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Canaletto:  materiales  y  técnicas  de  pintura.-

 Canaletto quiso deshacer primero el baúl pequeño.

Sacó una casaca de terciopelo azul marino, ribeteada en oro por delante, calzones de seda gris oscura, camisas de batista, lazos para el cuello y ropa interior. (...)

Había abultadas bolsas cargadas de preciosos pigmentos que había que poner en la mesa de trabajo. A medida que sacaban las bolsas, Canaletto comprobaba y detallaba el contenido de cada una.

‑Azul de Prusia. He sido uno de los primeros en usarlo, Fanny. Es tan intenso que pronto me di cuenta de que no necesitaba el azul ultramarino. Esto es verde tierra, se lo llama tierra, pero viene del mar, es una arcilla, nosotros lo llamamos terre verte.

Puso otra bolsa al lado de la primera.

- Y esto es amarillo Nápoles, puede resaltar excesivo de lo claro que es. Y aquí está el bermellón, que no es un color natural, sino químico. Nunca compres bermellón en polvo... Los co­merciantes son tan.... tan faltos de escrúpulos... que le añaden óxido de hierro o minio. Esto es laca, una resina, es buena con otros pigmentos para crear delicadas sombras rosadas y púr­puras. Éstas son tierras, roja, amarilla, marrón y ocre oscuro; aquí hay mucha sutileza.

Gradualmente se fue alargando la línea de pigmentos.

‑ Algunos pintores trabajan con más, pero yo los mezclo y los combino. Tan importante es explorar la armonía y los modelos de sombras y de colores, como contrastar y remarcar el diseño de líneas y formas. (...)

‑Hay que comprar aceite de linaza y de nuez para disolventes, ya sabes, y trementina y barniz. Es demasiado peligroso de llevar porque si la botella se rompe, ¡horror! Pero la preparación que se necesita para el aceite, el calentado, el refinado... Nos va a dar mucho trabajo antes de preparar los pigmentos. (...) Empaquetada en un lado del baúl estaba la paleta de Canaletto, junto a una amplia colección de pinceles. Con cierta aprensión, Canaletto fue comprobando que no hubieran sufrido deterioro:

‑Pelo de armiño ‑dijo, sacando una selección de pinceles de tamaños diversos, con largos y suaves mangos torneados. Fanny miró el manojo de pelo compacto de los pinceles; se preguntó cómo pintaba con ellos.

‑¡Ah, es que ahora están impregnados de cal! -Canaletto le sonrió y ella se sonrojó. - Hay que evitar las polillas con todos los medios posibles. Antes de usar, limpiar con agua. ‑Le mostró pinceles de distintos tamaños‑. Siempre tienes que examinar las plumas para comprobar que no han sufrido daños. ‑Sus largos dedos acariciaron suavemente las pe­queñas fundas que mantenían las barbas compactadas‑ y las cogió por los cañones. Se detuvo en la más grande : Ésta es una pluma de buitre, ésta de ganso, ésta de pollo y ésta ‑tocó con un dedo la más pequeña-, ésta es de paloma.

Seleccionó otros pinceles:

‑Éstos son de cerdas, provenientes de cerdos blancos, por supuesto. Son más finas pero aún hay que trabajarlas mucho, utilizarlas para pintar paredes de blanco, antes de usarlas para pintar cuadros. Estos son de pelo de ardilla ‑iba ponien­do los pinceles sobre la mesa‑. Tienes que comprar botes para mantenerlos en posición vertical ‑dijo‑. Es mejor.

En el mismo fondo del baúl Fanny encontró una losa de mármol, de aproximadamente un pie cuadrado. La sacó.

‑No es mármol ‑dijo Canaletto‑, es pórfido. Para moler. El mármol resulta demasiado blando. También hay un mortero. ‑Buscó por el fondo del baúl y sacó un gran mortero de cristal de base plana y lo puso al lado de la losa.

Fanny miró una caja de buen tamaño que Canaletto había sacado al principio y había puesto a un lado de la mesa sin explicaciones. Tenia una lente a un lado.

‑Por favor, señor, ¿qué es esto?

‑Eso es una camera obscura.

Con aquella explicación, Fanny se había quedado como estaba. La miró con curiosidad y luego averiguó cómo se abría.

‑Sirve de ayuda para plasmar los contornos de los edifi­cios, te lo mostraré otro día ‑dijo Canaletto y puso en la mesa un montón de bocetos‑. Estos son mis dibujos de Venecia, cada aspecto de la ciudad. Son muy útiles. Pronto añadiré di­bujos de Londres. Ya he comenzado con el puente.

Fanny comenzó a montar los listones de madera que for­maban el caballete de Canaletto, encajando las estaquillas sin recibir instrucciones por parte de él. Pero en aquel momento tenía las manos sucias. (...)

        Canaletto ya había sacado los lápices, la tinta y el carboncillo y se habla retirado hacia atrás para observar, con aire de satisfacción, su equipo colocado sobre la mesa de trabajo. (...)

Canaletto levantó el lienzo tensado y clavado y lo puso en el caballete:

‑Ahora lo preparamos ‑dijo a Fanny, arremangándose hasta descubrir sus nervudos brazos.

Llevaba puesto su redondo gorro de suave terciopelo sobre la cabeza desnuda, por fin libre de vendas, y el calor del día permitía prescindir de la chaqueta y trabajar sin otra cosa encima que los calzones y la camisa.

Ella fue hacia el lienzo con un grueso pincel.

El aceite se había estado calentando suavemente durante horas, hasta que Canaletto declaró que ya se había reducido bastante, luego lo hablan mezclado con el pigmento mo­lido y habían vuelto a moler la mixtura resultante hasta conseguir finalmente una consistencia que el italiano admitió que era bastante fina.

‑Ahora, signorina Fanny, ya puedes aplicar la pintura. ‑Canaletto se puso a su lado, sonriendo. El rito de preparar el lienzo era relajante. Hacía falta atención, pero no una especial aptitud creativa.

Fanny mojó el pincel en la pintura de color rojo intenso y, frunciendo el entrecejo por la concentración, lo pasó por el lienzo, esparciendo el color con pinceladas uniformes. (...)

‑Bien, bien, cúbrelo todo ‑le dijo Canaletto, observando la pequeña mano que se desplazaba con seguridad creciente‑. Una fina capa. Sin goteos, sin manchas.


            Fanny comenzó a pintar de rojo cuidadosamente todo el lienzo, uniformando con la pintura todas las irregularidades de la tela.

‑Pero, señor, el color es tan fuerte... ‑objetó Fanny.

‑Durante mucho tiempo yo cubrí los lienzos con beis como pintura base, pero últimamente pinto a menudo directa­mente sobre esta imprimación. Va muy bien.

Canaletto se sentó en un taburete para seguir la labor de su aprendiza. Se sentía como un corredor al final de una dura carrera de la que hubiera salido vencedor, pero con muchísimo esfuerzo. Necesitaba la tranquilidad de la rutina para poder reunir de nuevo fuerzas. (...)

‑¿Qué tal está?

Fanny tomó distancia del lienzo vació que semejaba un trozo de pared bien pintada.

Canaletto se acercó y escudriñó el acabado, tomó el pincel y lo aplicó con cuidado en un par de sitios en que el lienzo no estaba perfectamente cubierto. No excedían el ancho de un pelo, pero, eso era suficiente para que Canaletto viera la diferencia.

Fanny lo miró con expresión de impaciencia. Durante tres días había trabajado duro moliendo pigmentos y mezclándolos con disolvente. De la mesa de trabajo colgaban en aquel momento unas cuantas vejigas de cerdo limpias y llenas de pinturas listas para usar.

‑Está bien ‑dijo él discretamente y ella sonrió, aliviada. (...)

Fanny se ocupaba limpiando el pincel que había estado usando, frotando los pelos con trementina para quitar todo resto de pigmento.

Fanny comple­tó cuidadosamente la limpieza del pincel con un trozo de trapo. Se volvió a mirar el lienzo‑: ¿Y ahora qué, señor?

‑El lienzo tiene que secarse antes de que le demos una nueva imprimación. Prepara mi maletín. Iremos al puente a hacer más dibujos. Antes de comenzar mi vista hay otros ángulos de visión que quiero examinar.

 Janet Laurence.- Canaletto y el caso del puente de Wetsminster.
Ed. EMECÉ. Barcelona 1999