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EL VESTIDO EN LA GRECIA ANTIGUA.

 

              I.--El traje prehelénico.- Del antiguo mundo aqueo sólo se conocían las paredes colosales de Tirinto y de Micenas. Las excavaciones de Schlieman en Asia Menor, en el presunto emplazamiento de la antigua Troya, y las de Sir Arthur Evans en Knosos, han permitido una reconstitución del traje de los pélagos, egeos, aqueos, micenos, cretenses y troyanos de los siglos XX al XII antes de Jesucristo.

              Traje masculino El taparrabo, llevado generalmente en las Cícladas, es de corte y de materias muy distintas: tela ligera, tejido espeso o incluso cuero. Unas veces rodea las piernas formando una falda corta; otras veces, fuertemente sesgado en las caderas, cae en dos delantales. El taparrabo de ceremonia a menudo está abigarrado con una faja que, tiesa a causa de las presillas y los adornos, desciende oblicuamente hasta el nivel de las rodillas. En el continente se superpone o se reemplaza por un calzón cortó, a menudo adornado con un grueso ribete, fijado en el talle por un cinturón fuertemente apretado, que puede estar constituido por cintas recamadas que forman sobre las caderas grandes cascarones tiesos. Generalmente el torso está desnudo, excepto en las escenas religiosas, en que se cubre con una especie de casaca imbricada. A veces se encuentra, echada sobre los hombros, una capa de piel de animal.

              Sobre los cabellos largos, se colocan gorros de lana y un gran sombrero plano y redondo, cuya forma recuerda la del petaso griego.

              La mayor parte del tiempo los hombres llevan unos borceguíes muy altos, especie de medias botas que suben hasta las pantorrillas, de cuero blanco o gamuza y otros, de cuero rojo, están provistos de correas dando siete vueltas a la pierna. En el interior de las casas y de los santuarios se iba descalzo.

              Traje femenino El abigarramiento de los tejidos, la riqueza de los adornos (pliegues, ahuecados, bordados y pasamanerías multicolores) son los caracteres dominantes de esta indumentaria cuyo parentesco con el traje occidental moderno debe resaltarse.

              La falda, sujeta con el cinturón y ceñida en las caderas, unas veces es atiesada con aros de metal, otras veces extendida sobre un cono formado por varillas de junco. Si se estrecha en los bajos, está cortada en una tela lisa y separada por galones en veinte bandas horizontales; los volantes caracterizan la civilización minoica: primero, todos son iguales y después, cada vez más estrechos y finalmente, aparecen el fondo de la falda en medio de ellos. Esta última a menudo se cubre con un delantal.

              El corpiño, abierto hasta el talle, no disimula el pecho y se ata debajo de los senos y a veces se compone de una camisola transparente sobre la que se ensarta un corto bolero. Los antebrazos están siempre desnudos y las mangas son, unas veces, ceñidas, y otras veces, ahuecadas.

              Para montar en carro, se envuelven en una capa larga parecida a la de los hombres; en otras circunstancias, se echan sobre los hombros una, esclavina de piel.

              Capotes, “bretones”, “marqueses” adornados con rosetones se colocan sobre los largos cabellos y a veces prefieren para ellos un enorme tocado en forma de cuerno.

              El calzado es parecido al de los hombres; pero la mujer, que se queda más en casa, se calza con mucha menos frecuencia.

              Las joyas son muy lujosas: anillos, pulseras y collares llevan indistintamente hombres y mujeres, que usan, además, alfileres para los cabellos, espirales en filigrana de oro que se mezclan con los rizos, anillos de oro por los que se pasan las trenzas, diademas y pendientes.

              II.--El traje clásico.-  Por oposición con el traje prehelénico, la mayoría de las vestiduras griegas del período clásico no tienen forma determinada, sino que están constitui­das por rectángulos de tejido ribeteados por los cuatro lados, sin llevar costura ni dobladillo. A partir de este rectángulo, los griegos han sabido encontrar una extremada variedad de combinaciones y les basta cambiar las dimensiones o las proporciones de la pieza, doblarla sobre ella misma, adaptarle cinturones y fíbulas. Se emplean los tejidos de lana y de lino e, incluso, los constituidos por una mezcla de algodón. Después de la invasión de Jerjes y la toma e contacto con Asia, se utilizan finas sedas que vienen de Asiria y de Persia. Fajas de color subrayan los bordes del tejido haciendo así más clara la construcción del traje; a menudo estas fajas están tejidas, y no bordadas, para que no presenten “revés”. Los griegos, hombres y mujeres, no llevaban ropa interior, si exceptuamos el cinturon‑corsé que busca, en la oscuridad, la Myrrhina de Aristófanes. Los ojos de los arqueólogos y de los artistas se habitúan, erróneamente, a ver en la vida griega sólo un desfile de siluetas monocromas, pero se sabe que el pintor Polignotos, nacido en Tasos en el siglo V a.C. y de igual renombre que Fidias, daba a los trajes de las mujeres tintes brillantes que sus contemporáneos llamaban “colores floridos” y las capas podían ser azules, violetas, amarillas o púrpura y las muchachas de Asia Menor se vestían, en Mileto, de azafrán, de púrpura y de verde aceituna y en Tanagra, de rosa con una orla amarilla, púrpura o negra. Sólo las mezclas de colores eran de mal tono y desig­naban, con el artificio simbólico del cinturón dorado, a las cortesanas.

              Traje masculino.- Los campesinos se contentaban con pieles curtidas o con gruesas vestiduras de lana, que acompañaban con un gorro de cuero o de piel áspera: la kyné. Los artesanos y los esclavos preferían la exomis, vestido de trabajo de lana natural sin ningún adorno de color, y como tocado el pilos puntiagudo. La exomis puede ser abierta y sin costura (alrededor de 2'30 m x 1'40 metros); en tal caso, se pasa por debajo del brazo izquierdo uno de los lados anchos y después se suben los dos faldones de tejido sobre el hombro izquierdo, donde se fijan con una fíbula. Desde este punto se bajan, uno encerrando el pecho y el otro la espalda, hacia el lado derecho, donde se entre­cruzan los ángulos superiores en el cinturón, mientras que los ángulos inferiores se entreabren en el muslo desnudo. Cuando la exomis va cosida hasta el talle, se coloca como una túnica.

              La túnica o quitón puede ser de lino más o menos fino, de lana. Abrochada sobre el hombro izquierdo, sólo forma una sisa y tiene casi el aspecto de una exomis cosida. Cerrada con dos fíbulas, cosida en un lado (es necesario un tejido de 1 m x 1'80 m) y cerrada en el talle con un cinturón debajo del cual se la sube de manera que le cubra las rodillas, la túnica a menudo se adorna con un segundo cinturón colocado sobre el pliegue. Todavía se puede acortar la túnica de lino doblando su parte superior y sujetando el tejido con dos fíbulas o con dos cordones atados en los hombros. La túnica larga es un traje de ceremonia, dado siempre a Zeus, que llevan siempre los jonios y los personajes que ejercen una alta función civil o sacerdotal, que se convirtió seguidamente en la exclusiva de los citaristas, flautistas y conductores de carros en los juegos públicos. Puede doblarse en la parte superior. La túnica con dos costuras lleva mangas largas plisadas sobre el brazo.

              La capa o himation (2'90 m x 1'80 m) es un vestido civil que se presta a numerosos arreglos: puede cubrir la espalda y los hombros, echando el último faldón sobre el brazo izquierdo, al que inmoviliza, o por encima del hombro izquierdo encerrando el brazo derecho, del que sólo la mano puede moverse (plegado llamado del orador) y también puede cubrirse la cabeza como si fuera un velo. Es posible asociarlo con la túnica larga y finalmente, se lleva sólo sobre el cuerpo desnudo pero este uso, sin duda, no ha sido tan generalizado como lo hacen suponer las representaciones hacen suponer las representaciones figuradas: hay que tener en cuenta el culto a la forma humana, ley del arte griego. Sea cual sea el arreglo, este es muy estudiado: el himation deja desnudo el brazo y el hombro derechos y descubre el pecho, se ciñe alrededor del talle con un pliegue que forma un ancho cinturón y se sostiene por la presión del brazo izquierdo, alrededor del cual se arrolla.

              La clámide es un vestido de lana que se da a los soldados de caballería, a los militares y a los efebos; es de bello efecto sobre el cuerpo desnudo, pero sólo se debe haber llevado así en el estadio. La fíbula que sujeta el vestido se coloca indiferentemente en uno u otro hombro, en la base del cuello o en la espalda. Igualmente se buscan contrastes de color entre la clámide y la túnica y es un atuendo de jefe o de rey que puede recibir una decoración muy brillante. Se cita la clámide de Demetrio de Poliorcetos, hijo de Antígona (295 al 287 a.C.), de púrpura casi negra con los signos del zodiaco y estrellas de oro.

              Traje militar.- El ejército riego comprende una infantería pesadamente armada: los hoplitas, que llevan una coraza de escamas metálicas, cosidas o recamadas. Esta coraza se detiene en el cinturón y se prolonga con lambrequines. Las piernas se protegen con los cnémides, de bronce y los pies se calzan con crépides fuertemente claveteadas. La espada de dos filos, provista de una empuñadura de bronce se acompaña con una vaina de madera forrada de cuero y reforzada con armazones de bronce; se cuelga de un tahalí de cuero pasado debajo del cinturón que realza el talle. El casco beocio tiene mejillas fijas, un nasal y una cimera con penacho; el escudo redondo, realzado con placas de bronce, es de un peso considerable.

              La infantería ligera está compuesta de pelastos que sacan su nombre de un escudo ligero, pelta, y llevan sobre la túnica una cota de armas hecha de tejidos cruzados, forrados y con fieltro, sostenida en el talle por un cinturón de bronce amartillado. Las cnémides se atan sobre las polainas de lana y unas sandalias con correas protegen los pies.

              El soldado de caballería, sobre la corta túnica de lana viste un jubón de cuero prolongado por una doble fila de lambrequines, unas hombreras de cuero cubren el nacimiento de los brazos. Esta coraza se refuerza con una serie de discos de bronce formando una especie de pectoral muy resistente. Unas polainas de cuero reemplazan las cnémides.

              El casco dorio se caracteriza por una gran visera que des­ciende muy baja, el casco ático lleva guarda‑mejillas, articuladas a partir del siglo V a.C., y un nasal, el casco corintio se baja sobre la cara enteramente disimulada, a excepción de los ojos, y el almete se desarrolla considerablemente cuando el casco se adorna con una cimera.

 

              Traje femenino.- Hay que distinguir el traje dorio, hecho con tejidos de lana atados por fuertes fíbulas, y la túnica de lino, de origen jonio, que debió introducirse en Atenas después de la derrota de la guerra contra Egino (568 a.C.). Sin embargo, se sabe que la lana se empleaba en Jonia desde la época homérica y en Mileto se teñía de colores vivos, con dibujos recamados (de los cuales el vaso François, en el Louvre, nos da una buena muestra). Esquilo menciona también las escenas de caza que adornaban la capa de Orestes.

              El peplo caracteriza la indumentaria dórica. Abierto, es un rectángulo de lana abrochado en los dos hombros y que, sin pliegue ni cinturón, deja ver en parte el cuerpo de la que se viste con él y es el vestido, muy antiguo, de las muchachas espartanas. Una variante de este traje consiste en doblar la parte superior y el borde doble se pasa entonces por debajo del brazo izquierdo y se abrocha sobre el hombro del mismo lado, de modo que forme una sisa que se prolonga más allá del codo y a continuación, el mismo borde se ata sobre el hombro derecho, dejando más juego en el pecho para pasar la cabeza. La disposición es asimétrica, ya que sobre el lado derecho la abertura del vestido acusa los ángulos, con espirales que subraya una banda de color. El aspecto del peplo se modifica también cuando el pliegue sobrepasa el talle y cubre, al menos, la mitad de la altura total. El ancho del pliegue (apoptygma) a veces se utiliza para cubrirse la cabeza. Podía hacerse estrechar los dos espesores del peplo abierto con un largo pliegue, con un cinturón: se obtenía, entonces, un vestido de gran sobriedad de líneas, con mucha nobleza y majestad. El peplo recubrió la túnica jónica antes de que los atenienses resolvieran llevarla sola, bajo el himation.

              Reuniendo con una costura los dos bordes flotantes del peplo, se obtiene el peplo cerrado y un tér­mino medio consiste en coserlo sólo hasta el talle: entonces es el peplo semicerrado. Una perfecta simetría caracteriza el peplo cerrado y puede subirse por encima del cinturón para formar un rodete de pliegues ahuecados: el colpos. También es posible cubrirse la cabeza con el pliegue del peplo cerrado. Todos los peplos pueden asociarse al manto, generalmente dispuesto sobre los hombros y los brazos, a la manera de un chal.

              La túnica de lino se compone de un rectángulo cuyos bordes laterales se reúnen por una costura. Entre los dos bordes superiores se deja una abertura bastante ancha para pasar la cabeza; después se unen por una doble serie de pequeñas fíbulas regularmente espaciadas. El talle se señala con un cinturón que puede decorarse con flecos, borlas o campanillas La tela se corta con un método muy antiguo, todavía empleado en nuestros días en ciertas regiones: con la uña se marcan pliegues paralelos; después se moja el tejido, retorcido en los extremos, y se mantiene así durante algunas horas.

 

              En Atenas, las más vastas túnicas forman un pliegue en la parte superior, análogo al del peplo. Cuando se lleva sola, con o sin pliegue, la túnica jónica caracteriza a las bailarinas: la anchura y el vuelo de la tela permiten asir con las manos la extremidad de la sisa y disimular completamente los brazos. La disposición oblicua del himation corresponde al progreso del traje jónico en Ática, abrochado a la izquierda o a la derecha y el uso de botones sustituye el de las fíbulas. La túnica se asocia a veces con el manto de los hombres, que la coquetería femenina dispone en sentido inverso: la extremidad, en lugar de echarse a la espalda, cae hacia delante.

              El traje jónico lleva también, en la época helé­nica, un manto de lino, el fairos, cuya disposición no se ha definido con precisión, y un largo chal (5 m x 0'75 m) llamado “chal oblicuo de Cores”, que Jacques Heuzey ha estudiado, demostrando que este traje, molesto y frágil, que reduce singularmente la libertad del brazo derecho, era el signo de la vida lujosa y cómoda expresada por la famosa sonrisa arcaica que Charles Picard ha definido con tanto acierto, como un “jeroglífico de felicidad”. El arreglo más simple consiste en atar el chal con fíbulas sobre los dos hombros, como un peplo y para obtener a continuación la forma de V invertida que abre paso al cinturón, se introduce la mano, por arriba, bajo el chal, se toma un pellizco de tela y se conduce por encima del borde superior, provocando así la retracción ascensional y piramidal del borde inferior. De esta manera se forman, debajo del borde superior, una serie de pequeños bolsillos que hay que igualar. El mismo procedimiento puede emplearse cuando el chal se coloca oblicuamente, liberando el brazo izquierdo, y repetirse igualmente bajo el brazo. De la demostración convincente de Jacques Heuzey, resulta que hay que repudiar todo uso de bandas o cintas de cuero; una vez más, el efecto decorativo, aparentemente complicado, se obtiene con medios muy simples.

              Insistamos en el hecho de que el ropaje dórico es arquitectónico, mientras que los efectos de la túnica jónica son pictóricos. La evolución de las costumbres, como la del gusto, tiene un buen papel en las transformaciones del traje femenino: a los hábitos rudos de un cuerpo vigoroso y endurecido, libre, bajo el peplo, sucede la preocupación por el confort, por la dulce sensación de las telas suaves. Con su capa, la mujer se envuelve, friolera, subiendo sobre su cabeza un faldón que forma una capucha. Ya no existe, entonces, el equilibrio entre el desnudo y el ropaje, que constituía la be­lleza propia del traje dórico; pero la tela fina, como mojada, se amolda al cuerpo, al que hace resaltar.

              Peinados.- Los hombres llevan el pelo largo y lo rizan, como las mujeres, hasta la época de las guerras médicas (siglo V). El período ático‑jónico ve nacer el krobylos, moño que cae sobre la nuca, y gran cantidad de adornos atados con nudos. Si hemos de creer a Aristófanes, el uso de pelucas se generalizó desde finales del siglo v, en caso de calvicie. Cuando los cabellos son cortos, a menudo se mantienen con una banda de tela o de metal es una moda que pasa, en el siglo V, del Peloponeso a Atenas.

              En la época arcaica los hombres gustaban de la barba en punta, mientras que suprimían su bigote. Los filósofos con­tinuaron dejando crecer a voluntad toda su vellosidad, incluso cuando, después de Alejandro, empezó la moda de afeitarse totalmente.

              Para las mujeres, los cabellos largos y sueltos sólo se llevaban en ciertas fiestas. Los cabellos cortos señalan un luto temporal o una vejez confesada; se imponen siempre a los esclavos. Los peinados arcaicos consistían en dos bandas de cabello crespo que prolongaban largos rizos en virutas que caían sobre los hombros y el arreglo clásico sujeta las dos bandas onduladas con una cinta y termina en un alto moño al que, a menudo, se añade una diadema o una faja. En el siglo V también existen trenzas sujetas por encima de las orejas y que se arrollan como una corona alrededor de la cabeza. En la época helénica se encuentran “nudos de cabeza” colocados en la cima del tocado. Los viajeros adoptaban el gran cubrecabeza tesálico y preferían, para el paseo, la cónica tholia de anchos bordes. Los velos de cabeza (kredemnon o theristrion) y los gorritos, denotan un gusto oriental.

              El calzado es generalmente del tipo “sandalia”, de cuero natural o negro para los hombres; se fabrican rojos, blancos, amarillos o verdes para satisfacer la coquetería femenina. Los viajeros llevan altas botas atadas: las endromidas. Desde finales del siglo VI a. C. los persas introducen el calzado tapado, a veces con la punta curvada, a la moda oriental, como lo atestigua la famosa Koré de botas rojas del Museo de Atenas.

 

Michele Beaulieu.- El vestido antiguo y medieval.-
Ed. Oikos-Tau ¿Qué sé? Nº 32. Barcelona 1971. Págs. 43-56