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El realismo

 Los artistas “realistas” son aquellos que, según dicen en sus manifiestos, dedican su arte a la representación de lo real, siendo esto último lo opuesto a lo ideal, a saber: lo que todo el mundo puede comprobar, lo que está ahí fuera, las cosas, los pobres y los ricos, las desdichas de los pobres y de los ricos, una nevera, una calle de Pamplona, o bien la na­turaleza, un árbol, una vaca... Todo lo que no son “ideas”, vaya. Aunque nadie sabe a ciencia cierta lo que una vaca pueda ser, aparte de una idea ilustrada en la definición de un diccionario: mamífero rumiante, etc.

Zola, uno de los representantes más inteligentes del realismo, quería que las novelas fueran científicas y las ponía en paralelo con las prácticas de un investigador positivista como Claude Bernard: La obra de arte es un fragmento de la Creación visto a través de un temperamento. Partimos de hechos verdaderos, los cuales conforman nuestra base indestructible; pero para mostrar el mecanis­mo de tales hechos, es menester que mostremos y dirija­mos los fenómenos; ésa es la sola parte de la invención y del genio en la obra de arte.

Como Zola, muchísimos artistas (y civiles) creen que hay un mundo ahí fuera (la Materia, la Creación, la Naturaleza, el Cosmos) y un sujeto aquí dentro, un “Yo” que observa el mundo como a través de unas ventanillas que serían los ojos, los oídos y otros orificios. Es lo que ha enseñado la me­tafísica desde Descartes, y lo que mantiene la ciencia menos docta hasta nuestros días.

Considerando todo lo anterior, los realistas asumen que las artes deben “reflejar la vida cotidiana”, el presente, lo que sucede en la calle... Hay quien llega a decir que hay que es­cribir con el lenguaje de la calle, como si el lenguaje estuvie­ra apoyado en una esquina, esperando a que alguien se lo lle­ve al cine.

En fin, los realistas coinciden en creer que lo de fuera es real que la nevera, el árbol, la señora que vende castañas, o la vaca, son reales, y que lo de dentro es ideal, son ideas. A lo de “real” se añadió, durante unos años, lo de “social”, para hacerlo más real. O realístico.

Pero desde el punto de vista de la realidad (y la realidad la define la ciencia en colaboración con los media), una vaca sólo es un caso particular del mamífero rumiante (hembra) que es el único en poseer toda la realidad posible. La vaca par­ticular tiene una realidad mínima y pasajera, casi exclusiva-mente económica y legal. Tampoco es real “la calle”, ni mu­chísimo menos “el lenguaje de la calle”, que no está en ningún sitio, excepto en el cerebro de algunos académicos.

Hay ahora muchos novelistas en EE.UU. y en España (casi el mismo número) que llenan sus páginas con palabras abstractas como “gilipollas”, “hostia”, o “joder tío”, para dar un toque de realidad a sus fantasías. Son realistas convenci­dos de que lo absolutamente real es la televisión y tratan de reproducirla hasta en sus más mínimos detalles.

Los realistas, y buena parte de la opinión pública, toman por realidad lo que es quasi una fantasía, por ejemplo, la vaca y la hostia. Dentro de pocas páginas llegará el lector (o no) a la entrada VERDAD, en donde insistiremos sobre el asunto. Pero añadamos un detalle.

En esta tierra en la que habitamos como podemos, el conjunto vaca-prado-riachuelo-pastorcilla (por evitar el conjunto tío-tía-la hostia) que tan real nos parece cuando lo ve­mos a la altura del valle de Baztán desde la ventanilla de nuestro automóvil, no tiene más realidad que la de un enjambre de partículas electrónicas amontonadas en chiflada convergencia inestable. Un fantasma frágil cuya permanencia desde los poemas de Teognis (allí la vaca es un cordero) se debe exclusivamente a la obra del arte, a la pertinaz presencia de ese conjunto en nuestra memoria secular y en nuestra simbólica. El conjunto vaca-pastorcilla, etc., sólo existe en la obra de arte. Y el crepúsculo. Y, si me apuran, también el cielo, cuya realidad es un combinado de oxígeno, hidrógeno, ozono y cosas semejantes, que no hay quien lo pinte.

Dos segundos más tarde, y siempre al volante de nuestro automóvil, miramos atrás y vemos que el conjunto vaca-prado-riachuelo-pastorcilla (o tío-tía-la hostia), tras la llegada de otro elemento que parece la mar de real, un rayo, se ha transformado en el conjunto carroña-amoníaco-cenizas-humo. Nada ha perdido la tierra en esta operación. Los físicos hablan de entropía por decir algo. El caso es que absolutamente nada se ha perdido en el cosmos excepto un intercambio energético quizás algo desequilibrado. Sólo nosotros hemos perdido algo.

Siendo así que lo perdido por nosotros no tiene más reali­dad que la que le otorga nuestro deseo de mantener a la vaca, a la pastorcilla, etcétera, como si fueran reales dentro de nuestra existencia, es evidente que los artistas “realistas”, sin saberlo, no hacen sino mantener la ficción de que hay vacas, pastorcillas y etcétera. No sólo hacen exactamente lo mismo que todos los demás artistas hacen, sino que encima ignoran que lo hacen.

Ahora bien, esta ficción impulsada por el deseo (que haya mar, por favor, que haya estrellas y crepúsculos, que haya cerezas y vino, y cuerpos gloriosos en inteligencias finas, y tías, naturalmente, e incluso hostias) es irreal, sin la menor duda, pero es verdadera.

Y aunque el realismo sea el más irreal y ficticio de todos los estilos, escuelas y movimientos, participa un poco de la verdad, junto a estilos más poderosos que niegan por completo la realidad de la vaca, de la pastorcilla, etcétera, porque para mantenerlas no hay mejor camino que arrancarlas a lo real, desrealizarlas, desmontar la realidad de la realidad, y alzarse a la verdad verdadera que se esconde tras la ficticia realidad.

Félix de Azúa.- Diccionario de las artes.
Ed. Anagrama. Barcelona 2002. Págs. 241-244