todo el discurso escultórico responde a un criterio de unidad argumental y secuencializada muy del gusto romano. (...)

Los retratos de Adriano impusieron un nuevo estilo, un regreso a los modelos griegos, muy del agrado del emperador, que gustó de retratarse evocando patrones clásicos, a los que imitaba con su pelo, de abundantes rizos, y la cuida da barba que no sólo cubría su mentón, sino también su sotabarba. Se inició en esta época la incisión de las pupilas y el iris, lo que vino a conferir a la mirada una mayor expresividad y patetismo. Los retratos de Adriano son numerosos, y entre ellos destacan el del Vaticano, el de Itálica, el de las Termas, etc. Magníficas efigies, sensitivas y elegantes, son las de su esposa Sabina (Antiquarium de Ostia, Termas), e inconfundibles por su belleza academicista, algo decadente, las de Antínoo, el joven bitinio deificado por el emperador. Retratos idealizados, inconfundibles por la melancólica sere nidad de sus rasgos, le representan como un hermoso joven en toda su plenitud (Museo Nacional de Nápoles) o identificado con alguna divinidad, por lo general de carácter agrario o frugífero: Vertumno, Dioniso, Silvano, etc.

 

Época de los Antoninos.-  El barroquismo que caracteriza a esta época en todos sus aspectos se traduce, en el terreno de la escultura, en la búsqueda de los contrastes de textura y el quiebro de la luz en un constante juego de luces y sombras, al que ayudó el uso del trépano o berbiquí, con el que se ganaba rapidez en la ejecución de la obra, y a la vez, profundidad en el calado de las superficies. Por otra parte, la compleja situación política del Imperio, que iniciaba un suave declinar tras la llegada de los Severos, de origen africano, se reflejó en retratos que transfieren una decadente elegancia, a la par que una honda preocupación.

Tanto los retratos imperiales como los de los particulares responden a 4 modelos casi genéricos, en los que el busto se ve cubierto por el paludamentum, o capa militar, sujeto por una gruesa fíbula que lo recoge sobre el hombro izquierdo, y en los que la tersura del rostro contrasta con las rizadas y voluminosas cabelleras y barbas. Con Lucio Vero, el corregente de Marco Aurelio, se pusieron de moda las barbas bífidas como la que, más tarde, luciría el Cristo didascalo de los sarcófagos paleocristianos. En líneas generales, puede decir se que se evitó, como en los períodos anteriores, la representación frontal del retratado. La pupila se siguió destacan do dentro de la córnea y el iris se señaló por medio de una peculiar virgulilla que acentuaba la profundidad de la mirada. De Antonino Pío destacan los retratos de Cirene (Museo Británico) y del Agora de Atenas (Museo Nacional). Sin embargo, la pieza más significativa de este período es, sin duda, la estatua ecuestre de bronce dorado del emperador Marco Aurelio. Inspiradora de las estatuas ecuestres del Renacimiento, desde 1538 se yergue en el centro de la plaza del Capitolio, sobre un pedestal que para ella diseñó Miguel Ángel. De Lucio Vero existe un magnífico retrato en el Museo Arqueológico Nacional (Madrid), y de Cómodo, el más efectista es el del Museo de los Conserva dores, en el que aparece representado como Hércules. De Faustina la Mayor, esposa de Antonino Pío, y de Faustina la Menor no faltan ejemplares tampoco. La primera (Museo Capitolino) luce aún un peinado bastante complejo y la segunda, en cambio, presenta uno mucho más sencillo y elegante (Museo de las Termas).

 

La escultura de los siglos III y IV.-  Desde la época severiana la escultura acentuó sus recursos efectistas y barrocos, sobre todo a partir de que Caracalla impusiera sus retratos de aire agresivo y dominador. En la historia de la retratística, el llamado Caracalla Satán (Museo de Nápoles, Museo del Louvre, etc.) significó la creación de un tipo que tuvo una gran repercusión y que siglos más tarde sirvió de inspiración a los retratos renacentistas de papas y próceres romanos. Barbas bífidas y cabelleras rizadas como las de Septimio Severo (Altes Museum de Berlín), rostros delicados y sensibles como los de su mujer Julia Domna (Museo de Munich), y expresiones reflexivas y melancólicas propias del horno pneumaticus o espiritual, prototipo de la época, que, lleno de inquietudes, buscaba respuestas en las religiones mistéricas o en nuevas posturas filosóficas (neoplatonismo).

Esta corriente se mantuvo durante el período de la Anarquía militar entre los retratos anónimos, mientras que entre los imperiales se impuso la moda del pelo corto y la barba descuidada. Magnífico es el retrato de Filipo el Arabe (244-249) del Museo Vaticano, en el que luce la toga trabeata, es decir con un doblez ancho y plano sobre el pecho, llamada a generalizarse a partir de ahora, y los del emperador filoheleno Galieno (254-268), en los que se advierte un retorno a los patrones clásicos.

A partir de la época de Diocleciano, son frecuentes los retratos y grupos escultóricos de pórfido con la representación de los tetrarcas (Grupo de San Marcos de Venecia, del Vaticano, etc.). Desde época constantiniana, las dos corrientes que a lo largo de siglos marcharon en paralelo, la clásica u oficial, y la popular o expresionista, rindieron su última batalla a favor de la segunda. En cierta forma, se pierde el canon de lo clásico, que no volvería a recuperarse hasta el Renacimiento. Sirve como ilustración la galería de retratos de la época, y en especial los de Constantino (Basílica Lateranense), cabeza colosal del Museo de los Conservadores, etc. En ellos, todavía dentro de la corriente áulica y clasicista, laten ya los acentos de un nuevo estilo, cuya lógica evolución se continuaría en Bizancio.

 VVAA. Historia del Arte.- Ed. Espasa. Madrid. 2.002.
Págs.246-7, 252-3, 260-1 y 268-9.