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FALSIFICACIONES  en  el  arte.-

             Término que se utiliza para designar la producción de objetos de arte idénticos o similares a los originales. La falsificación existe desde que existe el mercado de arte, por tanto, puede decirse que ha existido siempre. La famosa Tiara de Saitaferne, París, Louvre, fue realizada en la época de las excavaciones arqueológicas de la zona del Bósforo, a finales del siglo XIX y la fase más intensa de producción de objetos arqueológicos italianos falsos se produjo tras el descubrimiento de las ruinas de Herculano y Pompeya, durante el siglo XVIII.

La existencia de falsificación de obras de arte o de artistas de un determinado periodo proporciona informaciones valiosas sobre su fama entre los coleccionistas y entre el público (las víctimas de los falsificadores, de hecho, no son sólo los particulares, sino también los propios museos y las colecciones públicas). Para valorar correctamente el fenómeno de las falsificación es necesario considerarlo en una perspectiva histórica y no según criterios que se aplican únicamente a la ética actual. En realidad no siempre resulta fácil distinguir entre el engaño y la legitimidad de las imitaciones, ya que pueden intervenir factores exquisitamente culturales: Miguel Ángel enterró un Cupido durmiente esculpido por él mismo a imitación de uno antiguo, con el fin de que apareciese como fruto de excavaciones y L. Giordano firmó con su nombre y con el de Durero Cristo y el tullido que él mismo había realizado imitando a Durero; por esta razón, es necesario mencionar que en Italia, las imitaciones eruditas de la antigüedad clásica, o en Alemania las de Durero, fueron muy alabadas en el Cinquecento y alentadas por príncipes y pontífices. Aunque la mayor parte de las numerosas falsificación de pintura, escultura, muebles, objetos arqueológicos carecen de interés y sirven para poner de manifiesto, más que nada, la habilidad del falsificador, algunas de ellas influyen, con implicaciones de diferente naturaleza, en la historia del gusto y de las preferencias de los públicos a quienes están destinadas.

En la segunda mitad del siglo XVI, el descubrimiento de falsificación, sobre todo de monedas antiguas (...), no provocaba otra cosa que la condena moral del falsificador. En el siglo XVII, paralelamente con la consolidación del concepto de propiedad artística, y también del coleccionismo y del mercado de arte, asistimos a la difusión del fenómeno. Para evitar la reproducción ilícita de sus propias obras (protegidas por la ley por primera vez en Inglaterra en 1735), los artistas del siglo XVII más perjudicados por las actividades de los imitadores, confeccionaron listas detalladas, frecuentemente acompañadas por un boceto de sus cuadros (...); a partir de entonces, por primera vez el termino “falsificador” reemplazó al de “imitador”. Este tipo de falsificación testimonia las miserables condiciones de vida de los aprendices y de los pintores de poco éxito que comerciaban a bajo precio con sus productos. Durante el siglo XVIII, junto a episódicos retornos del gusto por la pintura del Quattrocento (pertenecen a esta época algunos seudorretratos toscanos al estilo de Paolo Ucello), la falsificación se desarrolló en el sector de las artes decorativas (vasijas, bronces, terracotas) una vez estudiadas las técnicas antiguas. Durante el siglo XIX, al consolidarse la figura del conocedor, es la gran época de las falsificación. El masivo interés por los motivos medievales y renacentistas, que en aquella época aportan una imagen tendencialmente laica y mundana (abundan los retratos de gentileshombres y escenas fantasiosas de la vida cortesana), generalmente realizadas en centros periféricos de Toscana, Umbria y Véneto, se presenta como una protesta imprecisa de la provincia por su progresivo abandono, que opone al avance de la producción industrial la valorización de la naturaleza artesanal del trabajo (...). A todo ello se añade el hecho de que la nostalgia por las pérdidas esencias naturales y los ambientes arcádicos originó un desmesurado interés por los paisajes de los siglos XVIII y XIX, como es el caso de Zais, Zuccarelli y sobre todo de Corot, quizás el maestro más plagiado (pintó cerca de tres mil obras, pero se calcula que hay, por lo menos, treinta mil cuadros “suyos”, en circulación sólo en Europa). En el presente siglo, la obra de arte supone, además de un signo de prestigio social, una inversión rentable.

        El aumento vertiginoso de la demanda de cuadros, muebles antiguos y otros objetos de anticuario incrementa, a su vez, el mercado de los falsificadores de arte que perfeccionan cada vez más sus obras y que gracias a la tecnología, pueden imitar casi a la perfección, técnicas, materiales y colores de distintas épocas y exhibir certificados de “autenticidad”, también impecables (valga mencionar el caso que ya ha entrado en la historia del arte, del holandés Van Meegeren que acusado de colaboracionismo por haber vendido a Goering La mujer adultera, atribuido a Vermeer, logró demostrar ante los jueces que se trataba de un cuadro falso idéntico al original). Por otra parte, hoy día los análisis químicos, espectrográficos, radiográficos y microscópicos pueden ayudar a descubrir falsificaciones, delito que actualmente contemplan casi todas las legislaciones. Existen a tal fin técnicas extremadamente complejas y sofisticadas que se aproximan a las técnicas tradicionales, basadas en el “buen ojo” de quien hace el peritaje o en el conocimiento histórico del artista y de su época: desde los llamados relojes geológicos (potasio-40, uranio-238, rubideo-87) que permiten establecer la edad de los materiales empleados, el empleo de transformadores nucleares que informan sobre la composición de los materiales empleados, hasta el bombardeo de la obra en cuestión con partículas elementales. En concreto, para determinar la edad de una pintura al óleo se utilizan las características del plomo metálico. De hecho la radiactividad que contiene este elemento es tanto más alta cuando más antigua es la pieza: basta por tanto medir la actividad de los colores al plomo, en particular del blanco, para determinar, por ejemplo, si una pintura ha sido realizada en este siglo o en el pasado. Las actividades industriales, las experiencias nucleares y en general, la contaminación atmosférica han hecho, por otra parte, aumentar la presencia de C-14 en las sustancias orgánicas (papel, tela, aceite de lino, etc.) hasta el punto de que es posible distinguir con precisión los cuadros pintados, por ejemplo, después de la II guerra mundial.

 VV.AA. Enciclopedia del Arte.
Garzanti- Ediciones B. Barcelona 1991.
Págs. 329-330