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GRECIA ANTIGUA: 

LA PERFECCIÓN Y LA BELLEZA
A TRAVÉS DE LA MEDIDA Y LA PROPORCIÓN.

 

        La búsqueda de un orden subyacente en la configuración del universo fue siempre una de las preocupaciones máximas de la filosofía griega; ese orden básico era inconcebible sin una concreción en conceptos esenciales, como el de medida o el de symmetria, es decir, el sistema de relaciones mensurables entre las cosas. Cuando la filosofía griega abandonó en parte sus preocupaciones cosmológicas, para encaminarse hacia nuevos intereses, fundamentalmente éticos o epistemológicos, las mismas exigencias de medida y proporción continuaron siendo válidas, incluso a niveles de abstracción. En tanto que la buscada armonía de las cosas y de los actos era fruto de una medida y de una adecuada proporción entre sus componentes, éstas fueron imbuidas de unas profundas connotaciones morales que llevaron a Platón a afirmar que la belleza y la bondad eran elementos esencialmente indistinguibles de la medida.

 

 —Ningún hombre, de hecho, lo ignora.

—No ignora ¿qué?

—Que privado de medida y de proporción, toda mezcla, sea cual sea, y de cualquier manera que esté compuesta, corrompe a sus componentes y se corrompe ella la primera, porque entonces ya no es una mezcla, no es más que una mezcolanza, una miseria para los seres en que se produce.

—Es verdad.

—Vemos, pues, que el poder del bien se ha refugiado en la naturaleza de lo bello, porque la medida y la proporción realizan en todas partes la belleza y la virtud [ . . . ] . Consideremos, pues, uno a uno estos tres caracteres, para juzgarlos en su relación con el placer y el intelecto, porque nos es necesario ver a cuál de los dos le asignaremos mayor parentesco con ellas.

—¿Quieres hablar de la belleza, la verdad y la medida?

—Sí. Toma en primer lugar la verdad, Protarco, y, habiéndola tomado, considera estos tres términos, intelecto, verdad y placer; reflexiona largo tiempo y respóndete a ti mismo si es el placer o el intelecto el que está más emparentado con la verdad.

—¿Qué necesidad hay de largo tiempo? La diferencia es grande, en mi opinión. Porque el placer es todo lo que hay de falso y, como suele decirse, en los placeres del amor, que son aparentemente los más grandes, el perjurio mismo tiene asegurado el perdón de los dioses, lo que demuestra que los placeres son como niños y no tienen ni un ápice de razón. E1 intelecto, por el contrario, o bien es idéntico a la verdad, o bien es lo que se le parece más y la contiene en mayor cantidad.

—Somete, pues, a continuación, la medida al mismo examen y considera si el placer la contiene en mayor cantidad que la sabiduría, o la sabiduría más que el placer. También es fácil este nuevo examen que me pides, porque creo que no se puede encontrar nada más desmesurado que el placer, ni más mesurado que el intelecto y la ciencia.

—Excelente, pero, respóndeme ahora a una tercera pregunta: ¿tiene el intelecto, según nosotros, más parte en la belleza que el placer y juzgamos el intelecto más bello que el [ placer, o al contrario?

—Nadie ha visto o imaginado nunca, Sócrates, en vigilia o durante el sueño, que la sabiduría o el intelecto pudieran de ninguna manera o bajo ningún aspecto haber sido, ser, o convertirse en feos.

—Tienes razón [...]. Proclamarás, pues, Protarco, a lo lejos, por medio de enviados tuyos, y de viva voz, ante esta asistencia, que el placer no es lo primero, ni siquiera lo segundo, sino que debemos creer que se ha fijado la preferencia sobre la medida, lo mensurable, y demás cosas semejantes.

—Esto reafirma claramente lo que hemos dicho.

—En segundo lugar vienen la proporción, la belleza, la perfección, la eficacia y todo lo que es del mismo tipo.

—Aparentemente.

—En tercer lugar propongo que colocar al intelecto y la sabiduría no sería separarse mucho de la verdad.

—Quizá.

—¿No tenemos el derecho de conjeturar que las posesiones reservadas por nosotros al alma, como las ciencias, las artes [...] se colocan como cuartas, después de las tres clases precedentes, puesto que tienen ciertamente más parentesco con el bien que con el placer? (Platón y Filebo, después del 375 a.C. )

 

   EL NÚMERO ESENCIAL EN LA FIGURA HUMANA.  

        Aristóteles atribuye a los filósofos pitagóricos la afirmación de que los números, arithmoi, eran el constituyente básico de todos los elementos del universo. Tal Pez una cierta indiscriminación entre las matemáticas y la geometría y una posible concepción de los números, no de una manera abstracta, sino como poseedores de una existencia espacial, llevó a los filósofos presocráticos a establecer un paralelismo entre los elementos geométricos básicos y los números; así el uno correspondía al punto, el dos a la línea, el tres al plano, el cuatro al sólido y así sucesivamente. Eurito, filósofo pitagórico del siglo IV a.C., del cual poseemos muy escasas noticias, elaboró, tal vez influenciado por su maestro Filolao, unos famosos dibujos realizados con guijarros, que algunos críticos han interpretado no sólo como un intento de hallar el número esencial de un hombre o de cualquier otra cosa, sino también como un sistema básico de proporciones entre las distintas partes del cuerpo humano y el número de guijarros de diferentes colores, necesarios para representarlas, El método que tal vez influyó en Polícleto, autor de un famoso canon de proporciones.

        Supongamos, gracias al razonamiento, que la definición del hombre es el número 250 y la de la planta el 360. Hecho este supuesto [Eurito], solía tomar 250 guijarros, verdes, negros y rojos, en una palabra, de todo tipo de colores. Untaba después la pared con asbesto y dibujaba en claroscuro la figura de un hombre o de una planta; fijaba los guijarros, unos en el dibujo del rostro, otros en el de las manos y otros en las demás partes hasta completar el dibujo de un hombre, con un número de guijarros, igual al de las unidades que, según él, definían al hombre.


(Alejandro de Afrodisia.- Metafísica, 1º 1/3 S. III a.C. ).
En: Varios autores.- Fuentes y documentos para la Historia del arte antiguo.
Ed. Gustavo Gili. Barcelona 1982, págs. 198-201