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EGIPTO: Canon de proporciones en la figura humana.-

       En la memorable Expedición a Egipto, patrocinada en los años 30 del siglo XIX por el Rey de Prusia para registrar y publicar todos los monumentos egipcios conocidos entonces, su director K. R. Lepsius, observó que las figuras de una tumba de Sakkara estaban cubiertas por una cuadrícula. Hoy se conocen más de cien ejemplos similares desde la época de Zoser.

       Se ha pensado que algunos relieves egipcios han sido cubiertos de una cuadrícula para hacer de ellos una copia exacta en época posterior. Se afirma incluso que la retícula de algunos relieves de Zoser está hecha por copistas de Epoca Saítica. Ahora bien: una cuadrícula puede también estar hecha por el pintor o por el escultor que hace un relieve para ajustar las figuras a un canon de proporciones. Esta última fue la interpretación de Lepsius. Él observó que la línea central de las figuras de Sakkara estaba realzada como eje vertical y cortada por seis horizontales. Los pies tenían en sus extremos dos puntos rojos.

       Los estudios de Lepsius han sido ampliados y puestos al día por Inversen quien ha demostrado que la base del canon egipcio se encuentra en la figura humana de pie y que las proporciones de ésta se halla en las medidas de la mano y del brazo, es decir, de los miembros corporales que producen y crean las cosas. Inversen ha probado que cada lado de un cuadrado de la cuadrícula egipcia es siempre igual a un puño, o sea, a la anchura de la mano, medida sobre los nudillos, incluyendo el pulgar. El puño viene a ser, por tanto, el módulo de todas las proporciones.

       El antebrazo con la mano extendida que aparece con tanta preeminencia en la estatua sedente de Zoser fue la base de otra capital medida egipcia: el cúbito pequeño, igual a la distancia que media desde el arranque del antebrazo por dentro (no desde el codo, sino desde el hoyo del lado contrario) al filo de la uña del pulgar. El cúbito pequeño fue la base del Canon antiguo, que establecía la altura del hombre desde la planta del pie hasta la mitad de la frente, en cuatro cúbitos pequeños, equivalentes a 18 puños (o cuadrados de la cuadrícula) o a 6 pies (el pie = 3 puños o cuadrados).

       Las divisiones del cúbito pequeño se conocen exactamente por varas de medir y por la descripción de Herodoto (111, 149), quien lo equipara al cúbito griego, dividido de un modo semejante.

       Junto al cúbito pequeño se empleaba en Egipto desde tiempo inmemorial (antes de que Imhotep hiciese el recinto de Sakkara) un cúbito regio o real, 1/6 mayor que el primero. Equivalía a la longitud del antebrazo y de la mano extendida, desde el arranque de aquel (donde antes dijimos) hasta la punta del dedo corazón. El cúbito real, que también se encuentra en varas de medir, se aplicaba sólo a edificios construidos en nombre del rey, como las pirámides y los templos. Pero desde el siglo VII a. C. y por tanto en toda la Epoca Saítica, reemplaza al pequeño en la figura humana. A ésta se le dan ahora cuatro cúbitos reales de altura desde la planta del pie hasta el párpado superior, o sea 21 puños o cuadrados. Éste será el canon nuevo; el otro, el canon antiguo. El canon nuevo viene a coincidir con el canon griego del siglo V, expresado en pies como era costumbre mas extendida entre los griegos.

       Es importante observar que tanto los egipcios como los griegos aplican medidas humanas a las obras humanas, mientras que nosotros nos expresamos en metros, una medida que no lo es. Son muchos los arquitectos modernos entre ellos Le Corbusier, que preconizan el retorno a las proporciones fundadas en el hombre.

       Una vez que el hombre que sublimado como canon de medidas universales y módulo de proporciones arquitectónicas, se convirtió en centro del cosmos. Por apego a sus instituciones tradicionales, el egipcio no renuncio del todo—ni renunciaría nunca—a sus dioses teriomorfos, pero empezó a humanizarlos hasta llegar a las hermosas triadas de Mykerinos, en donde las diosas son mujeres de cuerpo entero a quienes el Faraón hace partícipes de su propia divinidad.

            Sólo en la nitidez con que el triángulo sexual se transparenta en sus vestidos arde un rescoldo de mentalidad prehistórica. Para comprender mejor a estas diosas, es conveniente desentenderse un momento de sus tocados y de sus emblemas, que las atan estrechamente a la época y al país que las crearon, para fijarse solo en sus cuerpos, encarnaciones de una belleza intemporal y universal. La impresión que se recibe al contemplarlas despacio permite comprender hasta que punto fue lógico y consecuente que cuerpos humanos de formas tan perfectas llegasen a ser considerados como recipientes dignos de contener lo divino.

A. Blanco Freijeiro.- El arte egipcio I.
Historia 16. Madrid. Octubre 89. Págs. 79-80