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DIOSES Y HÉROES DE LA MITOLOGÍA GRECO´LATINA

 Las concepciones religiosas griegas han conocido una fuerte evolución, debida en parte a la influencia de poetas y filósofos, pero en mayor medida aún a los cambios experimentados por la sociedad griega en el transcurso de los siglos.

La religión griega se ofrece desde el principio indisolublemente unida a la sociedad en sus distintos niveles: familia, genos, polis. En la época clásica se llega de hecho a formas de religión de Estado a las que el anhelo individual opone cultos esotéricos —los «misterios»— de variada procedencia.

Formas de culto muy diversas —cultos individuales, domésticos, públicos— dan cuerpo a las manifestaciones piadosas.

 

1. Los mitos y su interpretación

 Las ideas y nociones que los griegos antiguos elaboraron sobre la divinidad aparecen expuestas principalmente —aunque no exclusivamente— bajo la forma de relatos denominados mitos: el conjunto de estos relatos constituye lo que llamamos mitología.

Los mitos se ofrecen en ocasiones bajo formas diversas (variantes) que justifican por la confluencia en un solo mito de dos o más relatos originarios; otras veces se trata de reelaboraciones poéticas o morales más o menos tardías.

Numerosos mitos griegos se enlazan directamente con tradiciones y creencias antiquísimas que aparecen en muchos pueblos primitivos que no han tenido ninguna relación histórica con los antiguos griegos: se trata casi siempre de mitos «cosmogónicos», que reflejan los intentos humanos por hallar una explicación a los orígenes y misterios del universo en que el hombre se encuentra inmerso. Otros mitos revelan claramente un sentido moral: en ellos se cifra la experiencia humana. En todos, o al menos en la mayoría de los mitos, alienta un sentimiento religioso indudable que debemos procurar reconocer.

La interpretación de los mitos constituye una tarea dificultosísima en la que ya se ocuparon los antiguos de maneras muy diversas. Actualmente los datos arqueológicos y lingüísticos abren con frecuencia camino en la investigación de los mitos, muchos de los cuales continúan, sin embargo, envueltos en enigmas.

Aparte de su profunda significación religiosa, los mitos griegos constituyen un manantial de inspiración jamás agotado, como lo atestigua el interés con que en toda época han acudido los poetas a las fuentes míticas.

 

2. Las divinidades griegas

 Los textos literarios helénicos nos dan testimonio de unas concepciones religiosas muy diversas. Junto a seres monstruosos aparecen bellas deidades antropomorfas; frente a dioses y diosas de rasgos y atributos personales bien definidos, la muchedumbre de seres innominados (Ninfas, Náyades, Silenos...) y los genios oscuros o daímones; a la rotunda y lejana majestad de los olímpicos responde la precaria condición semidivina de los héroes.

Según estas concepciones, la divinidad es inmortal, pero no eterna. Se nos habla de diversos ciclos divinos que se han sucedido en el tiempo y a través de los cuales el poder y el dominio del universo han pasado de unas divinidades .La diosa madre», a otras. Hay dioses de brillante historia, otros siempre marginados. Dioses que oprimen al hombre, dioses que corren en su ayuda...

A pesar de todas estas dificultades, podemos establecer una clasificación de las divinidades griegas:

— dioses primordiales;

— dioses olímpicos;

—dioses rurales y ctónicos;

— héroes o semidioses.

 

2.1. Los dioses primordiales. Aparecen ligados a las ideas sobre el origen del mundo y se asemejan grandemente a los que encontramos en otros pueblos primitivos. El poeta Hesíodo es la fuente más importante de que disponemos para el conocimiento de estas divinidades: unas, meramente cósmicas (Caos, Gea, Urano, Montañas, Mar...); otras, de rasgos más individualizados: los Titanes. El más joven de los Titanes es Crono, que, instigado por su madre Gea, mutila a su padre Urano y se alza con el poder supremo. El ciclo o reinado de Crono constituye la Edad de Oro del universo, durante la cual surge la raza humana como descendencia directa de Jápeto, hermano de Crono.

Los hombres viven felices «como dioses» durante algún tiempo. Pero el universo gime por la semilla de maldad que el crimen de Crono ha introducido en él: las Erinias, las diosas vengadoras, claman castigo. Crono desposa a su hermana Rea, y temeroso de perder el poderío que ha alcanzado, devora a los hijos que van naciendo. Su esposa Rea logra salvar con engaños la vida del último de ellos, Zeus, al que esconde en la isla de Creta. Llegado Zeus a su mocedad, destrona a su padre Crono, libera a sus hermanos e instaura un orden nuevo en el universo: el orden olímpico. Pero junto a los nuevos dioses, convivirán los antiguos, entre los cuales figuran deidades extrañas y monstruosas nacidas de la Noche, del Tártaro, del Mar, etc. Todas ellas recibirán en una u otra forma el culto de los hombres y a menudo llenarán sus espíritus de terror.

 

2.2. Los dioses olimpicos, triunfadores sobre Crono, se agrupan bajo la égida de Zeus. El advenimiento de Zeus, liberador de sus hermanos y vengador del viejo Urano, representa un nuevo orden religioso y universal, un nuevo ciclo divino: es el imperio de la luz. Los nuevos dioses habitan en las cimas del Olimpo, envueltas en nieblas. No conocen la enfermedad ni la vejez, pero comparten con los hombres toda clase de vicios y pasiones. La figura de Zeus es objeto de un progresivo ennoblecimiento a partir de Homero.

 

a) En torno a Zeus -padre de los dioses y de los hombres- se mueven las figuras de los grandes dioses:

 Hera, hermana y esposa de Zeus, protectora del matrimonio.

Posidón, hermano de Zeus, dios del mar.

Plutón, hermano de Zeus, dios de las regiones infernales.

Deméter, hermana de Zeus, diosa de los campos cultivados.

Hestia, hermana de Zeus, diosa del hogar.

Atena, hija de Zeus, nacida de la cabeza del dios; diosa de las ciencias, de las artes femeninas, de la guerra.

Apolo, hijo de Zeus y de Leto, dios de las artes y de la mántica.

Ártemis, hija de Zeus y de Leto, diosa de los bosques y de la caza. Hermes, hijo de Zeus y de la ninfa Maya, dios del tráfico comercial, protector de viajeros y ladrones, dios de los muertos.

Ares, hijo de Zeus y llera, dios de la guerra.

Hefesto, hijo de Zeus y Hera (según otras versiones, hijo solamente de Hera), dios de la fragua y de los trabajos manuales.

Dioniso, hijo de Zeus y de la mortal Sémele, elevado del rango de héroe al de divinidad; dios de la pasión, de la fiesta y del vino.

Afrodita, surgida tal vez de las espumas del mar; diosa del amor. El origen y atributos de estas divinidades no siempre está tan claro como podría hacer creer nuestra relación. Las versiones míticas se entrecruzan con mucha frecuencia. Algunas deidades se incorporaron tardíamente al panteón helénico y se fundieron con otras existentes o las suplantaron.

 

b) Como séquito de los grandes dioses olímpicos figura un número notable de deidades menores, en ocasiones menos individualizadas. Con frecuencia son incluso más antiguas y en algunos casos parece evidente que por circunstancias diversas han quedado destituidas de su antigua importancia o bien han cambiado notablemente sus atribuciones. Algunas son de origen rural y por obra de los poetas han sido encumbradas al Olimpo. Entre estas deidades menores figuran:

• Las Musas, divinidades rurales en su origen; en Homero aparecen ya como habitantes del Olimpo, pero no diferenciadas; en Hesíodo aparecen claramente diferenciadas con sus nombres: Clío, Euterpe, Talía, Melpómene, Terpsícore, Erato, Polimnia, ¡irania y Calíope, protectoras de las artes e inspiradoras de los poetas.

• Las Gracias o Cárites, hermanas de las Musas y, como ellas, divinidades rurales originariamente aunque los poetas las sitúan ya en el Olimpo y las presentan como hijas de Zeus y Mnemosine (al igual que las Musas). Simbolizan la gracia, el ritmo y la armonía.

• Las Horas, y sus sombrías hermanas las Moiras o Parcas, gobiernan de diversa manera el destino.

• Los Vientos, a menudo personificados bajo sonoros nombres: Bóreas, Céfiro, Euro, Noto... regidos, según la versión homérica, por Eolo.

• Eos, Helio y Selene son divinidades de la naturaleza (Aurora, Sol, Luna) que aparecen también integradas en el cortejo olímpico. Personificaciones similares a éstas son los conjuntos innumerables de las Oceánides, Nereides, Sirenas, etc. O las figuras de Hipno y Tánato (Sueño y Muerte), que rozan la abstracción. O las divinidades claramente abstractas vene radas bajo los nombres de Temis (Justicia primordial), Eunomía (Ley justa), Dike (Justicia distributiva), Irene (Paz) y otras, adscritas de diversa manera a los cultos olímpicos.

 

2.3. Los dioses rurales y ctónicos. La presencia de los dioses rurales y ctónicos nos dice que el mundo religioso de los griegos no se agota en el amplio y brillante círculo olímpico. Junto a la que llamaremos «religión olímpica» sobreviven en forma muy localizada otros aspectos religiosos que continúan viejas creencias y liturgias arcaicas, incluso pregriegas. Esta religión rural se mantiene marginada, pero viva a lo largo de los siglos. En ocasiones sale de su aislamiento y viene a ser aceptada y aun absorbida en alguna medida dentro del cuadro olímpico.

Deméter y su hija Perséfone proceden, sin duda alguna, de esa religión rural. De igual modo Artemis, cuya relación fraterna con Apolo es un hecho tardío. Dios rural y de los más antiguos es Dioniso, cuyo nombre aparece ya en las tablillas micénicas: la súbita e incontenible difusión de los cultos de Dioniso en los siglos V y VI es la causa de su incorporación, no muy clara, al conjunto de los grandes dioses olímpicos.

Otras divinidades menores, también de origen rural, accedieron al Olimpo: ya hemos citado a las Musas, las Cárites, las Horas... Pero otras se mantuvieron afincadas en los lugares de origen y en ellos recibieron el culto asiduo de sus fieles. En general, se trata de criaturas divinas poco diferenciadas: Ninfas, Silenos, Sátiros..., que pueblan las márgenes de los ríos o el secreto de los bosques y de las grutas. En ocasiones, se trata de viejos dioses olvida dos, relegados a la categoría de semidioses: Asclepio, Trofonio, Anfiarao..., que, por voluntad de Zeus, duermen bajo la tierra. Algunos extienden sus dominios, como Pan, honrado en toda Grecia.

Esta religión rural resistió los embates de la crítica con mejor fortuna que la religión olímpica. En épocas tardías rebrotó con fuerza alimentando los anhelos religiosos de los hombres.

 

2.4. Los héroes o semidioses. El amor de los dioses hacia los hombres hace que se acerquen a las criaturas mortales e incluso se unan a ellas. Estas uniones tienen por consecuencia el nacimiento de criaturas sujetas al destino mortal, pero elevadas sobre el resto de los humanos por su ascendencia divina. Son los que la mitología denomina héroes o semidioses. Muchos de los héroes fueron galardonados por los dioses con la inmortalidad.

En torno a los héroes se han elaborado ciclos míticos, continuamente utiliza- dos por los poetas y sujetos, por tanto, a numerosas transformaciones: ciclo de los Argonautas, ciclo de Tebas, ciclo troyano, etc. En ocasiones, no es posible hablar de ciclos propiamente dichos por tratarse de mitos estrictamente locales o personajes.

El número de los héroes rivaliza en multitud con el de los dioses, y sus mitos son también variadísimos. Nos limitaremos a citar algunos de los más notables:

Heracles, hijo de Zeus y Alcmena, princesa mortal. Perseguido por el furor de Hera, hubo de sobrellevar grandes penalidades y realizó prodigiosas hazañas (los «doce trabajos» de Heracles) bajo la tutela de Atena.

Teseo, hijo de Posidón y Etra, princesa mortal. Otra variante le declara hijo de Egeo, rey legendario de Atenas. Sea como sea, Teseo es un héroe jonio; en su mocedad hubo de llevar a cabo seis «trabajos», comparables en mu chos aspectos a los realizados por Heracles. A su regreso a Atenas, pide a su padre Egeo que le permita ir a Creta para enfrentarse con el Minotauro, hazaña extraordinaria en la que, bajo la protección de Afrodita, alcanza la victoria.

Perseo, hijo de Zeus y Dánae, princesa mortal. Una promesa imprudente le obliga a enfrentarse con las Gorgonas, monstruos espantosos; con la ayuda de Hermes y Atena logra la victoria.

Edipo, príncipe tebano de la estirpe de los Labdácidas y por ello descendiente de Ares. Un oráculo adverso marcó desde su nacimiento el fatal destino de Edipo, que prosigue después en sus hijos Eteocles y Polinices y en su hija Antígona.

Jasón, príncipe tésalo, heredero del trono de Iolco. La codicia de su tío Pelias le obliga a emprender una peligrosa tarea: la conquista del vellocino de oro en tierras de la Cólquide. Acompañado de muchos gloriosos héroes (entre ellos, Heracles) emprende su viaje a bordo de la nave Argo. La protección de las diosas Hera y Atena permite a Jasón conquistar el amor de la maga Medea, que le ayuda a conseguir el vellocino de oro. La aventura aparece esmaltada de numerosas y novelescas peripecias, unas cruentas, otras extrañas: este mito es uno de los más poéticos entre los mitos griegos. Como tantos otros, posee además un gran interés por su rico simbolismo.

Pélope y sus hijos Atreo y Tiestes encabezan un nuevo ciclo mítico, rico en episodios sangrientos y que se enlaza directamente con el ciclo troyano, que constituye el conjunto más complejo y mejor conocido de toda la mitología heroica. A este ciclo troyano corresponden los nombres de muchos héroes y heroínas: Agamenón y Menelao, hijos de Atreo; Clitemestra y Helena, esposas de los anteriores (Helena era hija de Zeus); Héctor y Paris, príncipes troyanos, hijos de Príamo y Hécuba; Aquiles, hijo de Peleo y de la diosa Tetis; Ulises, rey de Itaca, hijo de Laertes y de Anticlea..., y tantos otros cuyas acciones inspiraron a Homero.

 María Rico Gómez. Lengua y civilización griegas. Ed. Santillana. 1978. Madrid. Págs.  314-319