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El realismo

El realismo es un término con el cual se suele designar genéricamente cualquier orientación estilística que persiga la más estrecha adhesión de la forma artística con los aspectos de lo real.

Se habla de realismo a propósito de los retratos realizados por los escultores romanos de la época imperial, por su fuerte plasticidad y verosimilitud psicológica; pero también, por ejemplo, en relación con las figuras de Wiligelmo y de Antelami se subraya el esfuerzo realista como concreción de la fantasía religiosa medieval; asimismo, se llama realismo a la minuciosa exposición de los detalles propia de la tradición flamenca y holandesa, o a ciertos aspectos de la pintura de Caravaggio, o también, para pasar de los temas naturales a los históricos, el sentido épico de los pintores napoleó­nicos.

Sin embargo, es evidente que en todos estos casos —y en tantos otros que podríamos citar— nos servimos de la fórmula “realismo” como de una referencia cómoda. Sólo a partir de la segunda mitad del S. XIX, después de la polémica de Ch. Baudelaire contra el sentimentalismo romántico tardío de la pintura de moda se empezó a hablar de manera específica de realismo: con G. Courbert se puso de manifiesto una nueva manera de concebir la función social del artista y aparecieron, en el repertorio de las grandes artes, motivos derivados directamente de la realidad contemporánea. A partir de esta crisis, que correspondió a los conflictos relacionados con la nueva economía industrial y al desarrollo del capitalismo, incluso los artistas dispuestos a “describir” el mundo (los impresionistas, por ejemplo) no pudieron abstenerse de un compromiso de “verdad”.

De forma paralela, las izquierdas radicales y socialistas, y especialmente el marxismo, situaban en el centro de sus nacientes estéticas la hipótesis del realismo como forma de arte proletario y progresista. De la tosca acentuación del peso del contenido de los teóricos de la II Intemacional, inclinados a subordinar el hecho artístico al compromiso político y a rechazar la casi totalidad de los estilos burgueses, se pasó a la doctrina leninista del “reflejo”, es decir, de una relación indirecta y mediatizada entre realidad y forma artística y, posteriormente, a la ambiciosa tentativa de G. Lukács de elaborar una estética marxista total en el ámbito de la cual incluso contenidos hete­rodoxos (es característica la recuperación de Balzac, escritor realista y, no obstante, reaccionario en política) pudieran ser justificados. Como resultado, entre otras, de las críticas que T.W. Adorno y W. Benjamin dirigieron a Lukács, una cierta hipoteca de contenido, pese a la intensificación de las aportaciones, siguió gravi­tando sobre el concepto de realismo que se intentó elaborar en el campo del marxismo de 1930 a 1950; no es casual que en el mismo periodo, y coincidiendo con el ascenso al poder de Stalin, se propusiera el realismo socialista, arte declarada y unilateralmente político y de discutibles re­sultados expresivos.

A la crisis de la acentuación del contenido provocada por el marxismo, se opusieron las posiciones antibur­guesas de movimientos que no se medían con la dimensión de la historia sino con el problema gnoseológico y existencial de la relación entre el hombre y los objetos: por ejemplo, el surrealismo (Max Ernst) o también, en Alemania, la Nueva Objetividad (F. Radziwill, Chr. Schad).

Un significado de protesta general es también característico en aquellos movimientos más recientes que han retomado formas de realismo: en EUA, el pop art, que tiende a la sátira y a lo grotesco como instrumentos de desmitificación de los fetiches de la civilización de masas, y el llamado hiperrealismo, que renuncia de forma provocadora a cualquier interpretación de la realidad; en Francia, y en otros países europeos, el Nou­veau Realisme, fundado en 1960 por Y. Klein, D. Spoerri, Christo, etc., que se remite a los dictámenes del ready-made de M. Duchamp y ensalza, destruyéndolos o deformándolos, los objetos y las máquinas que dominan nuestra vida cotidiana.

Al permanecer intactas las posi­bilidades de desarrollo de una fórmula de realismo explícita-mente ligada al discurso político, el concepto de realismo continúa hoy abarcando toda la variedad de los modos de interpretar los fenómenos de la vida ordinaria e histórica. Siguen siendo sus condiciones peculiares la autenticidad de las emociones artísticas y la participación del artista en los traumas de la sociedad en la que trabaja. En esta dirección, el problema del realismo se convierte directamente en el de la relación entre arte y sociedad (que se halla en el centro de las experiencias contemporáneas).

 VVAA.- Enciclopedia del Arte. Garzanti Editores; Barcelona. 1991. Págs. 802-803