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EL ARTE FIGURATIVO EN LA GRECIA CLÁSICA.-

        En el dominio del arte figurativo, el final del siglo VII y el comienzo del VI marcan en Grecia un cambio importante. Por una parte, lo que podemos llamar arte decorativo—cerámica, relieves de toda especie (de piedra o de mármol, de bronce o de metal, de marfil), figurillas de metal o de terracota—concede en lo sucesivo a la figura humana un lugar preponderante, reduciendo a un papel secundario la decoración no historiada. Por otra parte, acaba de realizarse un acontecimiento capital: la aparición de la gran escultura, que desde sus comienzos lleva algunas de sus experiencias hasta lo colosal, como se ve en las estatuas de Sunion. Ahora bien, la gran escultura se interesa también esencialmente por la persona humana y en especial por el hombre desnudo.

Naturalismo y abstracción

        Así, desde comienzos del siglo VI, el arte griego se orienta por un camino que será el suyo, el camino del humanismo, al que fue conducido naturalmente por el politeísmo antropomórfico que lo inspiraba. Para representar dioses que tenían forma de hombre, era preciso estudiar el modelo natural. Por eso desde los rígidos simulacros del alto arcaísmo, próximos al ideograma geométrico, se puede seguir el progreso constante que, hasta fines del siglo IV, llevará al arte plástico griego a la solución de todas las dificultades que encontraba en ese estudio: ciencia anatómica y conquista del movimiento, expresión del sentimiento y sentido del parecido individual, consecución de la perspectiva y ordenación de grupos complejos.

        Pero la estación de la naturaleza no se limitó a ser superficial, pues era el resultado de una investigación consciente que pretendía comprender al mismo tiempo que observar. Por eso la reproducción de lo real es a menudo más bien una reconstrucción, pues se funda en las relaciones numéricas que la inteligencia ha creído reconocer en las cosas. De aquí viene la importancia de los cánones en el arte griego. Los ritmos que nacen de esos cálculos delatan la actividad siempre presente de la inteligencia ordenadora, maestra y guía de la mano. El arte griego, aun el más realista en apariencia, resulta bañado de intelectualidad. Sus mejores productos plásticos saben unir en ellos el secreto rigor del número y la imitación atenta de la naturaleza. Como estas dos cualidades requieren una ejecución acabada, se comprende que las escasas obras maestras que han sobrevivido nos den todavía hoy una sensación de perfección.

Rene Huygue .- El arte y el hombre.-
Ed. Planeta; Barcelona 1977 (9ª). págs. 267-271